Tuesday, 30 June 2015

Resumen de Alícia en el País de la Maravillas


Resumen de Alícia en el País de la Maravillas

            Alicia estaba sentada a la orilla del río, en un cálido día de verano, estaba junto a su hermana leyendo un libro un poco aburrida, de repende vió un conejo blanco que iba vestido muy bien vestido con un chaleco y corriendo con mucha prisa. El conejo se acerca a Alicia, saca un reloj de bolsillo, y exclama: ¡que tarde es! y desaparece por un agujero que parece la entrada de una madriguera de conejo.

 Alícia en el País de la Maravillas
 Alícia en el País de la Maravillas
Alicia decide seguir al conejo blanco por su madriguera y se encuentra con largo pasillo como muchas puertas. Una de esas puertas, es una puerta pequeña que se abre mediante una llave que descubre en una mesa cercana. A través de la puerta, se ve un hermoso jardín, y Alicia empieza a llorar cuando se da cuenta que no puede pasar a a través de la puerta porque su tamaño no se lo permite. Pero encuentra una botella que lleva un cartel escrito que dice “bébeme y te harás más pequeña”, Alicia bebe de la botella y se encoge hasta el tamaño adecuado para entrar por la puerta, pero se olvida de coger la llave de la mesa y ahora al haberse vuelto pequeña no puede alcanzarla, se vuelve a poner triste y empieza a llorar, pero Alicia descubre un pastel que tambien lleva una etiqueta que dice “cómeme”  y entonces puede hacerse tan grande como quiere, pero entonces vuelve a ser incapaz de entrar en el jardín, y Alicia comienza a llorar de nuevo, de repente pasa corriendo otra vez el conejo, y se asusta del tamaño gigantesco de Alicia, y del susto se le caen los guantes y un abanico, y Alicia lo persigue para devolvérselo, al utilizar el abanico para quitarse el calor se da cuenta de que al abanicarse también se va reduciendo su tamaño, pero al reducir tanto su tamaño, las lagrimas derramadas anteriormente casi están apunto de ahogarla, y allí en ese gran mar de lagrimas, conoce a muchos animales que están a punto de ahogarse como ella, y todos deciden hacer una carrera para secarse, y durante la carrera va conociendo las historias y problemas de todos los animales, pero aunque ella los escucha atentamente, como Alicia es muy inocente y siempre dice o que piensa, poco a poco, todos los animales la van dejando sola, pero en ese preciso instante vuelve a aparecer el Conejo, como siempre con mucha prisa, y temiendo la ira de una tal duquesa, el conejo confunde a Alicia con su sirvienta, y le regaña por no haber ido a su casa a buscare unos guantes y un abanico, ya que ha perdido los que llevaba, Alicia asustada por las reprimendas se pone a correr, y llega hasta una casa donde hay un cartel que dice “B.Conejo” , fue corriendo hasta el dormitorio y cogió los objetos que le pedía el Conejo, y encontró otra botella que llevaba escrito “Bébeme”.

Alicia en el País de la Maravillas
 Alícia en el País de la Maravillasy los animales
Al tardar tanto, el Conejo se dirige a su casa, a recoger el mismo los guantes y el abanico, pero al llegar Alicia había crecido tanto al haberse bebido la botella, que sacaba los brazos por las ventanas, y el Conejo se quedo atónito, y ordenó a Paco, que sacara aquella cosa de su casa, empiezan a atacar la casa con Alicia entro, para hacera salir, los animales se pelean por entrar y tirar a Alicia de la casa, el afortunado es Pepito, que entra por la ventana, pero sale tan rápido como ha entrado, ya que Alicia le propina una monumental patada, los animales se plantean quemar la casa para poder solucionar el problema, pero Alicia vuelve a atacarles, y al final deciden introducir por a chimenea una carretilla de pastelitos mágicos, que Alicia se los come y vuelve a reducir su tamaño y sale huyendo de la casa con todos los animales persiguiendola, intenta despistarlo escondiendose en un túpido bosque, pero no consigue deshacerse de sus perseguidores y piensa que tendrá que volver a aumentar su tamaño para que no la arrollen, mientras estaba pensando que hacer, se encuentra con una oruga azul, muy respondona y maleducada, pero la conversación con la oruga, solo le lleva un disgusto, y pero la oruga le indica como pueda aumentar su tamaño comiendo trozos de una seta, y entonces vuelve a un tamaño adecuado, y se guarda algunos trozos por si luego lo fuera a necesitar, para salir de algún problema.

Alícia en el País de la Maravillas
Alicia y la Reina jugando al croquet
Alicia llega a una casita en un claro del bosque, ve salir a lo que parece un sirviente y tiene curiosidad por entrar en la casa, al entrar en la casa oye como un emisario de la reina lee una invitación de la reina para la duquesa, la está invitando a jugar al croquet. La duquesa se encuentra en la cocina, con un bebe en brazos que no para de llorar, y un cocinero que no para de añadir pimienta en la sopa, y al haber tanta pimienta en el aire, no podía parar de estornudar, y en la casa tambien hay un gato de Cheshire que mira a Alicia con una gran sonrisa, Alicia piensa que en esa casa correr peligro, ya que la duquesa y una cocinea no paran de maltratar al niño, y este no para de llorar, Alicia decide coger al niño y salir corriendo, pero conforme va corriendo el niño se va conviertiendo en un cerdo, y Alicia decide liberarlo, Alicia sigue andando por el bosque y vuelve a encontrarse con el Gato de Cheshire, este le cuenta que todo el mundo está loco, incluida la propia Alicia, y que vaya a casa de la Liebre de Marzo, donde tomará el té con unos amigos, e inmediatamente el Gato desaparece y solo queda una gran sonrisa.

Alicia va en busca de la casa de la Liebre de Marzo, y con ella están el Lirón y el Sombrerero, pronto se da cuenta de que la celebración es un poco disparatada, nunca dejan de tomar el te, y cuentan cuentos sin ningún sentido, Alicia sale de esa reunión un poco enfadada, por que se va dando cuenta de que todas las criaturas de ese mundo son maleducadas y extrañas, y tratan con desprecio y mala educación a los demás.

Tras dejar atrás a los tres amigos chiflados, Alicia encuentra por fin , la entrada al jardín que había visto tras la pequeña puerta del principio, pronto descubre que es bonito jardín está lo cuidan unos naipes que están muy preocupados por que la reina no les corte la cabeza, ya que si a la reina no le gusta el jardín, así los a amenazado, entonces pasa la Reina con su corte por el jardín y se sorprende de ver a Alicia, y la invita a jugar la croquet, pero la partida es un desastre, ya que la reina tiene que ganar siempre, y además los elementos del juego son seres vivos, y cuesta cogerles confianza para que hagan lo que les dices, y además la reina no paraba de condenar a muerte a los jugadores, entonces la partida enseguida se acaba.

En este momento vuelve a aparecer el Gato de Cheshire, pero sólo aparece su cabeza, y la reina se molesta y manda cortarle a cabeza, pero ello provoca un grave problema, ya que no saben como decapitar una cabeza.

Entonces la Reina envía a Alicia a ver a la tortuga artificial, una tortuga muy llorona, con cuerpo de tortuga y extremidades de vaca, este ser vuelve a provocar con Alicia una situación alocada, ya que le propone actividades imposibles, como por ejemplo que las langostas bailen cojidas de las manos, ya que sus manos son pinzas y si se cogen se harán daño, todo ello hace enfadar a Alicia que no entienda ni comprende todas esas actividades.

Alícia en el País de la Maravillas
Juicio en Alicia en el País de la Maravillas
Entonces Alicia es llamada a presenciar el juicio contra la sota de corazones, que era acusada de robar unas tartas, con todo lo que ya ha pasado, Alicia empieza a entender que todas las criaturas que va conociendo están locas, y que en cierta medida se parece a su mundo.Al final el juicio es una pantomima, y la reina solo quiere condenar a la sota, y el rey busca e inventa pruebas falsas aa acusar a la sota.

Desde el inicio de la historia Alicia se va volviendo poco a poco cada vez más contestona y reivindicativa, sobre todo con las autoridades. Cuando le toca testificar en el juicio, Alicia se enfada mucho y va creciendo mucho su tamaño, hasta que se opone fuertemente a las opiniones de la Reina, y ésta ordena que le corten la cabeza, pero ella le dice, que como una baraja de naipes les va a cortar la cabeza a ella, y entonces de repente, Alicia se despierta junto a su hermana, se había dormido leyendo el libro, y todo había sido un sueño, que se apresura a contar a su hermana.

Capítulo 1 2 3 4

 

Read More »

El patito feo

El patito feo

¡Qué lindos eran los días de verano!, ¡qué agradable resultaba pasear por e campo y ver el trigo amarillo, la verde avena y las parvas de  heno apilado en las llanuras! Sobre sus largas patas rojas iba la cigüeña junto a algunos flamencos, que se paraban un rato sobre cada pata. Alrededor de los campos  había grandes bosques, en medio de los cuales se abrían hermosísimos lagos.

El patito Feo
El patito Feo

Sí, era realmente encantador estar en el campo. Bañada de sol se alzaba allí una vieja mansión solariega a la que rodeaba un profundo foso; desde sus paredes hasta el borde del agua crecían unas plantas de hojas gigantescas, las mayores de las cuales eran lo suficientemente grandes para que un niño pequeño pudiese pararse debajo de ellas. Aquel lugar resultaba tan enmarañado y agreste como el más denso de los bosques, y era allí donde cierta pata había hecho su nido. Ya era tiempo de sobra para que naciesen los patitos, pero se demoraban tanto, que la mamá comenzaba a perder la paciencia, pues casi nadie venía a visitarla. A los otros patos les interesaba más nadar por el foso que llegarse a conversar con ella.

Al fin los huevos se abrieron uno tras otro. “¡Pip, pip!”, decían los patitos conforme iban asomando sus cabezas a través del cascarón.

—¡Cuac, cuac! —dijo la mamá pata, y todos los patitos se apresuraron a salir tan rápido como pudieron, dedicándose enseguida a escudriñar entre las verdes hojas. La mamá los dejó hacer, pues el verde es muy bueno para los ojos.

—¡Oh, qué grande es el mundo! —dijeron los patitos. Y ciertamente disponían de un espacio mayor que el que tenían dentro del huevo.

—¿Creen acaso que esto es el mundo entero? —preguntó la pata—. Pues sepan que se extiende mucho más allá del jardín, hasta el prado mismo del pastor, aunque yo nunca me he alejado tanto. Bueno, espero que ya estén todos —agregó, levantándose del nido—. ¡Ah, pero si todavía falta el más grande! ¿Cuánto tardará aún? No puedo entretenerme con él mucho tiempo.

Y fue a sentarse de nuevo en su sitio.

El patito feo
El patito Feo

—¡Vaya, vaya! ¿Cómo anda eso? —preguntó una pata vieja que venía de visita.

—Ya no queda más que este huevo, pero tarda tanto… —dijo la pata echada—. No hay forma de que rompa. Pero fíjate en los otros, y dime si no son los patitos más lindos que se hayan visto nunca. Todos se parecen a su padre, el muy bandido. ¿Por qué no vendrá a verme?

—Déjame echar un vistazo a ese huevo que no acaba de romper —dijo la anciana—. Te apuesto a que es un huevo de pava. Así fue como me engatusaron cierta vez a mí. ¡El trabajo que me dieron aquellos pavitos¡ ¡Imagínate! Le tenían miedo al agua y no había forma de hacerlos entrar en ella. Yo graznaba y los picoteaba, pero de nada me servía… Pero, vamos a ver ese huevo… ¡Ah, ése es un huevo de pava, puedes estar segura! Déjalo y enseña a nadar a los otros.

—Creo que me quedaré sobre él un ratito aún —dijo la pata—. He estado tanto tiempo aquí sentada, que un poco más no me hará daño.

—Como quieras —dijo la pata vieja, y se alejó contoneándose.

Por fin se rompió el huevo. “¡Pip, pip!”,, dijo el pequeño, volcándose del cascarón. La pata vio lo grande y feo que era, y exclamó:

—¡Dios mío, qué patito tan enorme! No se parece a ninguno de los otros. Y, sin embargo, me atrevo a asegurar que no es ningún crío de pavos. Habrá de meterse en el agua, aunque tenga que empujarlo yo misma.

Al otro día hizo un tiempo maravilloso. El sol resplandecía en las verdes hojas gigantescas. La mamá pata se acercó al foso con toda su familia y, ¡plaf!, saltó al agua.

—¡Cuac, cuac! —llamaba. Y uno tras otro los patitos se fueron abalanzando tras ella. El agua se cerraba sobre sus cabezas, pero enseguida resurgían flotando magníficamente. Movíanse sus patas sin el menor esfuerzo, y a poco estuvieron todos en el agua. Hasta el patito feo y gris nadaba con los otros.

—No es un pavo, por cierto —dijo la pata—. Fíjense en la elegancia con que nada, y en lo derecho que se mantiene. Sin duda que es uno de mis pequeñitos. Y si uno lo mira bien, se da cuenta enseguida de que es realmente muy guapo. ¡Cuac, cuac! Vamos, vengan conmigo y déjenme enseñarles el mundo y presentarlos al corral entero. Pero no se separen mucho de mí, no sea que los pisoteen. Y anden con los ojos muy abiertos, por si viene el gato.

Y con esto se encaminaron al corral. Había allí un escándalo espantoso, pues dos familias se estaban peleando por una cabeza de anguila, que, a fin de cuentas, fue a parar al estómago del gato.

—¡Vean! ¡Así anda el mundo! —dijo la mamá relamiéndose el pico, pues también a ella la entusiasmaban las cabezas de anguila—. ¡A ver! ¿Qué pasa con esas piernas? Anden ligeros y no dejen de hacerle una bonita reverencia a esa anciana pata que está allí. Es la más fina de todos nosotros. Tiene en las venas sangre española; por eso es tan regordeta. Fíjense, además, en que lleva una cinta roja atada a una pierna: es la más alta distinción que se puede alcanzar. Es tanto como decir que nadie piensa en deshacerse de ella, y que deben respetarla todos, los animales y los hombres. ¡Anímense y no metan los dedos hacia adentro! Los patitos bien educados los sacan hacia afuera, como mamá y papá… Eso es. Ahora hagan una reverencia y digan ¡cuac!

Todos obedecieron, pero los otros patos que estaban allí los miraron con desprecio y exclamaron en alta voz:

—¡Vaya! ¡Como si ya no fuésemos bastantes! Ahora tendremos que rozarnos también con esa gentuza. ¡Uf!… ¡Qué patito tan feo! No podemos soportarlo.

Y uno de los patos salió enseguida corriendo y le dio un picotazo en el cuello.

—¡Déjenlo tranquilo! —dijo la mamá—. No le está haciendo daño a nadie.

—Sí, pero es tan desgarbado y extraño —dijo el que lo había picoteado—, que no quedará más remedio que despachurrarlo.

—¡Qué lindos niños tienes, muchacha! —dijo la vieja pata de la cinta roja—. Todos son muy hermosos, excepto uno, al que le noto algo raro. Me gustaría que pudieras hacerlo de nuevo.
—Eso ni pensarlo, señora —dijo la mamá de los patitos—. No es hermoso, pero tiene muy buen carácter y nada tan bien como los otros, y me atrevería a decir que hasta un poco mejor. Espero que tome mejor aspecto cuando crezca y que, con el tiempo, no se le vea tan grande. Estuvo dentro del cascarón más de lo necesario, por eso no salió tan bello como los otros.

Y con el pico le acarició el cuello y le alisó las plumas. —De todos modos, es macho y no importa tanto —añadió—, Estoy segura de que será muy fuerte y se abrirá camino en la vida.

—Estos otros patitos son encantadores —dijo la vieja pata—. Quiero que se sientan como en su casa. Y si por casualidad encuentran algo así como una cabeza de anguila, pueden tráermela sin pena.
Con esta invitación todos se sintieron allí a sus anchas. Pero el pobre patito que había salido el último del cascarón, y que tan feo les parecía a todos, no recibió más que picotazos, empujones y burlas, lo mismo de los patos que de las gallinas.

—¡Qué feo es! —decían.

El patito feo
El patito feo

Y el pavo, que había nacido con las espuelas puestas y que se consideraba por ello casi un emperador, infló sus plumas como un barco a toda vela y se le fue encima con un cacareo, tan estrepitoso que toda la cara se le puso roja. El pobre patito no sabía dónde meterse. Sentíase terriblemente abatido, por ser tan feo y porque todo el mundo se burlaba de él en el corral.

Así pasó el primer día. En los días siguientes, las cosas fueron de mal en peor. El pobre patito se vio acosado por todos. Incluso sus hermanos y hermanas lo maltrataban de vez en cuando y le decían:
—¡Ojalá te agarre el gato, grandulón!

Hasta su misma mamá, deseaba que estuviese lejos del corral. Los patos lo pellizcaban, las gallinas lo picoteaban y, un día, la muchacha que traía la comida a las aves le asestó un puntapié.

Entonces el patito huyó del corral. De un revuelo, saltó por encima de la cerca, con gran susto de los pajaritos que estaban en los arbustos, que se echaron a volar por los aires.

“¡Es porque soy tan feo!” —pensó el patito, cerrando los ojos. Pero así y todo siguió corriendo hasta que, por fin, llegó a los grandes pantanos donde viven los patos salvajes, y allí se pasó toda la noche abrumado de cansancio y tristeza.

A la mañana siguiente, los patos salvajes remontaron el vuelo y miraron a su nuevo compañero.
—¿Y tú qué cosa eres? —le preguntaron, mientras el patito les hacía reverencias en todas direcciones, lo mejor que sabía.

—¡Eres más feo que un espantapájaros! —dijeron los patos salvajes—. Pero eso nos importa, con tal que no quieras casarte con una de nuestras hermanas.

¡Pobre patito! Ni soñaba él con el matrimonio. Sólo quería que lo dejasen estar tranquilo entre los juncos y tomar un poquito de agua del pantano.

Unos días más tarde aparecieron por allí dos gansos salvajes. No hacía mucho que habían dejado el nido: por eso eran tan impertinentes.

—Mira, muchacho —comenzaron diciéndole—, eres tan feo que nos caes simpático. ¿Quieres emigrar con nosotros? No muy lejos, en otro pantano, viven unas gansitas salvajes muy presentables, todas solteras, que saben graznar espléndidamente. Es la oportunidad de tu vida, feo y todo como eres.

—¡Bang, bang! —se escuchó en ese instante por encima de ellos, y los dos gansos cayeron muertos entre los juncos, tiñendo el agua con su sangre. Al eco de nuevos disparos se alzaron del pantano las bandadas de gansos salvajes, con lo que menudearon los tiros. Se había organizado una importante cacería y los tiradores rodeaban los pantanos; algunos hasta se habían sentado en las ramas de los árboles que se extendían sobre los juncos. Nubes de humo azul se esparcieron por el oscuro boscaje, y fueron a perderse lejos, sobre el agua.

Los perros de caza aparecieron chapaleando entre el agua, y, a su avance, doblándose aquí y allá las cañas y los juncos. Aquello aterrorizó al pobre patito feo, que ya se disponía a ocultar la cabeza bajo el ala cuando apareció junto a él un enorme y espantoso perro: la lengua le colgaba fuera de la boca y sus ojos miraban con brillo temible. Le acercó el hocico, le enseñó sus agudos dientes, y de pronto… ¡plaf!… ¡allá se fue otra vez sin tocarlo!

El patito dio un suspiro de alivio.

—Por suerte, soy tan feo, que ni los perros tienen ganas de comerme —se dijo. Y se tendió allí muy quieto, mientras los perdigones repiqueteaban sobre los juncos, y las descargas, una tras otra, atronaban los aires.

Era muy tarde cuando las cosas se calmaron, y aún entonces el pobre no se atrevía a levantarse. Esperó todavía varias horas antes de arriesgarse a echar un vistazo, y, en cuanto lo hizo, enseguida se escapó de los pantanos tan rápido como pudo. Echó a correr por campos y praderas; pero hacía tanto viento, que le costaba no poco trabajo mantenerse sobre sus pies.

Hacia el crepúsculo llegó a una pobre cabaña campesina. Se sentía en tan mal estado que no sabía de qué parte caerse, y, en la duda, permanecía de pie. El viento soplaba tan ferozmente alrededor del patitoo, que éste tuvo que sentarse sobre su propia cola, para no ser arrastrado. En eso notó que una de las bisagras de la puerta se había caído, y que la hoja colgaba con una inclinación tal que le sería fácil filtrarse por la estrecha abertura. Y así lo hizo.

En la cabaña vivía una anciana con su gato y su gallina. El gato, a quien la anciana llamaba “Hijito”, sabía arquear el lomo y ronronear; hasta era capaz de echar chispas si lo frotaban a contrapelo. La gallina tenía unas patas tan cortas que le habían puesto por nombre “Chiquitita Piernascortas”. Era una gran ponedora y la anciana la quería como a su propia hija.

Cuando llegó la mañana, el gato y la gallina no tardaron en descubrir al extraño patito. El gato lo saludó ronroneando y la gallina con su cacareo.

—Pero, ¿qué pasa? —preguntó la vieja, mirando a su alrededor. No andaba muy bien de la vista, así que se creyó que el patito feo era una pata regordeta que se había perdido—. ¡Qué suerte! —dijo—. Ahora tendremos huevos de pata. ¡Con tal que no sea macho! Le daremos unos días de prueba.
Así que al patito le dieron tres semanas de plazo para poner, al término de las cuales, por supuesto, no había ni rastros de huevo. Ahora bien, en aquella casa el gato era el dueño y la gallina la dueña, y siempre que hablaban de sí mismos solían decir: “nosotros y el mundo”, porque opinaban que ellos solos formaban la mitad del mundo , y lo que es más, la mitad más importante. Al patito le parecía que sobre esto podía haber otras opiniones, pero la gallina ni siquiera quiso oírlo.

—¿Puedes poner huevos? —le preguntó.

—No.

—Pues entonces, ¡cállate!

Y el gato le preguntó:

—¿Puedes arquear el lomo, o ronronear, o echar chispas?

—No.

—Pues entonces, guárdate tus opiniones cuando hablan las personas sensatas.

Con lo que el patito fue a sentarse en un rincón, muy desanimado. Pero de pronto recordó el aire fresco y el sol, y sintió una nostalgia tan grande de irse a nadar en el agua que —¡no pudo evitarlo!— fue y se lo contó a la gallina.

—¡Vamos! ¿Qué te pasa? —le dijo ella—. Bien se ve que no tienes nada que hacer; por eso piensas tantas tonterías. Te las sacudirías muy pronto si te dedicaras a poner huevos o a ronronear.

—¡Pero es tan sabroso nadar en el agua! —dijo el patito feo—. ¡Tan sabroso zambullir la cabeza y bucear hasta el mismo fondo!

—Sí, muy agradable —dijo la gallina—. Me parece que te has vuelto loco. Pregúntale al gato, ¡no hay nadie tan listo como él! ¡Pregúntale a nuestra vieja ama, la mujer más sabia del mundo! ¿Crees que a ella le gusta nadar y zambullirse?

—No me comprendes —dijo el patito.

—Pues si yo no te comprendo, me gustaría saber quién podrá comprenderte. De seguro que no pretenderás ser más sabio que el gato y la señora, para no mencionarme a mí misma. ¡No seas tonto, muchacho! ¿No te has encontrado un cuarto cálido y confortable, donde te hacen compañía quienes pueden enseñarte? Pero no eres más que un tonto, y a nadie le hace gracia tenerte aquí. Te doy mi palabra de que si te digo cosas desagradables es por tu propio bien: sólo los buenos amigos nos dicen las verdades. Haz ahora tu parte y aprende a poner huevos o a ronronear y echar chispas.

—Creo que me voy a recorrer el ancho mundo —dijo el patito.

—Sí, vete —dijo la gallina.

Y así fue como el patito se marchó. Nadó y se zambulló; pero ningún ser viviente quería tratarse con él por lo feo que era.

Pronto llegó el otoño. Las hojas en el bosque se tornaron amarillas o pardas; el viento las arrancó y las hizo girar en remolinos, y los cielos tomaron un aspecto hosco y frío. Las nubes colgaban bajas, cargadas de granizo y nieve, y el cuervo, que solía posarse en la tapia, graznaba “¡cau, cau!”, de frío que tenía. Sólo de pensarlo le daban a uno escalofríos. Sí, el pobre patito feo no lo estaba pasando muy bien.

Cierta tarde, mientras el sol se ponía en un maravilloso crepúsculo, emergió de entre los arbustos una bandada de grandes y hermosas aves. El patito no había visto nunca unos animales tan espléndidos. Eran de una blancura resplandeciente, y tenían largos y esbeltos cuellos. Eran cisnes. A la vez que lanzaban un fantástico grito, extendieron sus largas, sus magníficas alas, y remontaron el vuelo, alejándose de aquel frío hacia los lagos abiertos y las tierras cálidas.

Se elevaron muy alto, muy alto, allá entre los aires, y el patito feo se sintió lleno de una rara inquietud. Comenzó a dar vueltas y vueltas en el agua lo mismo que una rueda, estirando el cuello en la dirección que seguían, que él mismo se asustó al oírlo. ¡Ah, jamás podría olvidar aquellos hermosos y afortunados pájaros! En cuanto los perdió de vista, se sumergió derecho hasta el fondo, y se hallaba como fuera de sí cuando regresó a la superficie. No tenía idea de cuál podría ser el nombre de aquellas aves, ni de adónde se dirigían, y, sin embargo, eran más importantes para él que todas las que había conocido hasta entonces. No las envidiaba en modo alguno: ¿cómo se atrevería siquiera a soñar que aquel esplendor pudiera pertenecerle? Ya se daría por satisfecho con que los patos lo tolerasen, ¡pobre criatura estrafalaria que era!

¡Cuán frío se presentaba aquel invierno! El patito se veía forzado a nadar incesantemente para impedir que el agua se congelase en torno suyo. Pero cada noche el hueco en que nadaba se hacía más y más pequeño. Vino luego una helada tan fuerte, que el patito, para que el agua no se cerrase definitivamente, ya tenía que mover las patas todo el tiempo en el hielo crujiente. Por fin, debilitado por el esfuerzo, quedóse muy quieto y comenzó a congelarse rápidamente sobre el hielo.

A la mañana siguiente, muy temprano, lo encontró un campesino. Rompió el hielo con uno de sus zuecos de madera, lo recogió y lo llevó a casa, donde su mujer se encargó de revivirlo.

Los niños querían jugar con él, pero el patito feo tenía terror de sus travesuras y, con el miedo, fue a meterse revoloteando en la paila de la leche, que se derramó por todo el piso. Gritó la mujer y dio unas palmadas en el aire, y él, más asustado, metióse de un vuelo en el barril de la mantequilla, y desde allí lanzóse de cabeza al cajón de la harina, de donde salió hecho una lástima. ¡Había que verlo! Chillaba la mujer y quería darle con la escoba, y los niños tropezaban unos con otros tratando de echarle mano. ¡Cómo gritaban y se reían!… Fue una suerte que la puerta estuviese abierta. El patito se precipitó afuera, entre los arbustos, y se hundió, atolondrado, entre la nieve recién caída.
Pero sería demasiado cruel describir todas las miserias y trabajos que el patito tuvo que pasar durante aquel crudo invierno. Había buscado refugio entre los juncos cuando las alondras comenzaron a cantar y el sol a calentar de nuevo: llegaba la hermosa primavera.

El patito feo
El patito feo

Entonces, de repente, probó sus alas: el zumbido que hicieron fue mucho más fuerte que otras veces, y lo arrastraron rápidamente a lo alto. Casi sin darse cuenta, se halló en un vasto jardín con manzanos en flor y fragantes lilas, que colgaban de las verdes ramas sobre un sinuoso arroyo. ¡Oh, qué agradable era estar allí, en la frescura de la primavera! Y en eso surgieron frente a él de la espesura tres hermosos cisnes blancos, rizando sus plumas y dejándose llevar con suavidad por la corriente. El patito feo reconoció a aquellas espléndidas criaturas que una vez había visto levantar el vuelo, y se sintió sobrecogido por un extraño sentimiento de melancolía.

—¡Volaré hasta esas regias aves! —se dijo—. Me darán de picotazos hasta matarme, por haberme atrevido, feo como soy, a aproximarme a ellas. Pero, ¡qué importa! Mejor es que ellas me maten, a sufrir los pellizcos de los patos, los picotazos de las gallinas, los golpes de la muchacha que cuida las aves y los rigores del invierno.

Y así, voló hasta el agua y nadó hacia los hermosos cisnes. En cuanto lo vieron, se le acercaron con las plumas encrespadas.

—¡Sí, mátenme, mátenme! —gritó la desventurada criatura, inclinando la cabeza hacia el agua en espera de la muerte. Pero, ¿qué es lo que vio allí en la límpida corriente? ¡Era un reflejo de sí mismo, pero no ya el reflejo de un pájaro torpe y gris, feo y repugnante, no, sino el reflejo de un cisne!
Poco importa que se nazca en el corral de los patos, siempre que uno salga de un huevo de cisne. Se sentía realmente feliz de haber pasado tantos trabajos y desgracias, pues esto lo ayudaba a apreciar mejor la alegría y la belleza que le esperaban… Y los tres cisnes nadaban y nadaban a su alrededor y lo acariciaban con sus picos.

En el jardín habían entrado unos niños que lanzaban al agua pedazos de pan y semillas. El más pequeño exclamó:

—¡Ahí va un nuevo cisne!

Y los otros niños corearon con gritos de alegría:

—¡Sí, hay un cisne nuevo!

Y batieron palmas y bailaron, y corrieron a buscar a sus padres. Había pedacitos de pan y de pasteles en el agua, y todo el mundo decía:

—¡El nuevo es el más hermoso! ¡Qué joven y esbelto es!

Y los cisnes viejos se inclinaron ante él. Esto lo llenó de timidez, y escondió la cabeza bajo el ala, sin que supiese explicarse la razón. Era muy, pero muy feliz, aunque no había en él ni una pizca de orgullo, pues este no cabe en los corazones bondadosos. Y mientras recordaba los desprecios y humillaciones del pasado, oía como todos decían ahora que era el más hermoso de los cisnes. Las lilas inclinaron sus ramas ante él, bajándolas hasta el agua misma, y los rayos del sol eran cálidos y amables. Rizó entonces sus alas, alzó el esbelto cuello y se alegró desde lo hondo de su corazón:

—Jamás soñé que podría haber tanta felicidad, allá en los tiempos en que era sólo un patito feo.

 

Read More »

Wednesday, 24 June 2015

El gato con botas

El gato con botas

           Había una vez un molinero cuya única herencia para sus tres hijos eran su molino, su asno y su gato. Pronto se hizo la repartición sin necesitar de un clérigo ni de un abogado, pues ya habían consumido todo el pobre patrimonio. Al mayor le tocóel molino, al segundo el asno, y al menor el gato que quedaba.


El pobre joven amigo estaba bien inconforme por haber recibido tan poquito.

-”Mis hermanos”- dijo él,-”pueden hacer una bonita vida juntando sus bienes, pero por mi parte, después de haberme comido al gato, y hacer unas sandalias con su piel, entonces no me quedará más que morir de hambre.”-

El gato, que oyó todo eso, pero no lo tomaba así, le dijo en un tono firme y serio:

-”No te preocupes tanto, mi buen amo. Si me das un bolso, y me tienes un par de botas para mí, con las que yo pueda atravesar lodos y zarzales, entonces verás que no eres tan pobre conmigo como te lo imaginas.”-

El gato con botas
El gato con botas
El amo del gato no le dió mucha posibilidad a lo que le decía. Sin embargo, a menudo lo había visto haciendo ingeniosos trucos para atrapar ratas y ratones, tal como colgarse por los talones, o escondiéndose dentro de los alimentos y fingiendo estar muerto. Así que tomó algo de esperanza de que él le podría ayudar a paliar su miserable situación.

Después de recibir lo solicitado, el gato se puso sus botas galantemente, y amarró el bolso alrededor de su cuello. Se dirigió a un lugar donde abundaban los conejos, puso en el bolso un poco de cereal y de verduras, y tomó los cordones de cierre con sus patas delanteras, y se tiró en el suelo como si estuviera muerto. Entonces esperó que algunos conejitos, de esos que aún no saben de los engaños del mundo, llegaran a mirar dentro del bolso.

Apenas recién se había echado cuando obtuvo lo que quería. Un atolondrado e ingenuo conejo saltó a la bolsa, y el astuto gato, jaló inmediatamente los cordones cerrando la bolsa y capturando al conejo.

Orgulloso de su presa, fue al palacio del rey, y pidió hablar con su majestad. Él fue llevado arriba, a los apartamentos del rey, y haciendo una pequeña reverencia, le dijo:

-”Majestad, le traigo a usted un conejo enviado por mi noble señor, el Marqués de Carabás. (Porque ese era el título con el que el gato se complacía en darle a su amo).”-

-”Dile a tu amo”- dijo el rey, -”que se lo agradezco mucho, y que estoy muy complacido con su regalo.”-

En otra ocasión fue a un campo de granos. De nuevo cargó de granos su bolso y lo mantuvo abierto hasta que un grupo de perdices ingresaron, jaló las cuerdas y las capturó. Se presentó con ellas al rey, como había hecho antes con el conejo y se las ofreció. El rey, de igual manera recibió las perdices con gran placer y le dió una propina. El gato continuó, de tiempo en tiempo, durante unos tres meses, llevándole presas a su majestad en nombre de su amo.

Un día, en que él supo con certeza que el rey recorrería la rivera del río con su hija, la más encantadora princesa del mundo, le dijo a su amo:

-”Si sigues mi consejo, tu fortuna está lista. Todo lo que debes hacer es ir al río a bañarte en el lugar que te enseñaré, y déjame el resto a mí.”-

El Marqués de Carabás hizo lo que el gato le aconsejó, aunque sin saber por qué. Mientras él se estaba bañando pasó el rey por ahí, y el gato empezó a gritar:

-”¡Auxilio!¡Auxilio!¡Mi señor, el Marqués de Carabás se está ahogando!”-

Con todo ese ruido el rey asomó su oído fuera de la ventana del coche, y viendo que era el mismo gato que a menudo le traía tan buenas presas, ordenó a sus guardias correr inmediatamente a darle asistencia a su señor el Marqués de Carabás. Mientras los guardias sacaban al Marqués fuera del río, el gato se acercó al coche y le dijo al rey que, mientras su amo se bañaba, algunos rufianes llegaron y le robaron sus vestidos, a pesar de que gritó varias veces tan alto como pudo:

-”¡Ladrones!¡Ladrones!”-

En realidad, el astuto gato había escondido los vestidos bajo una gran piedra.

El rey inmediatamente ordenó a los oficiales de su ropero correr y traer uno de sus mejores vestidos para el Marqués de Carabás. El rey entonces lo recibió muy cortésmente. Y ya que los vestidos del rey le daban una apariencia muy atractiva (además de que era apuesto y bien proporcionado), la hija del rey tomó una secreta inclinación sentimental hacia él. El Marqués de Carabás sólo tuvo que dar dos o tres respetuosas y algo tiernas miradas a ella para que ésta se sintiera fuertemente enamorada de él. El rey le pidió que entrara al coche y los acompañara en su recorrido.

El gato, sumamente complacido del éxito que iba alcanzando su proyecto, corrió adelantándose. Reunió a algunos lugareños que estaban preparando un terreno y les dijo:

-”Mis buenos amigos, si ustedes no le dicen al rey que los terrenos que ustedes están trabajando pertenecen al Marqués de Carabás, los harán en picadillo de carne.”-

Cuando pasó el rey, éste no tardó en preguntar a los trabajadores de quién eran esos terrenos que estaban limpiando.

-”Son de mi señor, el Marqués de Carabás.”- contestaron todos a la vez, pues las amenazas del gato los habían amedrentado.

-”Puede ver señor”- dijo el Marqués, -”estos son terrenos que nunca fallan en dar una excelente cosecha cada año.”-

El hábil gato, siempre corriendo adelante del coche, reunió a algunos segadores y les dijo:

-”Mis buenos amigos, si ustedes no le dicen al rey que todos estos granos pertenecen al Marqués de Carabás, los harán en picadillo de carne.”-

El rey, que pasó momentos después, les preguntó a quien pertenecían los granos que estaban segando.
-”Pertenecen a mi señor, el Marqués de Carabás.”- replicaron los segadores, lo que complació al rey y al marqués. El rey lo felicitó por tan buena cosecha. El fiel gato siguió corriendo adelante y decía lo mismo a todos los que encontraba y reunía. El rey estaba asombrado de las extensas propiedades del señor Marqués de Carabás.

Por fin el astuto gato llegó a un majestuoso castillo, cuyo dueño y señor era un ogro, el más rico que se hubiera conocido entonces. Todas las tierras por las que había pasado el rey anteriormente, pertenecían en realidad a este castillo. El gato que con anterioridad se había preparado en saber quien era ese ogro y lo que podía hacer, pidió hablar con él, diciendo que era imposible pasar tan cerca de su castillo y no tener el honor de darle sus respetos.

El ogro lo recibió tan cortésmente como podría hacerlo un ogro, y lo invitó a sentarse.

-”Yo he oído”- dijo el gato, -”que eres capaz de cambiarte a la forma de cualquier criatura en la que pienses. Que tú puedes, por ejemplo, convertirte en león, elefante, u otro similar.”-

-”Es cierto”- contestó el ogro muy contento, -”Y para que te convenzas, me haré un león.”-
El gato se aterrorizó tanto por ver al león tan cerca de él, que saltó hasta el techo, lo que lo puso en más dificultad pues las botas no le ayudaban para caminar sobre el tejado. Sin embargo, el ogro volvió a su forma natural, y el gato bajó, diciéndole que ciertamente estuvo muy asustado.

-”También he oído”- dijo el gato, -”que también te puedes transformar en los animales más pequeñitos, como una rata o un ratón. Pero eso me cuesta creerlo. Debo admitirte que yo pienso que realmente eso es imposible.”-

-”¿Imposible?”- Gritó el ogro, -”¡Ya lo verás!”-

Inmediatamente se transformó en un pequeño ratón y comenzó a correr por el piso. En cuanto el gato vio aquello, lo atrapó y se lo tragó.

Mientras tanto llegó el rey, y al pasar vio el hermoso castillo y decidió entrar en él. El gato, que oyó el ruido del coche acercándose y pasando el puente, corrió y le dijo al rey:

-”Su majestad es bienvenido a este castillo de mi señor el Marqués de Carabás.”-

-”¿Qué?¡Mi señor Marqués!” exclamó el rey, -”¿Y este castillo también te pertenece? No he conocido nada más fino que esta corte y todos los edificios y propiedades que lo rodean. Entremos, si no te importa.”-

El marqués brindó su mano a la princesa para ayudarle a bajar, y siguieron al rey, quien iba adelante. Ingresaron a una espaciosa sala, donde estaba lista una magnífica fiesta, que el ogro había preparado para sus amistades, que llegaban exactamente ese mismo día, pero no se atrevían a entrar al saber que el rey estaba allí.

 

Read More »

Saturday, 20 June 2015

Las tres princesasLas tres princesas

Las tres princesas

            En Alemania, hace mucho, mucho tiempo, vivía un rey que tenía tres hijas, tres muchachas belles como el sol que todos los días paseaban por el jardín del palacio.

En aquel jardín había un árbol cargado de manzanas color sangre tan buenas, que el rey había lanzado una maldición contra cualquiera que intentase robarlas:
 
– ¡Quien toque mis manzanas se hundirá bajo tierra a una profundidad de cientos de brazas!

Por eso nadie se atrevía a arrancar ningún fruto del árbol, ni siquiera las princesas, que iban todos los días a ver si el viento había hecho caer alguna al suelo. Pero aunque las ramas estaban tan cargadas que se doblaban hasta el suelo, nunca encontraran ninguna.

Al final la hermana mayor dijo:

-Estoy segura de que la maldición no vale para nosotras. ¡Nuestro padre nos quiere demasiado!

Después arrancó una gran manzana, le dio un mordisco y levantó los ojos al cielo, diciendo:

-¡Está requetebuena! Nunca había comido nada mejor. Probadla también vosotras.

Las hermana mordieron la manzana, una por una parte y otra por la otra, y entonces las tres se hundieron en la tierra cientos y cientos de metros sin que nadie se diera cuenta.

Las tres princesas
Las tres princesas
 A la hora de la cena, el rey empezó a buscarlas en cada esquina del palacio, pero nada, no encontró a las princesas. Entonces las buscó en el jardín, luego en la ciudad, y después por toda la comarca, pero no hubo nada que hacer.

El rey, desesperado, anunció que entregaría como esposa a una de las hijas a quien las encontrará, pero nadie lo consiguió.¿ Quién habría imaginado que la tierra las había engullido?

Al cabo de un tiempo, los jóvenes que habían partido en su busca regresaron a casa y sólotres hermanos cazadores siguieron rastreando el bosque y la llanura, dicididos a no darse por vencidos.

Caminando, caminando, una noche llegaron a un castillo que pareció deshabitado, aunque la chimenea estaba encendida y la mesa puesta. Así pues, los cazadores, que tenían mucha hambre, entraron, se sentaron a comer, y luego se fueron a dormir entre sábanas de seda, diciendo:

-¡Aquí se está muy a gusto! Podriamos quedarnos y ver si por casualidad las princesas están cerca de aquí.

Decidieron hacerlo así y a la mañana siguiente el hermano mayor se quedó haciendo la comida, mientras los otros dos iban a dar un paseo.

Estaba removiendo la sopa y dando vueltas al asado cuendo un hombrecillo con chaqueta verde y nariz roja aparecióde no se sabe dónde.

-¿ Podrías darme un poco de pan, jovencito?- preguntó el hombrecillo, y el cazador le dio una buena rebanada.

Sin embargo, el hombrecillo la tiró al suelo y luego dijo:

– Soy tan viejo que no puedo agacharme. Recógemela tú.

Cuando se apachó, el gnomo ( porque se trataba de un gnomo y además de los malos) le agarro de los pelos y le pegó hasta más no poder, dejándole más muerto que vivo.

Cuando los hermanos volvieron, el joven no dijo nada: ¡se avergonzaba de que hubiera podido con él un hombre muchísimo más bajito! Y además quería ver cómo se las arreglarían los otros cuando el hombrecillo regresara.

Al día siguiente se quedó en casa el hermano mediano y las cosas sucedieron del mismo modo: el gnomo le pidío un trozo de pan, lo tiró al suelo y después, cuando el muchacho se agachó, le dio tantos golpes que perdió el conocimiento.

Pero el hermano mediano tampoco contó nada, Ahora le tocaba al más pequeño y quería ver cómo le iban las cosas.

Sin embargo, el hermano menor era diferente de los otros dos, y cuando el gnomo le pidío que le recogiera el pan, le respondió que no.¡Aquel tipo tan feo no le gustaba nada y no tenía ganas de hacerle ningún favor.!

El hombrecillo se enfadó muchísimo y empezó a armar barullo, así que el muchacho le agarró de los pelos y le dio tantos golpes como habían recibido sus dos hermanos juntos.

Entonces el gnómo empezó a chillar:

-¡Basta, basta! ¡Déjame y te diré donde están las princesas!

Las tres princesas
Gnomo
-¡Ahora sí que empezamos a entendernos!- dijo el hermano menor; y el gnomo le enseñó un pozo muy profundo en el patio del castillo. Las princesas estaban precisamente en el fondo y para encontrarlas, había que bajar en una cesta atada a una cuerda llevando consigo un buen cuchillo.

-Pero ten cuidado, por que tus hermanos no te quieren e intentarán gastarte alguna broma pesada- dijo el hombrecillo, y desapareció girando sobre sí mismo como una peonza.

Cuando volvieron los dos hermanos mayores convencidos de que lo iban a encontrar hecho polvo y lleno de moratones, el joven les contó qué había sucedido y fueron corriendo a recoger todo lo que había falta para bajar al pozo. Luego dijeron:

Tu tienes que bajar primero ya que eres el que menos pesa.

Entonces el hermano menor bajó y encontró uan puerta cerrada de la que procedía un gran ruido, como si hubiera alguien roncando. Echó una ojeada por el agujero de la cerradura y vio un dragón profundamente dormido con sus nueve cabezas posadas sobre las rodillas de una princesa que le estaba despiojando.

El joven cazador entró de puntillas y con su cuchillo cortó las cabezas de un tajo, haciéndolas rodar por el suelo. Entonces la princesa le abrazó y le besó, y luego le regaló su collar de oro rojo, que valía nueve reinos, diciendo:

– Ahora teines que liberar a mis hermanas.

De hecho, en la habitación había otra puerta, y detrás de ésta un dragón durmiendo, con sus siete cabezas posadas sobre las rodillas de una princesa que le estaba despiojando. El cazador también las cortó y como recompensa recibió un collar de oro amarillo que valía site reinos.

Después abrió la última puerta y encontró un dragón de tres cabezas y una princesa que le estaba despiojando. En cuanto las cabezas rodaron, le regaló un collar de oro blanco que valía tres reinos.

Ahora sólo quedaba salir del pozo, así que las tres princesas se metieron una por una en la cesta y las subieron. Pero cuando llegó su turno, el cazador recordó que el gnomo le había dicho que tuviera cuidado, así que en vez de meterse en la cesta, metió un pesado predusco. E hizo, bien, porque a mitad de camino los hermanos cortaron la cuerda y la piedra se rompió en pedazos al chocar contra el fondo del pozo.

“¡Mira cómo habría terminado si no hubiera hecho caso al hombrecillo!”, pensó el hermano menor, y empezó a rebuscar en las tres habitaciones para hallar un modo de salir de allí.

A pesar de que registró todo bien, no encontró nada. Al final, desesperado, se sentó con la cabeza entre las manos. Entonces vio en el suelo una flauta de sauce tan pequeña que no parecía hecha para un hombre.

Vencido por la curiosidad, el muchacho sopló dentro como si fuera un silbato.

Fue suficiente una sola nota para que la habitación se llenara de gnomos. Había miles y miles, y seguían llegando más.
 
-¿Qué quieres?- preguntaron-.¡Estamos a tus ordenes!

– Llevadme inmediatamente al palacio real!-dijo el cazador, y un instante después estaba en el salón del trono.

Allí estaban sus hermanos, vestidos con gran pompa, a punto de casarse con dos de las princesas. La más pequeña les sujetaba la cola del vestido. Los cazadores las habían amenazado con matarlas a las tres si no decían que las habían liberado ellos, así que las pobrecillas habían jurado que nunca jamás contarían lo que había sucedido realmente.

Pero el hermano pequeño sí que contó toda la historia y mostró como prueba los tres collares, así que el rey preguntó a sus hijas si estaba diciendo la verdad.

– No podemos decírselo a nadie, lo hemos jurado-dijeron ellas.

Entonces el padre respondió:

– Si no queréis decírmelo a mí, decírselo a menos a la estufa.

Luego se escondió detrás de la puerta y se quedó escuchando mientras ellas le contaban todo a la estufa apagada. Cuando las princesas dijeron que los hermanos mayores habían cortado la cuerda para que la cesta se chocara contra el fondo del pozo, salió de su escondite y ordenó:

-¡ Ahorcad a esos dos cazadores y que el tercero tome por esposa a la más joven de las princesas!

Así termina el cuento, con todos sonrientess, menos yo, que para contarlo me he quedado sin lengua no dientes.

 

Read More »

Tuesday, 16 June 2015

Pinocho

Pinocho

            Hace mucho tiempo, un carpintero llamado Gepeto, como se sentía muy solo, cogió de su taller un trozo de madera y construyó un muñeco llamado Pinocho.

–¡Qué bien me ha quedado! –exclamó–. Lástima que no tenga vida. Cómo me gustaría que mi Pinocho fuese un niño de verdad. Tanto lo deseaba que un hada fue hasta allí y con su varita dio vida al muñeco.

Pinocho
Pinocho
–¡Hola, padre! –saludó Pinocho.

–¡Eh! ¿Quién habla? –gritó Gepeto mirando a todas partes.

–Soy yo, Pinocho. ¿Es que ya no me conoces?

–¡Parece que estoy soñando! ¡Por fin tengo un hijo!

Gepeto pensó que aunque su hijo era de madera tenía que ir al colegio. Pero no tenía dinero, así que decidió vender su abrigo para comprar los libros.

Salía Pinocho con los libros en la mano para ir al colegio y pensaba:
–Ya sé, estudiaré mucho para tener un buen trabajo y ganar dinero, y con ese dinero compraré un buen abrigo a Gepeto.
De camino, pasó por la plaza del pueblo y oyó:
Pinocho-2
Pinocho y Gepetto Bailando
–¡Entren, señores y señoras! ¡Vean nuestro teatro de títeres!
Era un teatro de muñecos como él y se puso tan contento que bailó con ellos. Sin embargo, pronto se dio cuenta de que no tenían vida y bailaban movidos por unos hilos que llevaban atados a las manos y los pies.
–¡Bravo, bravo! –gritaba la gente al ver a Pinocho bailar sin hilos.
–¿Quieres formar parte de nuestro teatro? –le dijo el dueño del teatro al acabar la función.
–No porque tengo que ir al colegio.

–Pues entonces, toma estas monedas por lo bien que has bailado –le dijo un señor.

Pinocho siguió muy contento hacia el cole, cuando de pronto:

Pinocho
Nariz Pinocho

–¡Vaya, vaya! ¿Dónde vas tan deprisa, jovencito? –dijo un gato muy mentiroso que se encontró en el camino.

 –Voy a comprar un abrigo a mi padre con este dinero.

–¡Oh, vamos! –exclamó el zorro que iba con el gato–. Eso es poco dinero para un buen abrigo.

¿No te gustaría tener más?

–Sí, pero ¿cómo? –contestó Pinocho.

–Es fácil –dijo el gato–. Si entierras tus monedas en el Campo de los Milagros crecerá una planta que te dará dinero.

–¿Y dónde está ese campo?

–Nosotros te llevaremos –dijo el zorro.

Así, con mentiras, los bandidos llevaron a Pinocho a un lugar lejos de la ciudad, le robaron las monedas y le ataron a un árbol.

Gritó y gritó pero nadie le oyó, tan sólo el Hada Azul.

–¿Dónde perdiste las monedas?

–Al cruzar el río –dijo Pinocho mientras le crecía la nariz.

Se dio cuenta de que había mentido y, al ver su nariz, se puso a llorar.

–Esta vez tu nariz volverá a ser como antes, pero te crecerá si vuelves a mentir –dijo el Hada Azul.

Así, Pinocho se fue a la ciudad y se encontró con unos niños que reían y saltaban muy contentos.

–¿Qué es lo que pasa? –preguntó.

–Nos vamos de viaje a la Isla de la Diversión, donde todos los días son fiesta y no hay colegios ni profesores. ¿Te quieres venir?

–¡Venga, vamos!

Entonces, apareció el Hada Azul.

–¿No me prometiste ir al colegio? –preguntó.

–Sí –mintió Pinocho–, ya he estado allí.

Y, de repente, empezaron a crecerle unas orejas de burro. Pinocho se dio cuenta de que le habían crecido por mentir y se arrepintió de verdad. Se fue al colegio y luego a casa, pero Gepeto había ido a buscarle a la playa con tan mala suerte que, al meterse en el agua, se lo había tragado una ballena.
–¡Iré a salvarle! –exclamó Pinocho.

Se fue a la playa y esperó a que se lo tragara la ballena. Dentro vio a Gepeto, que le abrazó muy fuerte.

–Tendremos que salir de aquí, así que encenderemos un fuego para que la ballena abra la boca.
Así lo hicieron y salieron nadando muy deprisa hacia la orilla. El papá del muñeco no paraba de abrazarle. De repente, apareció el Hada Azul, que convirtió el sueño de Gepeto en realidad, ya que tocó a Pinocho y lo convirtió en un niño de verdad.

 

Read More »

Thursday, 11 June 2015

Las aventuras de Ardilla Cola de Seda

Las aventuras de Ardilla Cola de Seda

CAPÍTULO I

       Érase una vez una bella isla situada en el centro de un enorme lago, donde vivía, en el corazón de un viejo roble, una familia de ardillas. En total eran tres: Padre, Madre y Cola de Seda, y eran la familia más feliz que se puede imaginar.

El Padre Ardilla trabajaba mucho durante todo el día, recogiendo y guardando nueces para que hubiera suficiente comida en la despensa cuando llegara el invierno, y si Madre Ardilla no estaba ocupada con las tareas de la casa, también ayudaba a recoger nueces, que escondía en los lugares más insospechados, para que las ardillas perezosas no pudieran encontrarlas.

Las aventuras de Ardilla Cola de Seda
Las aventuras de Ardilla Cola de Seda

Sabía que algunas pícaras ardillas remolonas jugaban durante todo el verano, y cuando llegaba el frío, sus pobres bebés lloraban a veces porque tenían hambre. No es que ella no ayudase a la gente que estaba en apuros, porque era una madre buena y compasiva, pero sabía por experiencia que las ardillitas que no trabajaban recogiendo nueces cuando estaban al alcance de todos, se servían de los almacenes de los demás si tenían la ocasión. Un día, mientras la Señora Ardilla estaba planchando unas ropitas de Cola de Seda, oyó un golpe en la puerta. Era un mensajero del Señor Caballero Ardilla, que invitaba a Cola de Seda a una fiesta sorpresa para su hijita Piel Suave. Cuando Cola de Seda llegó saltando a cenar aquel día, y vio una cosa rosa asomando por debajo de su plato, ya os podéis imaginar lo encantada que se sintió cuando la sacó y descubrió que se trataba de una invitación a una fiesta, porque las fiestas eran muy escasas en la isla. Estaba prevista para cuando los veraneantes se fueran, porque no era seguro hacerla mientras ellos estuvieran. Con los veraneantes, siempre había algún niño con un rifle deseando comerse una empanada de ardilla. En invierno hacía demasiado frío, y en primavera escasamente quedaba comida suficiente para las comidas normales, y mucho menos para una fiesta. Así que este era el momento ideal, y Cola de Seda se sintió más feliz que en toda su vida.

CAPÍTULO II

         El día de la fiesta, después de comer, la Señora Ardilla lavó, cepilló y peinó a Cola de Seda hasta que le dolió, y pensó que tendría que dar un grito o dos. Después la vistió con uno de los vestidos más bonitos que había visto en su vida. Cola de Seda tenía incluso unos zapatos nuevos con grandes lazos rosas. –Tienes que estar a la altura, cariño –dijo la madre, mientras le ataba los cordones de su lindo sombrero

–y además

–insistió, mientras le besaba por vigésima vez al menos

–, ten mucho cuidado con tus modales, no pierdas el regalo (un pañuelo de encaje monísimo con pájaros azules en los bordes), ve derecha ahí y vuelve sin entretenerte antes de que anochezca.

Las aventuras de Ardilla Cola de Seda
La Señora Ardilla siguió a Cola de Seda por el camino

Ya sabes que la vieja Gata Atigrada adora cenar ardillitas, y le dará lo mismo que lleves tu mejor vestido de fiesta. Los gatos a veces son tan taimados… –añadió.

La Señora Ardilla siguió a Cola de Seda por el camino durante un rato, hasta que al volver un recodo, la pequeña se volvió, agitó la mano como despedida y se perdió de vista. La Señora Ardilla suspiró mientras volvía a casa, esperando que todo le saliera muy bien a su hijita aquel día. La propia Cola de Seda estaba encantada, y después de despedirse de su madre, su mente se llenó de las cosas agradables y ricas que sabía que iba a encontrar en la fiesta. Sus ojitos pardos parecían bailar mientras ella pensaba en las exquisiteces que le aguardaban. No había llegado muy lejos cuando oyó una vocecita gritando: –¡Por favor, ayúdenme! ¡Me duele mucho! Y al mirar alrededor vio un pobre ratoncillo cuya cola se había quedado atrapada entre dos piedras. –¡Un momento! –dijo Cola de Seda, y después de dejar cuidadosamente su pañuelo y su abanico en el suelo, intentó mover las piedras que aprisionaban la cola del pequeño Timmy Ratón. Al principio pensó que no lo conseguiría, pero encontró un bastón de buen tamaño y con él logró levantar la piedra lo suficiente para que el pobre Tim se soltara. Estaba muy contento de encontrarse libre, dijo éste, no sólo porque la piedra le hacía un daño terrible, sino porque temía que la vieja Gata Atigrada pasara por ahí en cualquier momento. –No sé expresar cuánto te lo agradezco –le dijo –, pero quizá algún día pueda hacer algo por ti. –No tiene importancia –contestó Cola de Seda, recogiendo de nuevo sus cosas.

Dile a tu madre que te ponga un poco de árnica en la cola, y verás como deja de dolerte –y se perdió de vista –Debo darme prisa –pensó –, no me gustaría llegar tarde a la fiesta.


Las aventuras de Ardilla Cola de Seda
¡Por favor, ayúdenme!.

CAPÍTULO IV

           –¡Cielos! ¡Te has salvado de milagro! –exclamó Cola de Seda, deteniéndose junto a un diminuto pájaro carpintero que había caído al suelo –Tu madre debe ser muy descuidada para dejarte caer. –No –contestó el pequeñín –, Madre ha ido a buscar comida, y yo jugaba demasiado cerca del borde del nido y me caí. En ese momento llegó la madre del pájaro carpintero, y alarmada porque les hubiera sucedido algo a sus bebés, se lanzó volando contra Cola de Seda, mientras gritaba: –¿Qué haces aquí? –No les estoy haciendo daño a sus hijos –dijo Cola de Seda –Sólo estaba poniendo a su pequeñín otra vez en el nido. Se ha caído al suelo y no podía volver solo. Ha sido una suerte que lo viera, porque casi lo piso.

A estas alturas, la Señora Carpintero ya se había tranquilizado, y estaba consternada por haberle hablado de forma tan brusca. –Por favor, discúlpame –dijo –Estaba tan asustada que no sabía lo que decía. Te lo agradezco infinito, y si algún día necesitas una amiga, házmelo saber y haré todo lo que pueda para ayudarte. Cola de Seda no se detuvo a hablar más rato. Sabía que cada vez estaba más cerca de la fiesta, así que se apresuró.

CAPÍTULO V

–Bueno –pensó Cola de Seda –Ya no vuelvo a detenerme, no importa lo que suceda. Me daré prisa y no pararé hasta que llegue a la casa del Caballero Ardilla. ¡Vaya, ya debe haber empezado la fiesta! –pensó, mientras miraba a su relojito de pulsera. Y mientras lo hacía, oyó un ruido entre las hojas del borde del camino. –No voy a detenerme –pensó –Haré como si no he oído nada. Pero sólo había dado unos pasos, cuando tuvo que volverse a mirar si algo iba mal. Era una criatura tan compasiva que no podía ir a divertirse sabiendo que quizá hubiera pasado de largo por donde había alguien sufriendo.
–¿Qué sucede? –preguntó casi con impaciencia, mirando hacia donde parecía oírse el ruido. –¡No hace falta que te enfades! –dijo un murcielaguito que estaba tendido en el borde del camino –¿Te importa levantarme y colgarme de ese viejo árbol? Supongo que me he quedado dormido y me he soltado de la rama. ¡No, no! ¡Así no! –dijo, mientras Cola de Seda intentaba colocarlo en la rama –Cuélgame boca abajo. Es así como duermo. –Muy bien –contestó Cola de Seda –Ahí tienes, boca abajo. Ahora espero que todo esté bien. –Sí, gracias –dijo el murciélago –Ya puedo volver a dormirme, e intentaré tener más cuidado.

Las aventuras de Ardilla Cola de Seda
Cola de Seda sabía que cada vez estaba más cerca de la fiesta.

–Pero antes de que te vayas –continuó él –, quisiera que me dieras tu nombre y dirección. La pondré en mi bolsillo y acaso algún día pueda serte útil, por haber sido tan amable conmigo hoy. Cola de Seda le dijo en tan pocas palabras como pudo su nombre, dónde vivía y a dónde se dirigía, y después, haciendo un gesto de adiós con la mano, recogió sus cosas y echó a correr más deprisa que nunca.

–¡Oh, cielos! –suspiró –Ya casi podría volverme a casa, tan tarde es. Seguro que ya se habrán comido el helado y todas las golosinas antes de que yo llegue. Ojalá la gente no fuera tan descuidada y diera tanta faena a los demás. Estoy harta de todo, y espero que sea la última vez que me entretengo. Tan excitada estaba la pobre Cola de Seda que tomó el camino de la izquierda en lugar del de la derecha, y anduvo una buena distancia antes de descubrir que algo iba mal. No sabía qué hacer, y se asustó tantísimo que se tuvo que sentar y se puso a llorar amargamente. No sabía cuánto tiempo llevaba ahí: empezó a recordar lo que había sucedido desde que su madre le dio un beso de despedida y se preguntó si sería capaz de encontrar el camino de vuelta sin que antes le atrapara esa espantosa Gata Atigrada. –Si consigo salir de este apuro –pensó –, no volveré a detenerme en mi vida a ayudar a nadie. Si hubiera ido derecha a la fiesta y hubiera dejado que los demás se ocuparan de sí mismos, ahora estaría a salvo. Con el pensamiento de que era la criatura más desgraciada del mundo, rompió de nuevo a llorar. –¿Me darías esas lágrimas, por favor? –Cola de Seda oyó preguntar a una vocecita –Me estoy marchitando y pronto moriré si alguien no me da de beber.

Cola de Seda miró al suelo y vio una diminuta campanilla toda mustia, y con aspecto muy triste. –Aquí los árboles no son muy gruesos –dijo –No consigo lluvia ni rocío, y como hoy las hadas tienen una gran fiesta, se han olvidado de mí. Para entonces, las lágrimas de Cola de Seda ya se habían secado, pues al ver a alguien en apuros le había hecho olvidar sus propios problemas. –No puedo darte mis lágrimas –dijo –porque ya se han secado, pero puedo traerte un poco de agua del arroyo. Y dejando de nuevo en el suelo su pequeño abanico y su pañuelo, marchó rápidamente al arroyo a buscar el agua. No tenía con qué llevarla, así que hizo un cuenco con las manitas, y estaba saltando de una piedra a otra cuando su piececito resbaló y acabó en el agua.

–¡Oh, mi zapatito! –se lamentó Cola de Seda, al ver el precioso lazo todo mojado y lleno de barro –ahora ya no puedo ir a la fiesta. Hizo lo que pudo por quitar el barro y ahuecar el lazo, y después recogió más agua y se la llevó a la pequeña campanilla, que esperaba impaciente su vuelta. –Aquí tienes, ahora alza la cabeza y sé feliz –dijo Cola de Seda mientras echaba el agua alrededor de sus diminutas raíces –Si quieres más, te la traeré, y después tengo que encontrar la forma de volver a casa, pues me he perdido en el camino a la fiesta de Piel Suave. La pequeña campanilla ya estaba bien fresca después de su frenético trago, y le dijo a Cola de Seda cuál era la dirección para llegar a casa de Piel Suave.

La pequeña campanilla
La pequeña campanilla

CAPÍTULO VII

Después de dar las gracias a la florecita, volvió a ponerse en marcha y estaba tomando el último recodo cuando vio en el camino a la vieja Gata Atigrada. Cola de Seda no se quedó a mirar más que un instante. Sabía que tenía que moverse aprisa si quería escapar, así que dio media vuelta, gritó con todas sus fuerzas pidiendo ayuda y corrió tan deprisa como se lo permitieron sus piernecitas. Pero después de una caminata tan larga estaba ya cansada, y no pudo correr durante mucho tiempo. La vieja Atigrada ya la estaba alcanzando cuando la Señora Carpintero, que había oído el primer grito de auxilio de Cola de Seda, llegó volando rápidamente a su rescate. Se lanzó sobre la cabeza de la vieja Gata, y comenzó a picotearle furiosamente. La vieja Atigrada se quedó tan sorprendida que se cayó de cabeza en un agujero al borde del camino y pasaron unos minutos hasta que pudo recobrarse lo suficiente para mirar hacia arriba y descubrir quién le había atacado. Al hacerlo, una enorme piedra cayó de la nada dentro del agujero, atrapándole la cola. Al pequeño Timmy Ratón (porque era él el que había enganchado la cola de la vieja Gata Atigrada) le costó un rato atreverse a mirar dentro del hoyo para ver si su plan había funcionado. –Así que eres tú, ¿eh? –dijo Atigrada, mirando fijamente a Timmy. Esa mirada fue suficiente para el pequeño Timmy, que salió disparado hacia su casa a toda velocidad.

CAPÍTULO VIII

Para entonces ya era muy tarde, y la pobre Cola de Seda, aún agradecida de haber escapado de la vieja Gata Atigrada, tenía mucho miedo de encontrarse con algún peligro a cada paso que diera. De repente, una voz dijo a su lado: –No temas, sígueme de cerca, pues yo veo muy bien en la oscuridad. Tú me echaste una mano durante el día, y ahora yo puedo ayudarte por la noche. Con estas palabras, el Señor Murciélago (porque era el mismo que ella había ayudado esa tarde cuando el animalito se cayó del árbol) la tomó de la mano, y la guió hasta la casa de los Piel Suave, donde todos la estaban esperando. Después de que la Señora Carpintero se lanzara sobre la Gata Atigrada, había volado hasta la fiesta para contarles la experiencia de la pobre Cola de Seda, y para pedirles que siguieran con la fiesta un poco más de tiempo.

CAPÍTULO IX

Y desde luego, fue una fiesta fabulosa. La habían organizado en el hermoso césped, y la luna había aparecido tan brillante que los pequeñines jugaron a todo lo que habían previsto para las horas de luz. Había nueces, manzanas, caramelos, todo tipo de golosinas para comer, divertidos juegos para distraerse, y bailaron a la luz de la luna hasta que cantó el chotacabras, y eso fue el toque de queda para todo el mundo. Como era tan tarde cuando Cola de Seda llegó a la fiesta, la Señora Piel Suave envió un mensaje a su madre, diciéndole que dormiría en su casa y la mandaría de vuelta a primeras horas de la mañana siguiente.

Las aventuras de Ardilla Cola de Seda
Desde luego, fue una fiesta fabulosa

Así que después de que terminara la fiesta y todos los pequeños se fueran a sus casas en el bosque, la Señora Piel Suave metió a Cola de seda y a su hija en la camita de ésta, les dio un beso de buenas noches, escuchó sus oraciones, y se fue sin hacer ruido a su cuarto, en la parte opuesta del gran roble.

CAPÍTULO X

Cola de Seda estaba demasiado cansada incluso para soñar con las muchas experiencias que había tenido aquel día, y se durmió rápidamente. A la mañana siguiente temprano, tal como había prometido, la Señora Piel Suave se encargó de que llevaran a Cola de Seda a casa bien protegida. Su madre la esperaba ansiosa en la puerta, y las dos se sintieron muy felices de sentir los brazos de la otra alrededor del cuello. Madre Ardilla besó a su hijita después de que le contaran todas las aventuras que había pasado, y enjugándose las lágrimas de los ojos, dijo: –Después de todo, querida Cola de Seda, ya ves que no se pierde nada siendo amable con los demás. Ya estás a salvo y de vuelta en casa, y me alegro mucho de que disfrutaras de la fiesta.

 

 

Read More »

Thursday, 4 June 2015

El Señor Tigre

El Señor Tigre

        Hace muchos, muchísimos años, cuando las personas y los animales hablaban todavía el mismo idioma y el tigre tenía una piel de color amarillo brillante, una tarde el búfalo regresaba a su casa, después de bañarse en el río. Iba canturreando una canción, con la nariz bien alta, porque en aquel tiempo aún tenía la nariz saliente y el labio superior entero. Su hocico apuntaba hacia el cielo y no se dio cuenta de que el tigre le seguía hasta que oyó a su lado un ronco “buenas noches”.


El señor Tigre
El señor Tigre

El búfalo hubiera echado a correr muy a gusto, pero no quería parecer cobarde. Así que siguió su camino mientras el tigre le daba conversación.

-No se te ve mucho por el bosque. ¿Sigues trabajando con el hombre?

El búfalo dijo que sí.

-¡Qué cosa tan rara! No lo comprendo. ¡Caray!, el hombre no tiene zarpas, ni veneno, ni demasiada fuerza, y encima es muy pequeñajo. ¿Por qué lo aceptas como jefe?

-Yo tampoco lo comprendo -contestó el búfalo-. Supongo que será por su inteligencia -In-te-li… ¿qué?

-Inteligencia es algo especial que tiene el hombre y que le permite dominarme a mí, y también al caballo y al cerdo, al perro y al gato -explicó el búfalo con aire sabiondo, contento de saber más que el tigre.

-Interesante, pero que muy interesante. Si yo tuviera esa inteli- lo que sea, la vida me sería mucho más agradable. Todos me obedecerían sin esas carreras y esos saltos que ahora tengo que dar. Me tumbaría en la hierba y escogería los bichos más gordos para mi comida. ¿Tú crees que el hombre me vendería un poco de su in-te-li-gen-cia?

-No… no lo sé -murmuró el búfalo.

-Se lo preguntaré mañana. ¡No se atreverá a negarse, digo yo! -gruñó el tigre, y desapareció en la oscuridad.

El búfalo se encaminó lentamente hacia su casa, un poco asustado, temiendo haber hablado de más. Pero después de la cena se tranquilizó. “El tigre nunca viene a los arrozales”, pensó antes de dormirse.

A la mañana siguiente, cuando llegó al campo con su amo, el búfalo vio que había juzgado mal al tigre, porque ya estaba allí esperando. Incluso había preparado un discurso para aquel encuentro.

-No te asustes, amo hombre -dijo el tigre amablemente- He venido en son de paz. Me han dicho que posees una cosa llamada in-te-li-gencia, y quisiera comprártela. Desearía hacerlo en seguida, porque tengo mucha prisa. ¡Todavía no he desayunado!, ¿comprendes?

El búfalo se sintió muy culpable. Pero entonces oyó que el campesino respondía:

-¡Qué gran honor! ¡El señor tigre en persona visitando mi humilde campo y dándome la oportunidad de servir a un animal tan grande y tan hermoso!

Y le hizo una reverencia como si estuviera ante el propio emperador.

El tigre, lleno de orgullo, respondió:

-Por favor, no hagas ninguna ceremonia por una simple criatura como yo. Sólo he venido a comprar…

-¿Comprar? -le interrumpió el campesino-. ¡Ni pensarlo! Insisto en regalártela, para que sea un recuerdo de esta grata visita que tanto honor me hace.

-Oh, qué amable por tu parte. Nunca pensé que el hombre tuviera tan buenos modales -dijo el tigre; pero, en realidad, estaba pensando para sus adentros: “¡Vaya día de suerte! Primero me reciben como a un rey, luego me dan la in-te-li-gencia gratis y después me zampo al campesino para abrir el apetito y al búfalo para desayunar”.

Los ojos le brillaban como dos estrellas verdes mientras insistía:
 
-Me la darás ahora mismo, espero.

-Lo haría con mucho gusto, pero siempre dejo la inteligencia en casa cuando salgo a trabajar-contestó el campesino, que había advertido el brillo de gula en los ojos del tigre-. Ya ves, vale demasiado para que me arriesgue a perderla, y, además, aquí no la necesito.

Pero voy corriendo a casa y te la traigo ahora mismo.

Avanzó unos pasos, pero se volvió en seguida.

-¿Has dicho que todavía no habías desayunado?

-Sí. ¿Por qué lo preguntas?

-Porque en ese caso no puedo dejar contigo al búfalo. Te lo comerías.

-Te prometo que no me lo comeré. Por favor, ¡date prisa!

-No dudo de tu promesa, pero si la olvidas y te comes al búfalo ¿quién me ayudará en mi trabajo? Por otra parte, es tan lento que, si lo llevo conmigo, tardaríamos horas en ir a casa y volver, y no quisiera hacer esperar a Su Excelencia. Claro que, si permites que te ate a aquel árbol, el búfalo podría quedarse aquí sin miedo.

El Señor Tigre
El Señor Tigre
El tigre aceptó.

“Me los comeré a los dos más tarde”, pensó mientras el campesino le ataba fuertemente al árbol. Y la boca se le hacía agua sólo con imaginar el sabor del gran búfalo, del hombrecito moreno y de aquella cosa nueva que se llamaba in-te-li-gencia.

Al cabo de un rato el campesino regresó.

-¿La has traído? -preguntó el tigre impaciente.

-Claro -respondió el campesino, enseñándole una cosa que ardía en la punta de un palo.

-Pues dámela, ¡aprisa! -ordenó el tigre.

El campesino obedeció. Puso la bajo los bigotes del tigre y empezaron a arder. Le acercó el fuego a las orejas, al lomo, a la cola, y por donde rozaba le dejaba la piel chamuscada.

-¡Me quema, me quema! -aullaba el tigre.

-Es la inteligencia -dijo con ironía el campesino-. Ven, búfalo, vámonos.

Pero el búfalo no podía irse. Se tronchaba, se moría de risa. Figúrate al señor tigre, el terror de la selva, dejándose atar a un árbol para luego ser quemado con una antorcha.

¡Una escena graciosísima! El búfalo se revolcaba por la hierba, sin poder dejar de reír, hasta que su hocico chocó contra un tocón de árbol que le partió en dos el morro y le aplastó la nariz. Y todavía hoy se ven los resultados de este accidente en sus descendientes.

¿Y qué pasó con el tigre? Pues que rugió y pataleó, y poco después las llamas quemaron la cuerda y por fin pudo escapar. Pero la cuerda ardiendo le había chamuscado tanto su piel amarilla que, por mucho que se lavó, no pudo borrarse las rayas negras que le quedaron marcadas. Y esa es la razón de que el tigre tenga rayas.

Otra versión de cómo el tigre ha conseguido su rayas

 

Read More »