Thursday, 30 April 2015

El león y el ratón

El león y el ratón

           Una tarde muy calurosa, un león dormitaba en una cueva fría y oscura. Estaba a punto de dormirse del todo cuando un ratón se puso a corretear sobre su hocico. Con un rugido iracundo, el león levantó su pata y aplastó al ratón contra el suelo.

-¿Cómó te atreves a despertarme? -gruñó- Te-voy a espachurrar.

-Oh, por favor, por favor, perdóname

la vida -chilló el ratón atemorizado-Prometo ayudarte algún día si me dejas marchar.

-¿Quieres tomarme el pelo? -dijo el león-. ¿Cómo podría un ratoncillo birrioso como tú ayudar a un león grande y fuerte como yo?

El león y el ratón
El león y el ratón

Se echó a reír con ganas. Se reía tanto que en un descuido deslizó su pata y el ratón escapó.

Unos días más tarde el león salió de caza por la jungla. Estaba justamente pensando en su próxima comida cuando tropezó con una cuerda estirada en medio del sendero. Una red enorme se abatió sobre él y, pese a toda su fuerza, no consiguió liberarse. Cuanto más se removía y se revolvía, más se enredaba y más se tensaba la red en torno a él.

El león empezó a rugir tan fuerte que todos los animales le oían, pues sus rugidos llegaban hasta los mismos confines de la jungla. Uno de esos animales era el ratonállo, que se encontraba royendo un grano de maíz. Soltó inmediatamente el grano y corrió hasta el león.

—¡Oh, poderoso león! -chilló- Si me hicieras el favor de quedarte quieto un ratito, podría ayudarte a escapar.

El león se sentía ya tan exhausto que permaneció tumbado mirando cómo el ratón roía las cuerdas de la red. Apenas podía creerlo cuando, al cabo de un rato, se dio cuenta de que estaba libre.

-Me salvaste la vida, ratónenle —di¡o—. Nunca volveré a burlarme de las promesas hechas por los amigos pequeños.

 

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Friday, 24 April 2015

El ángel

 El ángel

            Cada vez que muere un niño bueno, baja del cielo un ángel de Dios Nuestro Señor, toma en brazos el cuerpecito muerto y, extendiendo sus grandes alas blancas, emprende el vuelo por encima de todos los lugares que el pequeñuelo amó, recogiendo a la vez un ramo de flores para ofrecerlas a Dios, con objeto de que luzcan allá arriba más hermosas aún que en el suelo. Nuestro Señor se aprieta contra el corazón todas aquellas flores, pero a la que más le gusta le da un beso, con lo cual ella adquiere voz y puede ya cantar en el coro de los bienaventurados.

He aquí lo que contaba un ángel de Dios Nuestro Señor mientras se llevaba al cielo a un niño muerto;
y el niño lo escuchaba como en sueños. Volaron por encima de los diferentes lugares donde el pequeño había jugado, y pasaron por jardines de flores espléndidas.

-¿Cuál nos llevaremos para plantarla en el cielo? -preguntó el ángel.

Crecía allí un magnífico y esbelto rosal, pero una mano perversa había tronchado el tronco, por lo que todas las ramas, cuajadas de grandes capullos semiabiertos, colgaban secas en todas direcciones.

-¡Pobre rosal! -exclamó el niño-. Llévatelo; junto a Dios florecerá.

Y el ángel lo cogió, dando un beso al niño por sus palabras; y el pequeñuelo entreabrió los ojos.

Recogieron luego muchas flores magníficas, pero también humildes ranúnculos y violetas silvestres.

-Ya tenemos un buen ramillete -dijo el niño; y el ángel asintió con la cabeza, pero no emprendió enseguida el vuelo hacia Dios. Era de noche, y reinaba un silencio absoluto; ambos se quedaron en la gran ciudad, flotando en el aire por uno de sus angostos callejones, donde yacían montones de paja y cenizas; había habido mudanza: se veían cascos de loza, pedazos de yeso, trapos y viejos sombreros, todo ello de aspecto muy poco atractivo.

Entre todos aquellos desperdicios, el ángel señaló los trozos de un tiesto roto; de éste se había desprendido un terrón, con las raíces, de una gran flor silvestre ya seca, que por eso alguien había arrojado a la calleja.

El ángel
El ángel

-Vamos a llevárnosla -dijo el ángel-. Mientras volamos te contaré por qué.

Remontaron el vuelo, y el ángel dio principio a su relato:

-En aquel angosto callejón, en una baja bodega, vivía un pobre niño enfermo. Desde el día de su nacimiento estuvo en la mayor miseria; todo lo que pudo hacer en su vida fue cruzar su diminuto cuartucho sostenido en dos muletas; su felicidad no pasó de aquí. Algunos días de verano, unos rayos de sol entraban hasta la bodega, nada más que media horita, y entonces el pequeño se calentaba al sol y miraba cómo se transparentaba la sangre en sus flacos dedos, que mantenía levantados delante el rostro, diciendo: «Sí, hoy he podido salir». Sabía del bosque y de sus bellísimos verdores primaverales, sólo porque el hijo del vecino le traía la primera rama de haya. Se la ponía sobre la cabeza y soñaba que se encontraba debajo del árbol, en cuya copa brillaba el sol y cantaban los pájaros.

Un día de primavera, su vecinito le trajo también flores del campo, y, entre ellas venía casualmente una con la raíz; por eso la plantaron en una maceta, que colocaron junto a la cama, al lado de la ventana. Había plantado aquella flor una mano afortunada, pues, creció, sacó nuevas ramas y floreció cada año; para el muchacho enfermo fue el jardín más espléndido, su pequeño tesoro aquí en la Tierra. La regaba y cuidaba, preocupándose de que recibiese hasta el último de los rayos de sol que penetraban por la ventanuca; la propia flor formaba parte de sus sueños, pues para él florecía, para él esparcía su aroma y alegraba la vista; a ella se volvió en el momento de la muerte, cuando el Señor lo llamó a su seno. Lleva ya un año junto a Dios, y durante todo el año la plantita ha seguido en la ventana, olvidada y seca; por eso, cuando la mudanza, la arrojaron a la basura de la calle. Y ésta es la flor, la pobre florecilla marchita que hemos puesto en nuestro ramillete, pues ha proporcionado más alegría que la más bella del jardín de una reina.

-Pero, ¿cómo sabes todo esto? -preguntó el niño que el ángel llevaba al cielo.

-Lo sé -respondió el ángel-, porque yo fui aquel pobre niño enfermo que se sostenía sobre muletas. ¡Y bien conozco mi flor!

El pequeño abrió de par en par los ojos y clavó la mirada en el rostro esplendoroso del ángel; y en el mismo momento se encontraron en el Cielo de Nuestro Señor, donde reina la alegría y la bienaventuranza. Dios apretó al niño muerto contra su corazón, y al instante le salieron a éste alas como a los demás ángeles, y con ellos se echó a volar, cogido de las manos. Nuestro Señor apretó también contra su pecho todas las flores, pero a la marchita silvestre la besó, infundiéndole voz, y ella rompió a cantar con el coro de angelitos que rodean al Altísimo, algunos muy de cerca otros formando círculos en torno a los primeros, círculos que se extienden hasta el infinito, pero todos rebosantes de felicidad. Y todos cantaban, grandes y chicos, junto con el buen chiquillo bienaventurado y la pobre flor silvestre que había estado abandonada, entre la basura de la calleja estrecha y oscura, el día de la mudanza.
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Como escribir un cuento

Como escribir un cuento:

1. Si quieres escribir un cuento, lo primero que debes hacer es leer libros, cuentos, etc… Para saber como el autor interpreta cada personaje y que problemas y casos plantea para que los lectores entiendan la historia.

Como escribir un cuento
Como escribir un cuento
2. Muchos dias en el colegio, en el autobus… se nos ocurren ideas, estas a aveces pueden servir para escribir un cuento, por eso, te recomiendo que lleves una libreta, la grabadora del movil… para que si se te ocurre alguna idea, en un momento inesperado, que te la puedas apuntar para en otro momento recordarla.

3.  Un cuento normal, tiene que tener un comienzo en el que introduzcas a los lectores en tu historia. Tambien ha de tener una parte central en la que se plantee un problema o conflicto entre los personajes de tu cuento. Finalmente ha de tener un desenlace que debe ser el final o la solucion de el problema que se planteaba, en el desenlace debes intentar que el lector se quede con la idea que tu quieres expresar como final de tu cuento.

4.  Es fundamental que conozcas bien a los personajes de tu cuento,simplemente porque tu no puedes decir que un personaje que odia correr, se apunte a clases de atletismo. Y ademas esos datos no debes ponerlos en la historia, porque conforme los lectores van leyendo el cuento se iran dando cuenta de los gustos, miedos… que cada personaje tiene.

5. Generalmente, los cuentos, no son largos,estos suelen ser de 1 pagina y como maximo 2. Normalmente no sera posible desarrollar mucho mas, porque entonces ya no seria un cuento, seria una novela o un libro. Los cuentos suelen tener un escenario, es decir, el sitio donde ocurre el conflicto, y unos cuantos personajes principales y secundarios.

6.  Para que la historia que quieres contar quede bien, tienes que decidir si tu cuento va estar en 1º (yo), 2º (tu) o 3º persona ( el o ella). En algunas historias, es el narrador el que cuenta tu historia, y despues, aparte ya esta el diálogo y lo que tu quieras añadir.

7.  Cuando ya has terminado de idear los detalles y conflictos que quieres que tu historia contenga, ya será solamente escribir las palabras adecuadas. Es posible que pienses que no conoces bien a tus personajes, pero segun vaya pasando el tiempo, los conoceras mejor.

8. Si quieres atrapar al lector y que siga leyendo tu cuento, debe ser en la primera oracion o parrafo, si haces que se aburra no seguira leyendo.  Debe de ser un comiezo rapido y no es preciso dar muchos detalles  del escenario, ves al centro de la historia, y muestra detalles acerca de los personajes.

9.  A la hora de escribir tu cuento,  te encontraras con diferentes posibilidades, por eso tienes que saber superarlas. Tambien has de saber, que te tienes que proponer un objetivo, cada dia hacer 1 pagina o 2 es un buen objetivo.No pasa nada si lo que escribes un dia, no te gusta y lo tiras a la basura, eso es normal, todos tenemos dias malos. Ademas eso signnificara que has estado pensando en tu cuento, y eso es bueno.

10. A medida que vayas escribiendo tu cuento, querras cambiar algun personaje, algun trozo de tu cuento…son tus personajes los que eligen lo que debes hacer. Pero si tu piensas que tienes que eliminar o cambiar algo, si crees que asi tu cuento quedará mejor, hazlo.

11. Cuando hayas acabado tu historia revísala, corrige los errores y revisa que los pasos que hemos visto antes, estan bien hechos. Si tienes tiempo deja la historia descansar unos dias antes de revisarla.

12. Envia tu cuento a una persona de confianza para que te diga sugerencias… Estudia sus propuestas y si te convencen añadelas a tu cuento. Pero sobre todo no te enfades con tus revisores por sus críticas o sugerencias.

13.  Escucha las críticas de la gente, no tienes que seguir todos los consejos y propuestas, solo las que tu consideres que son buenas, porque al fin y al cabo, eres tu el autor/a de la historia.

Claudia Pérez Soliveres, 5º de Primaria 11 años

 

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Wednesday, 15 April 2015

La liebre y la tortuga

La liebre y la tortuga

               La liebre siempre se reía de la tortuga, porque era muy lenta. —¡Je, ¡el En realidad, no sé por qué te molestas en moverte -le dijo.

-Bueno -contestó la tortuga-, es verdad que soy lenta, pero siempre llego al final. Si quieres hacemos una carrera.

-Debes estar bromeando -dijo la liebre, despreciativa- Pero si insistes, no tengo inconveniente en hacerte una demostración.

La liebre y la tortuga
La tortuga y la liebre
Era un caluroso día de sol y todos los animales fueron a ver la Gran Carrera. El topo levantó la bandera y dijo: -Uno, dos, tres… ¡Ya!

La liebre salió corriendo, y la tortuga se quedó atrás, tosiendo en una nube de polvo. Cuando echó a andar, la liebre ya se había perdido de vista.

Pero cuál no fue su horror al ver desde lejos cómo la tortuga le había adelantado y se arrastraba sobre la línea de meta. ¡Había ganado la tortuga! Desde lo alto de la colina, la liebre podía oír las aclamaciones y los aplausos.

-No es justo -gimió la liebre- Has hecho trampa. Todo el mundo sabe que corro más que tú.

-¡Oh! -dijo la tortuga, volviéndose para mirarla- Pero ya te dije que yo siempre llego. Despacio pero seguro.

-No tiene nada que hacer -dijeron los saltamontes- La tortuga está perdida.

“¡Je, je! ¡Esa estúpida tortuga!”, pensó la liebre, volviéndose

La liebre y la tortuga
La tortuga y la liebre

. “¿Para qué voy a correr? Mejor descanso un rato.”

Así pues, se tumbó al sol y se quedó dormida, soñando con los premios y medallas que iba a conseguir.

La tortuga siguió toda la mañana avanzando muy despacio. La mayoría de los animales, aburridos, se fueron a casa. Pero la tortuga continuó avanzando. A mediodía pasó ¡unto a la liebre, que dormía al lado del camino. Ella siguió pasito a paso.

Finalmente, la liebre se despertó y estiró las piernas. El sol se estaba poniendo. Miró hacia atrás y se rió:

—¡Je, ¡el ¡Ni rastro de esa tonta tortuga! Con un gran salto, salió corriendo en dirección a la meta para recoger su premio.

Pero cuál no fue su horror al ver desde lejos cómo la tortuga le había adelantado y se arrastraba sobre la línea de meta. ¡Había ganado la tortuga! Desde lo alto de la colina, la liebre podía oír las aclamaciones y los aplausos.

-No es justo -gimió la liebre- Has hecho trampa. Todo el mundo sabe que corro más que tú.

-¡Oh! -dijo la tortuga, volviéndose para mirarla- Pero ya te dije que yo siempre llego. Despacio pero seguro.

 

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Saturday, 4 April 2015

Barba Azul

Barba Azul

               Érase una vez un hombre que tenía hermosas casas en la ciudad y en el campo, vajilla de oro y plata, muebles tapizados de brocado y carrozas completamente doradas; pero, por desgracia, aquel hombre tenía la barba azul: aquello le hacía tan feo y tan terrible, que no había mujer ni joven que no huyera de él.

Una distinguida dama, vecina suya, tenía dos hijas sumamente hermosas. Él le pidió una en matrimonio, y dejó a su elección que le diera la que quisiera. Ninguna de las dos quería y se lo pasaban la una a la otra, pues no se sentían capaces de tomar por esposo a un hombre que tuviera la barba azul. Lo que tampoco les gustaba era que se había casado ya con varias mujeres y no se sabía qué había sido de ellas.

Barba Azul, para irse conociendo, las llevó con su madre, con tres o cuatro de sus mejores amigas y con algunos jóvenes de la localidad a una de sus casas de campo, donde se quedaron ocho días enteros. Todo fueron paseos, partidas de caza y de pesca, bailes y festines, meriendas: nadie dormía, y se pasaban toda la noche gastándose bromas unos a otros. En fin, todo resultó tan bien, que a la menor de las hermanas empezó a parecerle que el dueño de la casa ya no tenía la barba tan azul y que era un hombre muy honesto.

En cuanto regresaron a la ciudad se consumó el matrimonio.

Al cabo de un mes Barba Azul dijo a su mujer que tenía que hacer un viaje a provincias, por lo menos de seis semanas, por un asunto importante; que le rogaba que se divirtiera mucho durante su ausencia, que invitara a sus amigas, que las llevara al campo si quería y que no dejase de comer bien.

BarbaAzul
Barba Azul

-Éstas son -le dijo- las llaves de los dos grandes guardamuebles; éstas, las de la vajilla de oro y plata que no se saca a diario; éstas, las de mis cajas fuertes, donde están el oro y la plata; ésta, la de los estuches donde están las pedrerías, y ésta, la llave maestra de todos las habitaciones de la casa. En cuanto a esta llavecita, es la del gabinete del fondo de la gran galería del piso de abajo: abrid todo, andad por donde queráis, pero os prohibo entrar en ese pequeño gabinete, y os lo prohibo de tal suerte que, si llegáis a abrirlo, no habrá nada que no podáis esperar de mi cólera.

Ella prometió observar estrictamente cuanto se le acababa de ordenar, y él, después de besarla, sube a su carroza y sale de viaje.

Las vecinas y las amigas no esperaron que fuesen a buscarlas para ir a casa de la recién casada, de lo impacientes que estaban por ver todas las riquezas de su casa, pues no se habían atrevido a ir cuando estaba el marido, porque su barba azul les daba miedo.

Y ahí las tenemos recorriendo en seguida las habitaciones, los gabinetes, los guardarropas, todos a cual más bellos y ricos. Después subieron a los guardamuebles, donde no dejaban de admirar la cantidad y la belleza de las tapicerías, de las camas, de los sofás, de los bargueños, de los veladores, de las mesas y de los espejos, donde se veía uno de cuerpo entero, y cuyos marcos, unos de cristal, otros de plata y otros de plata recamada en oro, eran los más hermosos y magníficos que se pudo ver jamás. No paraban de exagerar y envidiar la suerte de su amiga, que sin embargo no se divertía a la vista de todas aquellas riquezas, debido a la impaciencia que sentía por ir a abrir el gabinete del piso de abajo.

Se vio tan dominada por la curiosidad, que, sin considerar que era una descortesía dejarlas solas, bajó por una pequeña escalera secreta, y con tal precipitación, que creyó romperse la cabeza dos o tres veces.

Al llegar a la puerta del gabinete, se detuvo un rato, pensando en la prohibición que su marido le había hecho, y considerando que podría sucederle alguna desgracia por ser desobediente; pero la tentación era tan fuerte, que no pudo resistirla: cogió la llavecita y, temblando, abrió la puerta del gabinete.

Al principio no vio nada, porque las ventanas estaban cerradas; después de algunos momentos empezó a ver que el suelo estaba completamente cubierto de sangre coagulada, y que en la sangre se reflejaban los cuerpos de varias mujeres muertas que estaban atadas a las paredes (eran todas las mujeres con las que Barba Azul se había casado y que había degollado una tras otra). Creyó que se moría de miedo, y la llave del gabinete, que acababa de sacar de la cerradura, se le cayó de las manos.
Después de haberse recobrado un poco, recogió la llave, volvió a cerrar la puerta y subió a su habitación para reponerse un poco; pero no lo conseguía, de lo angustiada que estaba.

Habiendo notado que la llave estaba manchada de sangre, la limpió dos o tres veces, pero la sangre no se iba; por más que la lavaba e incluso la frotaba con arena y estropajo, siempre quedaba sangre, pues la llave estaba encantada y no había manera de limpiarla del todo: cuando se quitaba la sangre de un sitio, aparecía en otro.

Barba Azul volvió aquella misma noche de su viaje y dijo que había recibido cartas en el camino que le anunciaban que el asunto por el cual se había ido acababa de solucíonarse a su favor. Su mujer hizo todo lo que pudo por demostrarle que estaba encantada de su pronto regreso.
Al día siguiente, él le pidió las llaves, y ella se las dio, pero con una mano tan temblorosa, que él adivinó sin esfuerzo lo que había pasado.

-¿Cómo es que -le dijo- la llave del gabinete no está con las demás?

-Se me habrá quedado arriba en la mesa -contestó.

-No dejéis de dármela en seguida -dijo Barba Azul.

Después de aplazarlo varias veces, no tuvo más remedio que traer la llave.

Barba Azul, habiéndola mirado, dijo a su mujer:

-¿Por qué tiene sangre esta llave?

-No lo sé -respondió la pobre mujer, más pálida que la muerte.

-No lo sabéis -prosiguió Barba Azul-; pues yo sí lo sé: habéis querido entrar en el gabinete. Pues bien, señora, entraréis en él e iréis a ocupar vuestro sitio al lado de las damas que habéis visto.

Ella se arrojó a los pies de su marido, llorando y pidiéndole perdón con todas las muestras de un verdadero arrepentimiento por no haber sido obediente. Hermosa y afligida como estaba, hubiera enternecido a una roca; pero Barba Azul tenía el corazón más duro que una roca.

-Señora, debéis de morir -le dijo-, y ahora mismo.

-Ya que he de morir -le respondió, mirándole con los ojos bañados en lágrimas-, dadme un poco de tiempo para encomendarme a Dios.

-Os doy medio cuarto de hora -prosiguió Barba Azul-, pero ni un momento más.

Cuando se quedó sola, llamó a su hermana y le dijo:

-Ana, hermana mía (pues así se llamaba), por favor, sube a lo más alto de la torre para ver si vienen mis hermanos; me prometieron que vendrían a verme hoy, y, si los ves, hazles señas para que se den prisa.

u hermana Ana subió a lo alto de la torre y la pobre aflígida le gritaba de cuando en cuando:

-Ana, hermana Ana, ¿no ves venir a nadie?

Y su hermana Ana le respondía:

-No veo más que el sol que polvorea y la hierba que verdea.

Entre tanto Barba Azul, que llevaba un gran cuchillo en la mano, gritaba con todas sus fuerzas a su mujer:

-¡Baja en seguida o subiré yo a por ti!

-Un momento, por favor -le respondía su mujer; y en seguida gritaba bajito:

-Ana, hermana Ana, ¿no ves venir a nadie?

Y su hermana Ana respondía:

-No veo más que el sol que polvorea y la hierba que verdea.

-¡Vamos, baja en seguida -gritaba Barba Azul- o subo yo a por ti!

-Ya voy -respondía su mujer, y luego preguntaba a su hermana:

-Ana, hermana Ana, ¿no ves venir a nadie?

-Veo -respondió su hermana- una gran polvareda que viene de aquel lado.

-¿Son mis hermanos?

-¡Ay, no, hermana! Es un rebaño de ovejas.

-¿Quieres bajar de una vez? -gritaba Barba Azul.

-Un momento -respondía su mujer; y luego volvía a preguntar:

-Ana, hermana Ana, ¿no ves venir a nadie?

-Veo -respondió- dos caballeros que se dirigen hacia aquí, pero todavía están muy lejos.

-¡Alabado sea Dios! -exclamó un momento después-. Son mis hermanos; estoy hacíéndoles todas las señas que puedo para que se den prisa.

Barba Azul se puso a gritar tan fuerte, que toda la casa tembló.

La pobre mujer bajó y fue a arrojarse a sus pies, toda llorosa y desmelenada.

-Es inútil -dijo Barba Azul-, tienes que morir.

Luego, cogiéndola con una mano por los cabellos y levantando el gran cuchillo con la otra, se dispuso a cortarle la cabeza.

La pobre mujer, volviéndose hacia él y mirándolo con ojos desfallecientes, le rogó que le concediera un minuto para recogerse.

– No, no -dijo-, encomiéndate a Dios.

Y, levantando el brazo…

En aquel momento llamaron tan fuerte a la puerta, que Barba Azul se detuvo bruscamente; tan pronto como la puerta se abrió vieron entrar a dos caballeros que, espada en mano, se lanzaron directos hacia Barba Azul. Él reconoció a los hermanos de su mujer, el uno dragón y el otro mosquetero, así que huyó en seguida para salvarse; pero los dos hermanos lo persiguieron tan de cerca, que lo atraparon antes de que pudiera alcanzar la salida. Le atravesaron el cuerpo con su espada y lo dejaron muerto.
La pobre mujer estaba casi tan muerta como su marido y no tenía fuerzas para levantarse y abrazar a sus hermanos.

Sucedió que Barba Azul no tenía herederos, y así su mujer se convirtió en la dueña de todos sus bienes. Empleó una parte en casar a su hermana Ana con un joven gentilhombre que la amaba desde hacía mucho tiempo; empleó la otra parte en comprar cargos de capitán para sus dos hermanos; y el resto en casarse ella también con un hombre muy honesto, que le hizo olvidar los malos ratos que había pasado con Barba Azul.

 

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