Wednesday, 25 March 2015

Bambi

Bambi

        Érase una vez un bosque donde vivían muchos animales y donde todos eran muy amiguitos. Una mañana un pequeño conejo llamado Tambor fue a despertar al búho para ir a ver un pequeño cervatillo que acababa de nacer. Se reunieron todos los animalitos del bosque y fueron a conocer a Bambi, que así se llamaba el nuevo cervatillo. Todos se hicieron muy amigos de él y le fueron enseñando todo lo que había en el bosque: las flores, los ríos y los nombres de los distintos animales, pues para Bambi todo era desconocido.

Todos los días se juntaban en un claro del bosque para jugar. Una mañana, la mamá de Bambi lo llevó a ver a su padre que era el jefe de la manada de todos los ciervos y el encargado de vigilar y de cuidar de ellos. Cuando estaban los dos dando un paseo, oyeron ladridos de un perro. “¡Corre, corre Bambi! -dijo el padre- ponte a salvo”. “¿Por qué, papi?”, preguntó Bambi. Son los hombres y cada vez que vienen al bosque intentan cazarnos, cortan árboles, por eso cuando los oigas debes de huir y buscar refugio.

Bambi
Bambi

Pasaron los días y su padre le fue enseñando todo lo que debía de saber pues el día que él fuera muy mayor, Bambi sería el encargado de cuidar a la manada. Más tarde, Bambi conoció a una pequeña cervatilla que era muy muy guapa llamada Farina y de la que se enamoró enseguida. Un día que estaban jugando las dos oyeron los ladridos de un perro y Bambi pensó: “¡Son los hombres!”, e intentó huir, pero cuando se dio cuenta el perro estaba tan cerca que no le quedó más remedio que enfrentarse a él para defender a Farina. Cuando ésta estuvo a salvo, trató de correr pero se encontró con un precipicio que tuvo que saltar, y al saltar, los cazadores le dispararon y Bambi quedó herido.
Pronto acudió su papá y todos sus amigos y le ayudaron a pasar el río, pues sólo una vez que lo cruzaran estarían a salvo de los hombres, cuando lo lograron le curaron las heridas y se puso bien muy pronto.

Pasado el tiempo, nuestro protagonista había crecido mucho. Ya era un adulto. Fue a ver a sus amigos y les costó trabajo reconocerlo pues había cambiado bastante y tenía unos cuernos preciosos. El búho ya estaba viejecito y Tambor se había casado con una conejita y tenían tres conejitos. Bambi se casó con Farina y tuvieron un pequeño cervatillo al que fueron a conocer todos los animalitos del bosque, igual que pasó cuando él nació. Vivieron todos muy felices y Bambi era ahora el encargado de cuidar de todos ellos, igual que antes lo hizo su papá, que ya era muy mayor para hacerlo.
Leer versión más larga de Bambi, pero no tan bonitaaaaa

 

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Friday, 20 March 2015

Un Ojito, Dos Ojitos, Tres Ojitos

Un Ojito, Dos Ojitos, Tres Ojitos

Había una vez una viuda, que vivía con sus tres hijas, la mayor de ellas se llamaba Un Ojito, y la razón de su nombre era porque solo tenía un ojo enmedio de la frente; la segunda de sus hijas, Dos Ojitos, porque tenía dos ujos, como todo el mundo; y la menor, Tres Ojitos, porque tenía tres, dos en el sitio normal y un tercero ojito enmedio de la frente. La madre y las dos hermanas, trataban mal a Dos Ojitos, ya que era diferente a sus dos hermanas, no podían soportarla, y ninguneaban, la obligaban a ponerse vestidos andrajosos y le daban de comer las sobras de la mesa.

Cierto día se le presentó un hada a Dos Ojitos y le preguntó:

Un Ojito, Dos Ojitos, Tres Ojitos
Un Ojito, Dos Ojitos, Tres Ojitos
-¿Por qué lloras, Dos Ojitos?

-¿Cómo no voy a llorar?

-respondió-. Por tener dos ojos, mis hermanas y mi madre me tratan mal, me dan vestidos viejos y sobras de sus comidas.

– Vamos, Dos Ojitos – dijo el hada-. Enjúgate las lágrimas y te diré lo que tienes que hacer. Basta con que le digas a la cabrita que cuidas:”Cabrita, bala; mesita ponte” para que aparezca ante ti una mesa bien servida.

Luego, cuando hayas satisfecho tu hambre, dirás:

“Cabrita, bala; mesita levántate”, y la mesita desaparecerá.

Dicho esto, el hada se desvaneció. Sin pérdida de tiempo, Dos Ojitos, que ya no podía resistir más el hambre, pronunció las palabras mágicas, y al instante apareció ante ella una mesita servida. Dos Ojitos se puso a comer hasta quedar satisfecha. Luego dijo las palabras complementarias y la mesita desapareció.

Cuando volvió por la noche a casa con su cabrita, se encontró con un cuenco de barro en el que estaban las sobras que le habían dejado sus hermanas; pero ni siquiera lo tocó. Al día siguiente volvió a salir como de costumbre y no comió tampoco las sobras de las comidas. Esta vez, sus hermanas notaron que Dos Ojitos no tocaba los alimentos y se dijeron: “Aquí pasa algo. Seguramente Dos Ojitos come en otra parte y será necesario vigilarla”.

Un Ojito, Dos Ojitos, Tres Ojitos
Un Ojito, Dos Ojitos, Tres Ojitos
Al día siguiente, Un Ojito se fue con Dos Ojitos y con la cabrita a la pradera; pero se dio cuenta de las intenciones de aquélla, y al llegar adonde solía descansar le dijo:

– Ven, siéntate a mi lado, que te voy a cantar una canción.
Un Ojito, que se hallaba rendida por el largo paseo, se sentó y entonces Dos Ojitos se puso a cantarle. Un Ojito se quedó dormida y Dos Ojitos, pronunciando las palabras mágicas, se sentó a la mesita y comió y bebió hasta quedar saciada.

Una vez desaparecida la mesita, la chica despertó a su hermanita y le dijo:

– Vaya, Un Ojito, te has quedado profundamente dormida. Volvamos a casa , que se ha hecho muy tarde.

Cuando estuvieron de vuelta, Dos Ojitos dejó de nuevo sin tocar la sobras que había en su cuenco de barro. Un Ojito no pudo explicar a qué se debía aquello, pues había estado dormida mientras Dos Ojitos comía en la pradera.

Al otro día, la madre dijo a Tres Ojitos:

-Hoy irás tú, y vigila bien, pues no hay duda de que debe de comer en alguna parte.

Fueron las dos niñas con la cabrita y , al llegar a la pradera, Dos Ojitos le dijo a su hermanita:

-Siéntate aquí a mi lado, Tres Ojitos, que te voy a cantar una canción.

Un Ojito, Dos Ojitos, Tres Ojitos
Un Ojito, Dos Ojitos, Tres Ojitos
Se sentó Tres Ojitos y Dos Ojitos le cantó.

Pero en vez de decir:”Ya te duermes, Tres Ojitos”, se equivocó y dijo:”Ya te duermes Dos Ojitos”, con lo que sólo dos de los tres ojos de su hermana se cerraron, permaneciendo despierto el que tenía en medio de la frente. Sin embargo, Tres Ojitos lo cerró también, haciendo creer a su hermana que estaba dormida del todo.

De esta forma Tres Ojitos descubrió el secreto de la mesita mágica.

Cuando volvieron a casa, Dos Ojitos no miró siquiera las sobras del cuenco de barro. Entonces, Tres Ojitos le dijo a su madre:

– Ya sé por qué esta orgullosa no quiere comer. Cuando está en el prado le dice a la cabrita.”Cabrita, bala; mesita, ponte” y enseguida aparece una mesita bien servida; y cuando ha terminado de comer, dice:”Cabrita, bala; mesita, levántate”, y la mesita desaparece.

La madre, entonces, tomando un cuchillo, atravesó el corazón de la cabrita, que cayó muerta sin poder decir siquiera”bee”.

Dos Ojitos se apenó con la muerte de la cabrita y se puso a llorar. El hada volvió a aparecer y le preguntó:
 
-¿Por qué lloras, Dos Ojitos?

-¿Cómo no he de llorar – respondió la niña-, si mi madre mató a la cabrita y ahora sufro hambre y sed?

-Saca el corazón de la cabrita, entiérralo ante la puerta de la casa, y verás como te trae suerte.

Desapareció el hda y Dos Ojitos regresó corriendo a casa, sacó el corazón de la cabrita y lo enterró al pie de la puerta. A la mañana siguiente todos quedaron atónitos al ver delante de la casa un árbol maravilloso, con hojas de plata y frutos de oro.

Un Ojito, Dos Ojitos, Tres Ojitos
Un Ojito, Dos Ojitos, Tres Ojitos
La madre le dijo a Un Ojito que subiese al árbol y se apoderase de algunos frutos; pero la rama se le escapó de las manos y se disparó como una fecha. Lo intentó también Tres Ojitos y a esta le sucedió lo mismo.

Entonces, Dos Ojitos dijo tímidamente:

– Si me dejáis probar a mí, quizá lo consiga.

Insistió tanto que no tuvieron más remedio que dejarla subir.

Entonces vieron con sorpresa que las manzanas se dejaron caer por sí solas en manos de Dos Ojitos, y a los pocos instantes ésta tuvo su delantal lleno de frutos.

Cierto día, se acercó a la casa un caballero montado en brioso caballo blanco que se detuvo a admirar el árbol maravilloso.

-¿A quén pertenece este árbol tan precioso? Daría cuanto me pidieran por una ramita – dijo.

Un Ojito y Tres Ojitos, por más que se esforzaron, no pudieron atender la petición del caballero porque las ramas se les escapaban de las manos.

-¡Esto sí es estupendo! – comentó el caballero-. El árbol os pertenece y no podéis tomar nada de él.

Entonces, Dos Ojitos se ofreció a complacer al caballero y, en efecto, sacó una ramita cargada con frutos de oro.

-Muchas gracias – dijo el hombre-. Dime qué es lo que quieres a cambio.

-¡Oh! – respondió Dos Ojitos-. Padezco de hambre y de sed, de pena y de ansiedad desde que nace el día hasta que muere el sol. Lo que más te agradecería es que me libraras de esta terrible situación. Sólo así podría ser feliz.

Un Ojito, Dos Ojitos, Tres Ojitos
Un Ojito, Dos Ojitos, Tres Ojitos
El caballero subío a Dos Ojitos a la grupa del su corcel , y sin despedirse ni de su madre , ni de sus hermanas la llevó al castillo de su padre, el rey. Éste dio órdenes para que vistieran a la joven con regios vestidos y le dieran toda la comida y bebida que quisiera.
Al poco tiempo, como el joven caballero se había prendado de ella, se casaron y, para celebrar el feliz acontecimiento, se organizaron grandes y alegres festejos.

Dos Ojitos vivía feliz y en paz hasta que llegaron cierto día al castillo dos pobres mujeres pidiendo limosna. Dos Ojitos las reconoció al instante: eran sus hermanas, las cuales, a la muerte de su madre, habían caído en tal estado de miseria que tuvieron que pedir la caridad por todo el reino.
Dos Ojitos, al ver el arrepentimiento de sus hermanas, las perdonó y las acogió en el castillo, donde todos vivieron felices y en plena armonía.

 

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Tuesday, 10 March 2015

El gigante egoísta

El gigante egoísta

         Todas las tardes, al salir de la escuela, los niños jugaban en el jardín de un gran castillo deshabitado. Se revolcaban por la hierba, se escondían tras los arbustos repletos de flores y trepaban a los árboles que cobijaban a muchos pájaros cantores. Allí eran muy felices.

Una tarde, estaban jugando al escondite cuando oyeron una voz muy fuerte.

-¿Qué hacéis en mi jardín?

El gigante egoísta
El gigante egoísta
Temblando de miedo, los niños espiaban desde sus escondites, desde donde vieron a un gigante muy enfadado. Había decidido volver a casa después de vivir con su amigo el ogro durante siete años.

-He vuelto a mi castillo para tener un poco de paz y de tranquilidad -dijo con voz de trueno-. No quiero oír a niños revoltosos. ¡Fuera de mi jardín! ¡Y que no se os ocurra volver!

Los niños huyeron lo más rápido que pudieron.
-Este jardín es mío y de nadie más -mascullaba el gigante-. Me aseguraré de que nadie más lo use.
Muy pronto lo tuvo rodeado de un muro muy alto lleno de pinchos.

En la gran puerta de hierro que daba entrada al jardín el gigante colgó un cartel que decía “PROPIEDAD PRIVADA. Prohibido el paso”. . Todos los días los niños asomaban su rostro por entre las rejas de la verja para contemplar el jardín que tanto echaban de menos.

Luego, tristes, se alejaban para ir a jugar a un camino polvoriento. Cuando llegó el invierno, la nieve cubrió el suelo con una espesa capa blanca y la escarcha pintó de plata los árboles. El viento del norte silbaba alrededor del castillo del gigante y el granizo golpeaba los cristales.

-¡Cómo deseo que llegue la primavera! -suspiró acurrucado junto al fuego.

El gigante egoísta
El gigante egoísta
Por fin, la primavera llegó. La nieve y la escarcha desaparecieron y las flores tiñeron de colores la tierra. Los árboles se llenaron de brotes y los pájaros esparcieron sus canciones por los campos, excepto en el jardín del gigante. Allí la nieve y la escarcha seguían helando las ramas desnudas de los árboles.

-La primavera no ha querido venir a mi jardín -se lamentaba una y otra vez el gigante- Mi jardín es un desierto, triste y frío.

Una mañana, el gigante se quedó en cama, triste y abatido. Con sorpresa oyó el canto de un mirlo. Corrió a la ventana y se llenó de alegría. La nieve y la escarcha se habían ido, y todos los árboles aparecían llenos de flores.

En cada árbol se hallaba subido un niño. Habían entrado al jardín por un agujero del muro y la primavera los había seguido. Un solo niño no había conseguido subir a ningún árbol y lloraba amargamente porque era demasiado pequeño y no llegaba ni siquiera a la rama más baja del árbol más pequeño.

El gigante sintió compasión por el niño.

-¡Qué egoísta he sido! Ahora comprendo por qué la primavera no quería venir a mi jardín. Derribaré el muro y lo convertiré en un parque para disfrute de los niños. Pero antes debo ayudar a ese pequeño a subir al árbol.

El gigante bajó las escaleras y entró en su jardín, pero cuando los niños lo vieron se asustaron tanto que volvieron a escaparse. Sólo quedó el pequeño, que tenía los ojos llenos de lágrimas y no pudo ver acercarse al gigante. Mientras el invierno volvía al jardín, el gigante tomó al niño en brazos.

-No llores -murmuró con dulzura, colocando al pequeño en el árbol más próximo.

De inmediato el árbol se llenó de flores, el niño rodeó con sus brazos el cuello del gigante y lo besó.

El gigante egoísta
El gigante egoísta
Cuando los demás niños comprobaron que el gigante se había vuelto bueno y amable, regresaron corriendo al jardín por el agujero del muro y la primavera entró con ellos. El gigante reía feliz y tomaba parte en sus juegos, que sólo interrumpía para ir derribando el muro con un mazo. Al atardecer, se dio cuenta de que hacía rato que no veía al pequeño.

-¿Dónde está vuestro amiguito? -preguntó ansioso.

Pero los niños no lo sabían. Todos los días, al salir de la escuela, los niños iban a jugar al hermoso jardín del gigante. Y todos los días el gigante les hacía la misma pregunta: -¿Ha venido hoy el pequeño? También todos los días, recibía la misma respuesta:

-No sabemos dónde encontrarlo. La única vez que lo vimos fue el día en que derribaste el muro.
El gigante se sentía muy triste, porque quería mucho al pequeño. Sólo lo alegraba el ver jugar a los demás niños.

Los años pasaron y el gigante se hizo viejo. Llegó un momento en que ya no pudo jugar con los niños.

Una mañana de invierno estaba asomado a la ventana de su dormitorio, cuando de pronto vio un árbol precioso en un rincón del jardín. Las ramas doradas estaban cubiertas de delicadas flores blancas y de frutos plateados, y debajo del árbol se hallaba el pequeño.

-¡Por fin ha vuelto! -exclamó el gigante, lleno de alegría.

El gigante egoísta
El gigante egoísta
Olvidándose de que tenía las piernas muy débiles, corrió escaleras abajo y atravesó el jardín. Pero al llegar junto al pequeño enrojeció de cólera.

-¿Quién te ha hecho daño? ¡Tienes señales de clavos en las manos y en los pies! Por muy viejo y débil que esté, mataré a las personas que te hayan hecho esto.

Entonces el niño sonrió dulcemente y le dijo:

-Calma. No te enfades y ven conmigo.

-¿Quién eres? -susurró el gigante, cayendo de rodillas.

-Hace mucho tiempo me dejaste Jugar en tu jardín

-respondió el niño-. Ahora quiero que vengas a jugar al mío, que se llama Paraíso.

Esa tarde, cuando los niños entraron en el jardín para jugar con la nieve, encontraron al gigante muerto, pacificamente recostado en un árbol, todo cubierto de llores blancas.

 

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Friday, 6 March 2015

Las aventuras de Walter y los Conejos

Las aventuras de Walter y los Conejos

Las aventuras de Walter y los Conejos
Las aventuras de Walter y los Conejos

La familia de Walter se acababa de mudar al país y todo era nuevo para él. Había vivido toda su vida en la abarrotada ciudad, donde apenas había visto la verde hierba o las flores, y, ahora, toda la naturaleza parecía un bonito dibujo. Cerca de su casa había un gran bosque con árboles muy altos. A Walter le encantaba sentarse bajo la sombra de ellos para leer.

Las aventuras de Walter y los Conejos
Walter leyendo bajo los arboles.
Le gustaban sobre todo los cuentos de hadas, historias como la de Juan y las judías mágicas o Aladín y la lámpara maravillosa. Parecía como si oyera a las hadas cuando el viento agitaba las hojas sobre su cabeza. Un día, Walter acababa de cerrar su libro y pensaba en volver a casa cuando vio justo a sus pies a un gran conejo gris saltando sobre un tronco y corriendo hacia un gran árbol no muy lejano. Walter pegó un salto y corrió tras el conejo, pero era demasiado rápido para él, entonces se arrastró por un agujero del pie del árbol.

Las aventuras de Walter y los Conejos
Un gran conejo entra en su madriguera
—Me pregunto cuántos conejos vivirán aquí —pensó Walter—. Creo que iré a comprobarlo. Así que sin parar de investigar, aunque el señor o la señora Rabbit no quisiera visita, se arrastró por el agujero con la cabeza por delante. Al principio, estaba tan oscuro que no podía ver nada, pero inmediatamente vio un gran canal con una luz brillando al final. Entonces, supo que debía llevarle a la casa del conejo. El canal era ahora más estrecho y Walter tenía muchos problemas.

Las aventuras de Walter y los Conejos
Walter asoma su cabeza por el agujero.

—Tengo miedo, se me romperá la ropa —dijo— y ¿qué dirá mi madre? Sin embargo, era imposible volver atrás, así que continuó. De repente, Walter se encontró con una amplia habitación perfectamente iluminada por la luz del sol que entra por un pequeño agujero.

Era una habitación hermosa, muy diferente a todo lo que Walter había visto antes. Las paredes estaban hechas de corteza de abedul y musgo, los muebles de piedras grandes y pequeñas y las sillas eran setas. El suelo estaba cubierto de hojas secas en lugar de moqueta. No había fotos en las paredes, solo preciosas flores y las ventanas estaban llenas de panales de abejas en lugar de cristales. ¿Y qué crees?
Estás seguro de que no te seguirá , dijo la Señora Coneja
Estás seguro de que no te seguirá , dijo la Señora Coneja
Allí estaba sentado el conejo gris con su esposa y tres pequeños a su alrededor. Era una estampa muy bonita. Ellos no pudieron ver a Walter, ya que se escondió tras las cortinas de parra, pero él sí podía verles y hasta entender todo lo que decían. Mientras Walter les espiaba, papá conejo estaba diciendo:

—Me he asustado mucho hace un momento —dijo—. Viniendo para casa, casi tropiezo con un chico en el pie del árbol. Cuando me vio, pegó un salto y corrió tras de mí, pero me metí primero en el árbol y le dejé atrás. Me pregunto por qué la gente siempre corre detrás de nosotros, pobres conejos, y trata de herirnos. —¿Estás seguro de que no te seguirá? —dijo la señora Rabbit, mientras Buzzy, Fuzzy y Streaky, los tres hijos, se agarraban asustados a los lazos de su delantal. —Seguro, —dijo el señor Rabbit—. ¿Cómo podría cruzar nuestro estrecho pasillo un chico tan grande? Se habrá atascado en medio.

—Además, incluso si lo hubiese conseguido, no podría hacernos daño. Estamos en casa y somos más fuertes que él. Los conejos pequeños parecían menos asustados y volvieron con sus juguetes que eran unas bellotas y castañas. —¿Has tenido un buen día? —preguntó mama coneja. —Oh sí, bastante bueno —respondió su marido—. Primero me persiguió un perro dándome un pequeño susto, luego, un hombre con una pistola me disparó, pero solo me reí de él y salí corriendo. —¿Y nos has traído algo? —preguntó Buzzy. —Por supuesto, —respondió papá conejo— dos nueces para cada uno —dijo sacando las nueces de su bolsillo. —¡Hurra!¡Hurra! —gritaron los pequeños, siendo ahorrativos y llevando las nueces a un lugar seguro en la parte trasera de la habitación
Las aventuras de Walter y los Conejos
¿ nos has traido algo?, dijo Buzzi
—Y he encontrado algo más, —dijo papá conejo— una de esas piedras amarillas que os gustan tanto. He oído a alguien decir que los hombres trabajan muy duro para conseguirlas, así que deben ser valiosas. Mamá coneja cogió la brillante piedra y dijo: —¡Brilla como el sol! Lo pondré en el armario con las otras. —Es oro de verdad —pensó Walter asombrado—. Me pregunto dónde lo habrá encontrado El señor Rabbit abrió un pequeño armario metido en la pared y guardó la pepita. Walter pudo ver un gran montón de piedras amarillas en el armario. —¡Vaya! —pensó— ¡cuánta riqueza! Debe haber suficiente para comprar toda una fila de bonitas casas y un sinfín de diamantes. Ojalá fuera mía, sería el chico más rico del pueblo. Walter aprendió pronto que la riqueza no es lo más importante en la vida. De hecho, a menudo es más una maldición que una bendición. —Oh, cuánto deseo poder salir fuera contigo, papá —dijo Streaky. —Aún no, hijo mío —respondió el viejo conejo—. Sería demasiado peligroso, espera a que seas más mayor.
Las aventuras de Walter y los Conejos
¿Me favorece?

—Cuéntanos algo sobre el gran mundo —dijo Buzzy. —Es un lugar horrible —contestó el padre—. Hay muchas criaturas llamadas hombres que caminan a dos patas, son fuertes y causan toda clase de daños. —¿Los hombres son buenos y amables entre ellos? —preguntó Buzzy —La verdad es que no, pelean entre ellos y se matan unos a otros por tonterías. Lo llaman guerra y piensan que es de valientes. —Yo lo llamo crueldad —dijo Fuzzy. —Bueno, son hombres —dijo mamá coneja—. Saben más cosas pero ojalá nos dejasen a los pobres conejos en paz. Walter comenzó a sentirse verdaderamente avergonzado de ser una persona y le hizo pensar que nunca debería ser cruel con ningún ser vivo —Por cierto, madre —dijo papá conejo— he comprado algo para ti. —¿Qué es? —preguntó sorprendida mamá coneja. —Un sombrero nuevo —dijo papá conejo sacando una gran hoja teñida de su bolsillo. —Es la última moda, el señor Jack Rabbit, que vive por el sendero, tiene uno igual. —¡Qué bonito! —exclamó mamá mientras se lo probaba— ¿Me favorece? —Es precioso —dijeron los hijos. Mamá coneja se veía feliz, como si fuera una mujer de verdad en lugar de una coneja.
Las aventuras de Walter y los Conejos
Ahora vamos a comer

Ahora vamos a comer —dijo papá—. Tengo hambre. Buzzy, Fuzzy y Streaky corrieron a sus pequeñas sillas de setas. La familia se sentó alrededor de una mesa de piedra en el centro de la habitación. A Walter le parecía una agradable comida. Había nueces de todas las clases, lechugas frescas y zanahorias, y, de postre, ricas manzanas. A Walter le hubiera gustado unirse y ayudarles a comer, ya que estaba hambriento. Pero, por supuesto, no podía hacerlo sin estar invitado.

Primero, bendijeron la mesa, todos deben agradecer a Dios por su bendición y bondad. Era una familia muy educada. Mamá coneja nunca tenía que decir “¡Fuzzy, compórtate!” o “¡Buzzy, no comas tan rápido!” o “¡Streaky, no te ensucies el babero! como la madre de Walter siempre le decía. Los pequeños conejos se comportaban perfectamente. Cuando la cena estaba lista, dijeron: —Venga papá, déjanos jugar.

Así que mientras la madre ordenaba las tazas de té, el padre jugaba con ellos. Primero, jugaron un juego, llamado algo así como “Aro­alrededor­de­Rosie”. Papá tenía que meterse dentro del aro y los hijos bailaban a su alrededor cantando: “Un aro alrededor de un gran árbol, Quizás sea una higuera, Todos los conejos se comen un higo, Eso les hará grandes y fuertes.” Cantaban muy bien, con una voz clara y bonita. Entonces, papá conejo se inclinó para saltar y los pequeños saltaban sobre su lomo sin caerse.

Las aventuras de Walter y los Conejos
Papá conejo jugó con ellos.

Luego, jugaron al escondite y se rieron mucho cuando encontraron a su padre escondido debajo de las raíces de un árbol en la esquina. —Son como la gente de verdad —pensó Walter, que estaba viendo el divertido momento desde su escondite—. No sabía que los conejos tenían tanto sentido común. —Ahora que cada uno recite una poesía —dijo mamá coneja que había acabado su trabajo y estaba lista para divertirse.

—Venga, Buzzy, recita primero —dijo papá conejo. —Sí —dijo Buzzy—. Me sé un bonito poema que he aprendido hoy del pequeño Sammy Squirrel, en el roble del sendero. —Me pregunto cómo estará el señor Squirrel —dijo mamá coneja—. Ya sabes que se le quedó atrapado el pie en una trampa que le habían puesto unos chicos horribles. —Está bien —respondió Buzzy—. Ya puede volver a escalar árboles. —Uno no puede ser demasiado cuidadoso —dijo mamá coneja. —Bien, continuemos con tu poema —dijo papá conejo. Buzzy se levantó de la mesa y comenzó con voz fuerte y clara, tal y como Walter solía hablar en el colegio. “Esperarías poco de alguien de mi edad Para mostrar en público en una jaula. Siempre haré lo que debo, Y espero que nunca me capturen.” —¡Bravo! —gritaron los demás—. Ha sido precioso. —Sí —dijo Buzzy—. Es un poema muy bonito, ideal para los conejos pequeños. —Streaky, es tu turno —dijo su madre.

Streaky hizo una bonita reverencia y comenzó con voz chillona: “La ardilla se quedó en el castaño, Aunque todos menos él habían huido; Miró a su alrededor y vio con regocijo Las nueces sobre su cabeza, Su padre llamó, su padré llamó—” En ese momento, Streaky se vino abajo y empezó a llorar, mientras los otros solo se reían de él y le llamaban llorón, por lo que se tapó la cara en el regazo de su madre. Ella le acarició y le dio una manzana Luego, Fuzzy comenzó su pequeña poesía.

“Hey tilín-tilín,
La liebre y el fideuín,
La ardilla y la tinaja de agua,
El pobre conejo lloró
Cuando la lechuga se quemó,
Y el conejito con la nuez se alejó.”

Cuando terminó, le aplaudieron mucho.

—Me recuerda a los poemas que solía recitar —pensó Walter— solo que ellos son algo  diferentes. Me pregunto dónde habrán aprendido.

—Quizás los conejos tengan un colegio donde aprenden. Yo sé que los peces van a la escuela. El otro día leí algo sobre una escuela de caballas. ¿Quién iba a imaginar que los conejos tenían tanto sentido común? Entonces, quiso unirse a ellos y recitar Old Ironside o contarles la historia de Juan y las judías mágicas, pues pensó que para ellos serían nuevos, pero como nadie le preguntó, no quiso entrometerse. En ese momento, comenzó a oscurecer.
Las aventuras de Walter y los Conejos
Era una luz agradable y suave.


—Creo que saldré a buscar luz —dijo papá conejo. Luego saltó por la ventana. Walter se preguntó qué tipo de luces usaba la pequeña familia, cuando, de repente, el conejo volvió por la misma ventana. Traía varias luciérnagas en cada pata y las colgó en unos ganchos por la pared. Era una luz agradable y suave suficiente para poder leer. —Es hora de ir a la cama —dijo mamá coneja. Ahora, si fueran niños normales, sin duda habrían dicho “Déjanos un poco más”, pero como eran conejos educados, saltaron y les dieron el beso de buenas noches a sus padres. Entonces, pasó algo horrible. La habitación de Streaky estaba en el recibidor por donde se había escondido Walter, cuando entró vio a Walter y gritó asustado. —¿Qué ocurre? —dijo papá conejo. —¡Es un chico! —gritó Streaky. —¿Un chico? —gritaron los demás mientras corrían a esconderse tras su madre.

Las aventuras de Walter y los Conejos
Las aventuras de Walter y los Conejos

Walter entró en la habitación y trató de explicarse. —No tengáis miedo —dijo papá conejo a los pequeños. —No puede hacernos daño, está en nuestro territorio, fuera, en el mundo de los hombres, es más fuerte, pero aquí, en nuestra casa, nosotros mandamos y los hombres deben obedecer. Para sorpresa de Walter, los conejos eran muy Papá y mamá conejos tenían la más o menos la misma estatura que sus padres tenían en casa. —Siéntate —dijo el señor Rabbit en tono serio. Walter se sentó en una de las setas. —Ahora explícanos cómo has llegado hasta aquí —dijo el señor Rabbit. —Por favor, señor —dijo Walter muy asustado—. He venido por el agujero de debajo del árbol. —Para ser justos, —dijo el señor Rabbit— deberíamos matarte y comerte que es lo que nos harías si nos pillaras en tu casa.

Las aventuras de Walter y los Conejos
¡Es un chico!

Pero no somos salvajes como los hombres y no nos comemos a otras criaturas.

—Por favor, señor, déjeme volver a casa —dijo Walter. —¿Prometes no volver a perseguir nunca a un conejo, ni comernos en un pastel, guisados o de cualquier otra forma? —Lo prometo —dijo Walter. Eso significaba preservar su mundo. —Muy bien, puedes volver a casa, supongo que tu madre estará preocupada. —Gracias —dijo Walter mientras se iba. —¡Para! —le ordenó el conejo en un tono que a Walter le dio miedo. Walter se quedó quieto mientras el conejo fue al armario y lo abrió. —Aquí hay muchas cosas que los hombres llaman oro —dijo—. Para nosotros no tienen ninguna utilidad, no podemos comérnoslas ni bebérnoslas y son muy pesadas para jugar con ellas. A los hombres parece que les gusta más que cualquier otra cosa. Llévatelas a casa, nosotros no las usamos. —¡Gracias! —dijo Walter mientras se llenaba los bolsillos de pepitas de oro.

Las aventuras de Walter y los Conejos
Cosas que los hombres llaman oro.
Se despidió y les dio la mano a los señores Rabbit y a los tres pequeños conejos. Después, comenzó a arrastrarse por el estrecho canal. Walter no avanzó mucho cuando volvió a atascarse. El oro de sus bolsillos le hacía tan ancho que no podía pasar de ninguna manera. Deseó no haber cogido el oro y pensó en eso de que a menudo el oro trae problemas en lugar de alegrías. —¡Ayuda! ¡Ayuda! —gritó mientras luchaba por salir. De repente, estaba de nuevo sentado en el suelo bajo el gran árbol. Se había quedado dormido y había soñado lo de los conejos. —Fue tan real —pensó. Al mirar hacia arriba, vio un gran conejo gris de verdad atravesando deprisa un tronco y desapareció en el agujero. El conejo se giró y miró a Walter, parecía que le había guiñado como para decirle “Nos hemos visto antes. Recuerda mantener tu promesa”. —Por supuesto, lo haré —murmuró—. Nunca volveré a ser cruel con los animales.
Las aventuras de Walter y los Conejos
De repente, estaba de nuevo sentado en el suelo.

 

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Sunday, 1 March 2015

Mi pequeño caracol

Mi pequeño caracol

       Cuando una mañana de domingo Marta se despertó, enseguida pensó en dar de comer a sus peces, la noche anterior estaba muy cansada y se fué a dormir enseguida. Con alegría se acercó a su pecera y con gran asombro descubrió que increíblemente se había metido un caracol en ella. Rápidamente llamó a su madre para que lo viera.

“Vaya qué pequeño es”, dijo la mamá mientras miraba al pequeño caracol de agua. “Sólo un punto negro.”

“Seguro que crece y se hace muy grande”, dijo Marta y bajo corriendo a desayunar. Por la noche y antes de acostarse encendió la luz de su tanque de peces.

Vió los peces de colores naranja que eran grandes y gordos, que estaban dormitando en el interior del arco de piedra. Mandíbulas estaba despierto, y nadaba a lo largo de la parte delantera del depósito moviendo rápidamente la cola y haciendo que en el agua se formara espuma y muchas burbujas. Tardó Marta un tiempo en encontrar al pequeño caracol y lo encontró pegado en la parte inferior del acuario, justo al lado de la grava.

Cuando llegó al cole al día siguiente contó a todas sus amigas el descubrimiento del caracol y les dijo que era tan pequeño que se le podía confundir con un pedazo de grava. Todas se pusieron a reír y una de las chicas de su clase dijo que parecía una mascota ideal para ella, ya que Marta era un poco bajita.

Mi pequeño caracol
Mi pequeño caracol
Esa noche Marta encendió la luz para encontrarlo, y estaba aferrado a la punta de una pequeña banderita que salía de la maleza del acuario. Estaba cerca del filtro de agua y se balanceaba con las burbujas de aire que salían de este .

“Esto debe ser muy divertido”, pensó. Trató de imaginar como debe ser el tener que aferrarse a las cosas todo el día y decidió que probablemente era muy agotador. Después de darles de comer, se sentó al lado para observar como los peces nadaban, se perseguían y jugaban entre ellos.

Entonces observó como uno de los peces de color naranja estaba absorbiendo grava y volviendola a lanzar, cuando en una de esas se tragó al pobre caracol que estaba paseando tranquilamente por la grava. Marta saltó de su silla, pero de pronto lo vio salir escupido del pez. Así continuó haciendo el pez de color naranja, varias veces, hasta que el pobre caracol flotó hasta la parte inferior del tanque entre la grava de color. Marta no podía parar de reir.
“Creo que ha crecido un poco”, le dijo a su mamá en el desayuno al día siguiente.

“Menos mal, sino se lo van a tragar todos los días varias veces”, dijo su mamá, tratando de ponerse el abrigo y comer tostadas al mismo tiempo.

“Pero yo no quiero que sea demasiado grande o no será tan bonito. Las cosas pequeñas son más bonitas que las grandes, ¿no es así?”.

“Sí lo son. Pero las cosas grandes también pueden ser muy bonitas. Ahora date prisa, voy a perder el tren.”

En la escuela, ese día, Marta dibujó un elefante. Necesitaba dos pedazos de papel para hacer los colmillos pero a su maestra no le importaba porque estaba contenta con el dibujo y quería ponerlo en la pared de la clase. En la esquina del dibujo, Marta escribió su nombre completo, y dibujó pequeños caracoles sobre las “a” de su nombre. La maestra dijo que era muy creativa.

Ese fin de semana decidieron que había que limpiar el acuario. “Hay una gran cantidad de algas en los laterales”, dijo mamá.

Se llevaron los peces con mucho cuidado y los pusieron en un bol muy grande que tenía mamá para cocinar mientras vaciaban un poco de agua. Mamá usaba una aspiradora especial para limpiar la grava, mientras que Marta recortaba la maleza del estanque para dejarla a un tamaño adecuado y frotó el arco y el tubo de filtro. Mamá vertió agua nueva en el acuario.

“¿Dónde está el pequeño caracol?” Preguntó Marta.

“En el lado”, dijo mamá. Estaba ocupada concentrándose en echar el agua.”No te preocupes he tenido mucho cuidado con él.”

Marta miró por todos los lados del acuario. No había ni rastro del caracol de agua.

“Probablemente está en la grava”, dijo su mamá. “Vamos a acabar el trabajo, que tengo que hacer la comida todavía.” Saco todos los peces del bol y los dejó caer en el agua limpia del acuario. Los peces no dejaban de nadar y daban vueltas y vueltas, alegrandose de tener un agua tan limpia.

Esa noche, Marta volvió a comprobar el acuario. El agua se había instalado y se veía preciosa y clara, pero no había ni rastro del pequeño caracol. Se tumbó en la cama e hizo algunos ejercicios, estirando sus piernas y los pies apuntando al cielo. El estiramiento era bueno para los músculos y cuando Marta terminó, se arrodilló a mirar otra vez el acuario, pero seguía sin haber rastro del caracol.

Bajó las escaleras, su madre estaba en el estudio, rodeada de papeles. Tenía sus gafas puestas y el pelo todo revuelto en el lugar donde había estado pasando sus manos, se notaba muy concentrada. Marta le dijo que seguía sin ver al caracolito y que estaba muy preocupada.

“Ya aparecerá no te preocupes, es muy pequeño y se puede esconder en cualquier sitio.” fue todo lo que dijo. “Ahora a la cama Marta. Tengo montañas de trabajo que hacer para ponerme al día.”

“Lo has aspirado ¿verdad,” dijo ella con un tono de voz y una cara que denotaban su enorme enfado.

“No lo he hecho. Tuve mucho cuidado. Pero es muy pequeño.”

“¿Qué hay de malo en ser pequeño?”

“Nada en absoluto. Pero se hace más difícil de encontrar que si fuese grande.”

Marta salió corriendo de la habitación y se fué a su cuarto con lágrimas en los ojos, tumbandose en la cama.

La puerta del dormitorio se abrió y la cara de mamá apareció. Marta trató de ignorarla, pero era difícil cuando se acercó a la cama y se sentó junto a ella. Estaba sosteniendo una enorme lupa en sus manos.

“He recordado que papa tiene esta lupa gigante para ver bien su colección de sellos”, dijo. “Extra de gran alcance, para la caza del caracol”. Marta sonrió a su madre y saltó de la cama rápidamente..

Se sentaron una junto a la otra y empezaron a mirar por todas las partes del acuario, en las esquinas entre las grandes piedras, en la grava y la espiga de agua.

“¡Ajá!” Mamá de repente gritó.

“¿Qué?” Marta cogió la lupa y miro donde su madre estaba señalando.

Allí, escondido en la curva del arco, perfectamente oculta en la piedra oscura, estaba sentado el pequeño caracol. Y sorprendentemente junto a él habia otro caracol de agua, incluso más pequeño que él.

“¿Pero de dónde ha salido?”

“Estoy empezando a sospechar que la hierba del acuario es buenisima ¿no crees?”

Los dos se rieron y se metieron en la cama de Marta juntas, abrazadas bajo el edredón. Era acogedor, pero un poco apretado.

“Muévete un poco,” dijo mamá, dándole un empujón a Marta con su trasero.

“No puedo, estoy tocando la pared.”

“¡Por Dios como has crecido entonces. ¿Cuándo ha ocurrido esto? Tenemos que apuntar en la pared
tu altura y consultar cada poco tiempo, pues estas creciendo como un gigante.”

Marta puso su cabeza en el pecho de su madre, sonrió y feliz se dispuso a dormir.

 

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