Las aventuras de Walter y los Conejos
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Las aventuras de Walter y los Conejos |
La familia de Walter se acababa de mudar al país y todo era nuevo
para él. Había vivido toda su vida en la abarrotada ciudad, donde apenas
había visto la verde hierba o las flores, y, ahora, toda la naturaleza
parecía un bonito dibujo. Cerca de su casa había un gran bosque con
árboles muy altos. A Walter le encantaba sentarse bajo la sombra de
ellos para leer.
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Walter leyendo bajo los arboles. |
Le gustaban sobre todo los cuentos de hadas, historias como la de
Juan y las judías mágicas o Aladín y la lámpara maravillosa. Parecía
como si oyera a las hadas cuando el viento agitaba las hojas sobre su
cabeza. Un día, Walter acababa de cerrar su libro y pensaba en volver a
casa cuando vio justo a sus pies a un gran conejo gris saltando sobre un
tronco y corriendo hacia un gran árbol no muy lejano. Walter pegó un
salto y corrió tras el conejo, pero era demasiado rápido para él,
entonces se arrastró por un agujero del pie del árbol.
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Un gran conejo entra en su madriguera |
—Me pregunto cuántos conejos vivirán aquí —pensó Walter—. Creo que
iré a comprobarlo. Así que sin parar de investigar, aunque el señor o la
señora Rabbit no quisiera visita, se arrastró por el agujero con la
cabeza por delante. Al principio, estaba tan oscuro que no podía ver
nada, pero inmediatamente vio un gran canal con una luz brillando al
final. Entonces, supo que debía llevarle a la casa del conejo. El canal
era ahora más estrecho y Walter tenía muchos problemas.
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Walter asoma su cabeza por el agujero. |
—Tengo miedo, se me romperá la ropa —dijo— y ¿qué dirá mi madre? Sin
embargo, era imposible volver atrás, así que continuó. De repente,
Walter se encontró con una amplia habitación perfectamente iluminada por
la luz del sol que entra por un pequeño agujero.
Era una habitación hermosa, muy diferente a todo lo que Walter había
visto antes. Las paredes estaban hechas de corteza de abedul y musgo,
los muebles de piedras grandes y pequeñas y las sillas eran setas. El
suelo estaba cubierto de hojas secas en lugar de moqueta. No había fotos
en las paredes, solo preciosas flores y las ventanas estaban llenas de
panales de abejas en lugar de cristales. ¿Y qué crees?
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Estás seguro de que no te seguirá , dijo la Señora Coneja |
Allí estaba sentado el conejo gris con su esposa y tres pequeños a su
alrededor. Era una estampa muy bonita. Ellos no pudieron ver a Walter,
ya que se escondió tras las cortinas de parra, pero él sí podía verles y
hasta entender todo lo que decían. Mientras Walter les espiaba, papá
conejo estaba diciendo:
—Me he asustado mucho hace un momento —dijo—.
Viniendo para casa, casi tropiezo con un chico en el pie del árbol.
Cuando me vio, pegó un salto y corrió tras de mí, pero me metí primero
en el árbol y le dejé atrás. Me pregunto por qué la gente siempre corre
detrás de nosotros, pobres conejos, y trata de herirnos. —¿Estás seguro
de que no te seguirá? —dijo la señora Rabbit, mientras Buzzy, Fuzzy y
Streaky, los tres hijos, se agarraban asustados a los lazos de su
delantal. —Seguro, —dijo el señor Rabbit—. ¿Cómo podría cruzar nuestro
estrecho pasillo un chico tan grande? Se habrá atascado en medio.
—Además, incluso si lo hubiese conseguido, no podría hacernos daño.
Estamos en casa y somos más fuertes que él. Los conejos pequeños
parecían menos asustados y volvieron con sus juguetes que eran unas
bellotas y castañas. —¿Has tenido un buen día? —preguntó mama coneja.
—Oh sí, bastante bueno —respondió su marido—. Primero me persiguió un
perro dándome un pequeño susto, luego, un hombre con una pistola me
disparó, pero solo me reí de él y salí corriendo. —¿Y nos has traído
algo? —preguntó Buzzy. —Por supuesto, —respondió papá conejo— dos nueces
para cada uno —dijo sacando las nueces de su bolsillo. —¡Hurra!¡Hurra!
—gritaron los pequeños, siendo ahorrativos y llevando las nueces a un
lugar seguro en la parte trasera de la habitación
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¿ nos has traido algo?, dijo Buzzi |
—Y he encontrado algo más, —dijo papá conejo— una de esas piedras
amarillas que os gustan tanto. He oído a alguien decir que los hombres
trabajan muy duro para conseguirlas, así que deben ser valiosas. Mamá
coneja cogió la brillante piedra y dijo: —¡Brilla como el sol! Lo pondré
en el armario con las otras. —Es oro de verdad —pensó Walter
asombrado—. Me pregunto dónde lo habrá encontrado El señor Rabbit abrió
un pequeño armario metido en la pared y guardó la pepita. Walter pudo
ver un gran montón de piedras amarillas en el armario. —¡Vaya! —pensó—
¡cuánta riqueza! Debe haber suficiente para comprar toda una fila de
bonitas casas y un sinfín de diamantes. Ojalá fuera mía, sería el chico
más rico del pueblo. Walter aprendió pronto que la riqueza no es lo más
importante en la vida. De hecho, a menudo es más una maldición que una
bendición. —Oh, cuánto deseo poder salir fuera contigo, papá —dijo
Streaky. —Aún no, hijo mío —respondió el viejo conejo—. Sería demasiado
peligroso, espera a que seas más mayor.
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¿Me favorece? |
—Cuéntanos algo sobre el gran mundo —dijo Buzzy. —Es un lugar
horrible —contestó el padre—. Hay muchas criaturas llamadas hombres que
caminan a dos patas, son fuertes y causan toda clase de daños. —¿Los
hombres son buenos y amables entre ellos? —preguntó Buzzy —La verdad es
que no, pelean entre ellos y se matan unos a otros por tonterías. Lo
llaman guerra y piensan que es de valientes. —Yo lo llamo crueldad —dijo
Fuzzy. —Bueno, son hombres —dijo mamá coneja—. Saben más cosas pero
ojalá nos dejasen a los pobres conejos en paz. Walter comenzó a sentirse
verdaderamente avergonzado de ser una persona y le hizo pensar que
nunca debería ser cruel con ningún ser vivo —Por cierto, madre —dijo
papá conejo— he comprado algo para ti. —¿Qué es? —preguntó sorprendida
mamá coneja. —Un sombrero nuevo —dijo papá conejo sacando una gran hoja
teñida de su bolsillo. —Es la última moda, el señor Jack Rabbit, que
vive por el sendero, tiene uno igual. —¡Qué bonito! —exclamó mamá
mientras se lo probaba— ¿Me favorece? —Es precioso —dijeron los hijos.
Mamá coneja se veía feliz, como si fuera una mujer de verdad en lugar de
una coneja.
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Ahora vamos a comer |
Ahora vamos a comer —dijo papá—. Tengo hambre. Buzzy, Fuzzy y Streaky
corrieron a sus pequeñas sillas de setas. La familia se sentó alrededor
de una mesa de piedra en el centro de la habitación. A Walter le
parecía una agradable comida. Había nueces de todas las clases, lechugas
frescas y zanahorias, y, de postre, ricas manzanas. A Walter le hubiera
gustado unirse y ayudarles a comer, ya que estaba hambriento. Pero, por
supuesto, no podía hacerlo sin estar invitado.
Primero, bendijeron la mesa, todos deben agradecer a Dios por su
bendición y bondad. Era una familia muy educada. Mamá coneja nunca tenía
que decir “¡Fuzzy, compórtate!” o “¡Buzzy, no comas tan rápido!” o
“¡Streaky, no te ensucies el babero! como la madre de Walter siempre le
decía. Los pequeños conejos se comportaban perfectamente. Cuando la cena
estaba lista, dijeron: —Venga papá, déjanos jugar.
Así que mientras la madre ordenaba las tazas de té, el padre jugaba
con ellos. Primero, jugaron un juego, llamado algo así como
“AroalrededordeRosie”. Papá tenía que meterse dentro del aro y los
hijos bailaban a su alrededor cantando: “Un aro alrededor de un gran
árbol, Quizás sea una higuera, Todos los conejos se comen un higo, Eso
les hará grandes y fuertes.” Cantaban muy bien, con una voz clara y
bonita. Entonces, papá conejo se inclinó para saltar y los pequeños
saltaban sobre su lomo sin caerse.
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Papá conejo jugó con ellos. |
Luego, jugaron al escondite y se rieron mucho cuando encontraron a su
padre escondido debajo de las raíces de un árbol en la esquina. —Son
como la gente de verdad —pensó Walter, que estaba viendo el divertido
momento desde su escondite—. No sabía que los conejos tenían tanto
sentido común. —Ahora que cada uno recite una poesía —dijo mamá coneja
que había acabado su trabajo y estaba lista para divertirse.
—Venga, Buzzy, recita primero —dijo papá conejo. —Sí —dijo Buzzy—. Me
sé un bonito poema que he aprendido hoy del pequeño Sammy Squirrel, en
el roble del sendero. —Me pregunto cómo estará el señor Squirrel —dijo
mamá coneja—. Ya sabes que se le quedó atrapado el pie en una trampa que
le habían puesto unos chicos horribles. —Está bien —respondió Buzzy—.
Ya puede volver a escalar árboles. —Uno no puede ser demasiado cuidadoso
—dijo mamá coneja. —Bien, continuemos con tu poema —dijo papá conejo.
Buzzy se levantó de la mesa y comenzó con voz fuerte y clara, tal y como
Walter solía hablar en el colegio. “Esperarías poco de alguien de mi
edad Para mostrar en público en una jaula. Siempre haré lo que debo, Y
espero que nunca me capturen.” —¡Bravo! —gritaron los demás—. Ha sido
precioso. —Sí —dijo Buzzy—. Es un poema muy bonito, ideal para los
conejos pequeños. —Streaky, es tu turno —dijo su madre.
Streaky hizo una bonita reverencia y comenzó con voz chillona: “La
ardilla se quedó en el castaño, Aunque todos menos él habían huido; Miró
a su alrededor y vio con regocijo Las nueces sobre su cabeza, Su padre
llamó, su padré llamó—” En ese momento, Streaky se vino abajo y empezó a
llorar, mientras los otros solo se reían de él y le llamaban llorón,
por lo que se tapó la cara en el regazo de su madre. Ella le acarició y
le dio una manzana Luego, Fuzzy comenzó su pequeña poesía.
“Hey tilín-tilín,
La liebre y el fideuín,
La ardilla y la tinaja de agua,
El pobre conejo lloró
Cuando la lechuga se quemó,
Y el conejito con la nuez se alejó.”
Cuando terminó, le aplaudieron mucho.
—Me recuerda a los poemas que solía recitar —pensó Walter— solo que
ellos son algo diferentes. Me pregunto dónde habrán aprendido.
—Quizás los conejos tengan un colegio donde aprenden. Yo sé que los
peces van a la escuela. El otro día leí algo sobre una escuela de
caballas. ¿Quién iba a imaginar que los conejos tenían tanto sentido
común? Entonces, quiso unirse a ellos y recitar Old Ironside o contarles
la historia de Juan y las judías mágicas, pues pensó que para ellos
serían nuevos, pero como nadie le preguntó, no quiso entrometerse. En
ese momento, comenzó a oscurecer.
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Era una luz agradable y suave. |
—Creo que saldré a buscar luz —dijo papá conejo. Luego saltó por la
ventana. Walter se preguntó qué tipo de luces usaba la pequeña familia,
cuando, de repente, el conejo volvió por la misma ventana. Traía varias
luciérnagas en cada pata y las colgó en unos ganchos por la pared. Era
una luz agradable y suave suficiente para poder leer. —Es hora de ir a
la cama —dijo mamá coneja. Ahora, si fueran niños normales, sin duda
habrían dicho “Déjanos un poco más”, pero como eran conejos educados,
saltaron y les dieron el beso de buenas noches a sus padres. Entonces,
pasó algo horrible. La habitación de Streaky estaba en el recibidor por
donde se había escondido Walter, cuando entró vio a Walter y gritó
asustado. —¿Qué ocurre? —dijo papá conejo. —¡Es un chico! —gritó
Streaky. —¿Un chico? —gritaron los demás mientras corrían a esconderse
tras su madre.
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Las aventuras de Walter y los Conejos |
Walter entró en la habitación y trató de explicarse. —No tengáis
miedo —dijo papá conejo a los pequeños. —No puede hacernos daño, está en
nuestro territorio, fuera, en el mundo de los hombres, es más fuerte,
pero aquí, en nuestra casa, nosotros mandamos y los hombres deben
obedecer. Para sorpresa de Walter, los conejos eran muy Papá y mamá
conejos tenían la más o menos la misma estatura que sus padres tenían en
casa. —Siéntate —dijo el señor Rabbit en tono serio. Walter se sentó en
una de las setas. —Ahora explícanos cómo has llegado hasta aquí —dijo
el señor Rabbit. —Por favor, señor —dijo Walter muy asustado—. He venido
por el agujero de debajo del árbol. —Para ser justos, —dijo el señor
Rabbit— deberíamos matarte y comerte que es lo que nos harías si nos
pillaras en tu casa.
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¡Es un chico! |
Pero no somos salvajes como los hombres y no nos comemos a otras criaturas.
—Por favor, señor, déjeme volver a casa —dijo Walter. —¿Prometes no
volver a perseguir nunca a un conejo, ni comernos en un pastel, guisados
o de cualquier otra forma? —Lo prometo —dijo Walter. Eso significaba
preservar su mundo. —Muy bien, puedes volver a casa, supongo que tu
madre estará preocupada. —Gracias —dijo Walter mientras se iba. —¡Para!
—le ordenó el conejo en un tono que a Walter le dio miedo. Walter se
quedó quieto mientras el conejo fue al armario y lo abrió. —Aquí hay
muchas cosas que los hombres llaman oro —dijo—. Para nosotros no tienen
ninguna utilidad, no podemos comérnoslas ni bebérnoslas y son muy
pesadas para jugar con ellas. A los hombres parece que les gusta más que
cualquier otra cosa. Llévatelas a casa, nosotros no las usamos.
—¡Gracias! —dijo Walter mientras se llenaba los bolsillos de pepitas de
oro.
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Cosas que los hombres llaman oro. |
Se despidió y les dio la mano a los señores Rabbit y a los tres
pequeños conejos. Después, comenzó a arrastrarse por el estrecho canal.
Walter no avanzó mucho cuando volvió a atascarse. El oro de sus
bolsillos le hacía tan ancho que no podía pasar de ninguna manera. Deseó
no haber cogido el oro y pensó en eso de que a menudo el oro trae
problemas en lugar de alegrías. —¡Ayuda! ¡Ayuda! —gritó mientras luchaba
por salir. De repente, estaba de nuevo sentado en el suelo bajo el gran
árbol. Se había quedado dormido y había soñado lo de los conejos. —Fue
tan real —pensó. Al mirar hacia arriba, vio un gran conejo gris de
verdad atravesando deprisa un tronco y desapareció en el agujero. El
conejo se giró y miró a Walter, parecía que le había guiñado como para
decirle “Nos hemos visto antes. Recuerda mantener tu promesa”. —Por
supuesto, lo haré —murmuró—. Nunca volveré a ser cruel con los animales.
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De repente, estaba de nuevo sentado en el suelo. |