Monday, 23 February 2015

Alibaba y los 40 ladrones

Alibaba y los 40 ladrones

       Alí Babá era un pobre leñador que vivía con su esposa en un pequeño pueblecito dentro de las montañas, allí trabajaba muy duro cortando gigantescos árboles para vender la leña en el mercado del pueblo.

Un día que Alí Babá se disponía a adentrarse en el bosque escuchó a lo lejos el relinchar de unos caballos, y temiendo que fueran leñadores de otro poblado que se introducían en el bosque para cortar la leña, cruzó la arboleda hasta llegar a la parte más alta de la colina.

Una vez allí Alí Babá dejó de escuchar a los caballos y cuando vio como el sol se estaba ocultando ya bajo las montañas, se acordó de que tenía que cortar suficientes árboles para llevarlos al centro del poblado. Así que afiló su enorme hacha y se dispuso a cortar el árbol más grande que había, cuando este empezó a tambalearse por el viento, el leñador se apartó para que no le cayera encima, descuidando que estaba al borde de un precipicio dio un traspiés y resbaló ochenta metros colina abajo hasta que fue a golpearse con unas rocas y perdió el conocimiento.

Cuando se despertó estaba amaneciendo, Alí Babá estaba tan mareado que no sabía ni donde estaba, se levantó como pudo y vio el enorme tronco del árbol hecho pedazos entre unas rocas, justo donde terminaba el sendero que atravesaba toda la colina, así que buscó su cesto y se fue a recoger los trozos de leña.

Cuando tenía el fardo casi lleno, escuchó como una multitud de caballos galopaban justo hacia donde él se encontraba ¡Los leñadores! – pensó y se escondió entre las rocas.

Al cabo de unos minutos, cuarenta hombres a caballo pasaron a galope frente a Alí Babá, pero no le vieron, pues este se había asegurado de esconderse muy bien, para poder observarlos. Oculto entre las piedras y los restos del tronco del árbol, pudo ver como a unos solos pies de distancia, uno de los hombres se bajaba del caballo y gritaba: ¡Ábrete, Sésamo!- acto seguido, la colina empezaba a temblar y entre los grandes bloques de piedra que

se encontraban bordeando el acantilado, uno de ellos era absorbido por la colina, dejando un hueco oscuro y de grandes dimensiones por el que se introducían los demás hombres, con el primero a la cabeza.

Alibaba y los 40 ladrones
Alibaba y los 40 ladrones

Al cabo de un rato, Alí Babá se acercó al hueco en la montaña pero cuando se disponía a entrar escuchó voces en el interior y tuvo que esconderse de nuevo entre las ramas de unos arbustos. Los cuarenta hombres salieron del interior de la colina y empezaron a descargar los sacos que llevaban a los lomos de sus caballos, uno a uno fueron entrando de nuevo en la colina, mientras Alí Babá observaba extrañado.

El hombre que entraba el último, era el más alto de todos y llevaba un saco gigante atado con cuerdas a los hombros, al pasar junto a las piedras que se encontraban en la entrada, una de ellas hizo tropezar al misterioso hombre que resbaló y su fardo se abrió en el suelo, pudiendo Alí Babá descubrir su contenido: Miles de monedas de oro que relucían como estrellas, joyas de todos los colores, estatuas de plata y algún que otro collar… ¡Era un botín de ladrón! Ni más ni menos que ¡Cuarenta ladrones!.
El hombre recogió todo lo que se había desperdigado por el suelo y entró apresurado a la cueva, pasado el tiempo, todos habían salido, y uno de ellos dijo ¡Ciérrate Sésamo!

Alí Babá no lo pensó dos veces, aún se respiraba el polvo que habían levantado los caballos de los ladrones al galopar cuando este se encontraba frente a la entrada oculta de la guarida de los ladrones. ¡Ábrete Sésamo! Dijo impaciente, una y otra vez hasta que la grieta se vio ante los ojos del leñador, que tenía el cesto de la leña en la mano y se imaginaba ya tocando el oro del interior con sus manos
Una vez dentro, Alí Babá tanteó como pudo el interior de la cueva, pues a medida que se adentraba en el orificio, la luz del exterior disminuía y avanzar suponía un gran esfuerzo.

Tras un buen rato caminando a oscuras, con mucha calma pues al andar sus piernas se enterraban hasta las rodillas entre la grava del suelo, de pronto Alí Babá llegó al final de la cueva, tocando las paredes, se dio cuenta que había perdido la orientación y no sabía escapar de allí.

Se sentó en una de las piedras decidido a esperar a los ladrones, para poder conocer el camino de regreso, decepcionado porque no había encontrado nada de oro, se acomodó tras las rocas y se quedó adormilado.

Mientras tanto, uno de los ladrones entraba a la cueva refunfuñando y malhumorado, pues cuando había partido a robar un nuevo botín se dio cuenta de que había olvidando su saco y tuvo que galopar de vuelta para recuperarlo, en poco tiempo se encontró al final de la sala, pues además de conocer al dedillo el terreno, el ladón llevaba una antorcha que iluminaba toda la cueva.

Cuando llegó al lugar en el que Alí Babá dormía, el ladrón se puso a rebuscar entre las montañas de oro algún saco para llevarse, y con el ruido Alí Babá se despertó.

Tuvo que restregarse varias veces los ojos ya que no cabía en el asombro al ver las grandes montañas de oro que allí se encontraban, no era gravilla lo que había estado pisando sino piezas de oro, rubíes, diamantes y otros tipos de piedras de gran valor. Se mantuvo escondido un rato mientras el ladrón rebuscaba su saco y cuando lo encontró, con mucho cuidado de no hacer ruido se pegó a este para salir detrás de él sin que se enterase, dejando una buena distancia para que no fuera descubierto, pudiendo así aprovechar la luz de la antorcha del bandido.

Cuando se aproximaban a la salida, el ladrón se detuvo, escuchó nervioso el jaleo que venía de la parte exterior de la cueva y apagó la antorcha. Entonces Alí Babá se quedó inmóvil sin saber qué hacer, quería ir a su casa a por cestos para llenarlos de oro antes de que los ladrones volvieran, pero no se atrevía a salir de la cueva ya que fuera se escuchaba una enorme discusión, así que se escondió y esperó a que se hiciera de noche. No habían pasado ni unas horas cuando escuchó unas voces que venían desde fuera “¡Aquí la guardia!” – ¡Era la guardia del reino! Estaban fuera arrestando a los ladrones, y al parecer lo habían conseguido, porque se escucharon los galopes de los caballos que se alejaban en dirección a la ciudad.

Pero Alí babá se preguntaba si el ladrón que estaba con él había sido también arrestado ya que aunque la entrada de la cueva había permanecido cerrada, no había escuchado moverse al bandido en ningún momento. Con mucha calma, fue caminando hacia la salida y susurró ¡Ábrete Sésamo! Y escapó de allí.

Cuando se encontró en su casa, su mujer estaba muy preocupada, Alí Babá llevaba dos días sin aparecer por casa y en todo el poblado corría el rumor de una banda de ladrones muy peligrosos que asaltaban los pueblos de la zona, temiendo por Alí Babá, su mujer había ido a buscar al hermano de Alí Babá, un hombre poderoso, muy rico y malvado que vivía en las afueras del poblado en una granja que ocupaba el doble que el poblado de Alí Babá. El hermano, que se llamaba Semes, estaba enamorado de la mujer de Alí Babá y había visto la oportunidad de llevarla a su granja ya que este aunque rico, era muy antipático y no había encontrado en el reino mujer que le quisiera.

Cuando Alí Babá apareció, el hermano, viendo en peligro su oportunidad de casarse con la mujer de este, agarró a su hermano del chaleco y lo encerró en el almacén que tenían en la entrada de la vivienda, donde guardaban la leña. Allí Alí Babá le contó lo que había sucedido, y el hermano, aunque ya era rico, no podía perder la oportunidad de aumentar su fortuna, así que partió en su calesa a la montaña que Alí Babá le había indicado, sin saber, que la guardia real estaba al acecho en esa colina, pues les faltaba un ladrón aún por arrestar y esperaban que saliese de la cueva para capturarlo.
Sin detenerse un instante, Semes se colocó frente a la cueva y dijo las palabras que Alí Babá le había contado, al instante, mientras la puerta se abría, la guardia se abalanzó sobre Semes gritando “¡Al ladrón!” y lo capturó sin contemplaciones, aunque Semes intentó explicarles porque estaba allí, estos no le creyeron porque estaban convencidos de que el último ladrón sabiendo que sus compañeros estaban presos, inventaría cualquier cosa para poder disfrutar él solo del botín, así que se lo llevaron al reino para meterle en la celda con el resto de ladrones.

Al día siguiente Alí Babá consiguió salir de su encierro, y fue en busca de su mujer, le contó toda la historia y esta entusiasmada por el oro pero a la vez asustada acompañó a Alí Babá a la cueva, cogieron un buen puñado de oro, con el que compraron un centenar de caballos, y los llevaron a la casa de su hermano, allí durante varios días se dedicaron a trasladar el oro de la cueva al interior de la casa, y una vez habían vaciado casi por completo el contenido de la cueva, teniendo en cuenta que su hermano estaba preso y que uno de los ladrones estaba aún libre se pusieron a buscarlo. Tardaron varios días en dar con él, ya que se había escondido en el bosque para que no le encontraran los guardias, pero Alí Babá conocía muy bien el bosque, y le tendió una trampa para cogerle. Así que lo ató al caballo y lo llevo al reino, donde lo entregó a cambio de que soltaran a su hermano, este, enfadado con Alí Babá por haberle vencido cogió un caballo y se marchó del reino.

Alí Babá ahora estaba en una casa con cien caballos, que le servirán para vivir felizmente con su mujer, y decidió asegurarse de que los ladrones jamás intentasen robarle su tesoro, así que repartió su fortuna en muchos sacos pequeños y le dio un saquito a cada uno de los habitantes del pueblo, que se lo agradecieron enormemente porque así iban a poder mejorar sus casas, comprar animales y comer en abundancia.

Así fue como Alí Babá le robó el oro a un grupo de ladrones que atemorizaban su poblado, repartió sus riquezas con el resto de habitantes y echó a su malvado hermano del pueblo, pudiendo dedicarse por entero a sus caballos y no teniendo que trabajar más vendiendo leña.

Se dice hoy que cuando Alí Babá sacó todo el oro de la cueva, esta se cerró y no se pudo volver a abrir.

 

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Thursday, 19 February 2015

El hada del lago

El hada del lago

      Hace mucho, mucho tiempo, mucho antes incluso de que los hombres  llenaran la tierra y construyeran sus grandes ciudades , existía un lugar misterioso, un gran y precioso lago, rodeado de grandes árboles y  custodiado por un hada, al que todos llamaban la hada del lago. Era justa y muy generosa,  y todos sus vasallos estaban siempre dispuestos a servirla. Pero de pronto llegaron unos malvados seres que amenazaron el lago, sus bosques y a sus habitantes. Tal era el peligro, que el hada solicitó a su pueblo que se unieran a ella, pues había que hacer un peligroso viaje a través de ríos, pantanos y desiertos, con el fin de encontrar la Piedra de Cristal, que les dijo, era la única salvación posible para todos.

El hada del lago
El hada del lago
El hada advirtió  que el viaje estaría plagado de peligros y dificultades, y de lo difícil que sería aguantar todo el viaje, pero ninguno se echó hacia atrás. Todos prometieron acompañarla hasta donde hiciera falta, y aquel mismo día, partió hacia lo desconocido con sus  80 vasallos más leales y fuertes.

El camino fue mucho más terrible, duro y peligroso que lo predicho por el hada. Se tuvieron que  enfrentar a terribles bestias, caminaron día y noche y vagaron perdidos por un inmenso desierto, que parecía no tener fin, sufriendo el hambre y la sed. Ante tantas adversidades muchos se desanimaron y terminaron por abandonar el viaje a medio camino, hasta que sólo quedó uno, llamado Sombra. No era considerado como el más valiente del lago, ni el mejor luchador, ni tan siquiera el más listo o divertido, pero fielmente continuó junto a su hada sin desfallecer. Cuando ésta le preguntaba de dónde sacaba la fuerza para seguir y por qué no abandonaba como los demás, Sombra respondía siempre lo mismo “Mi señora, os prometí que os acompañaría a pesar de las dificultades y peligros, y éso es lo que hago. No me voy a ir a casa sólo porque que todo lo que nos advertiste haya sido verdad”. 
Gracias a su leal Sombra el hada pudo por fin encontrar la cueva donde se hallaba la Piedra de Cristal, pero dentro había un monstruoso Guardián, grande y muy poderoso que no estaba dispuesto a entregársela. Entonces Sombra, en un gesto más de la lealtad que le profesaba al hada, se ofreció a cambio de la piedra, y se quedó al servicio del monstruo por el resto de sus días.

La poderosa magia de la Piedra de Cristal hizo que el hada regresara al lago inmediatamente y así pudo expulsar a los seres malvados, pero cada noche lloraba la ausencia de su fiel Sombra, pues gracias a aquel desinteresado y generoso compromiso surgió un amor más fuerte que ningún otro. Y en su recuerdo, el hada quiso mostrar a todos lo que significaba el valor de la lealtad y el compromiso, y regaló a cada ser de la tierra su propia sombra durante el día; pero al llegar la noche, todas las sombras acuden el lago, donde consuelan y acompañan a su triste hada.
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Wednesday, 18 February 2015

Cómo obtuvo las rayas el tigre

Cómo obtuvo las rayas el tigre

OTRA VERSIÓN DE COMO OBTIENE LAS RAYAS EL TIGRE

         Hace mucho tiempo, cuando los animales aún tenían el poder de la palabra, un gran tigre blanco, se acerco hasta el borde de la selva que estaba cerca de los campos de arroz. Vio a un hombre sentado bajo un árbol de plátanos comiendo su almuerzo. No lejos de allí había un búfalo que también estaba tomando un descanso de su trabajo de arar los campos. La gran bestia agitaba su cola para ahuyentar a las moscas.

El tigre se arrastró sobre su vientre, con sus poderosos brazos a través de la hierba, y cuando estaba justo detrás del búfalo, susurró, “No tengas miedo. Yo no vengo para atacarte, sino para buscar tu consejo. Quiero que me respondas a una pregunta- porque tengo mucha curiosidad. He estado observando el hombrecillo insignificante que es tu amo. Él no tiene fuerza, ni un agudo sentido del olfato. Sus manos no son fuertes y sus dientes no están afilados, sin embargo, te ordena y hace que trabajes para él. Usted, por el contrario, es una hermosa bestia con una fuerza enorme. Usted pesa veinte veces más que el, y es mucho más alto, y yme consta que puedes luchar con todas las bestias de la selva. He oído que la fuente del poder del hombre es algo que se llama sabiduría. Así que dime, oh búfalo, ¿qué es la sabiduría? ¿De dónde viene, de donde la ha conseguido el hombre? ”
El búfalo siguió comiendo hierba durante un rato, y finalmente respondió, “lo siento, no tengo ni idea. ¿Por qué no se lo preguntas? ”

Cómo obtuvo las rayas el tigre
Las rayas del tigre
El tigre vio que no iba a obtener una respuesta sensata de aquel búfalo, así que se presente frente al hombre de un gran salto, y mientras permanecía de pie frente ale agricultor , este temblaba, entonces le dijo, “No me tengas miedo hombrecillo, porque yo no he venido a comerte. Estoy aquí en busca de la sabiduría. Por favor contesteme a esta pregunta, ¿Qué es esa cosas a la que los hombres llaman la sabiduría? ¿Cómo es?¿ De donde viene eso? ¿Podría compartirla conmigo? ”

El hombre se limpió con miedo el sudor de la frente y dijo con tanta calma como pudo, “La sabiduría es un tesoro. ¿Quieres que te de un poco, de ese tesoro? ”

“Lo que uste decida, yo estaría encantado”, dijo el Tigre, “Pero ¿me oyes ese sonido? Es mi estómago ruidoso. No he dormido ni comido en tres días, por que quería conocer la respuesta a la pregunta, pero ahora estoy empezando a sentir que debería comer algo. ”

Y el hombre de hecho podía oír el sonido de su estómago. Él respondió al tigre: “Bueno, por supuesto, con mucho gusto compartire mi sabiduría contigo. Pero por casualidad me la he dejado hoy en casa, y tengo que ir a buscarla para ti. Si vienes conmigo, me temo que los aldeanos tendrán miedo. ¿Puedes esperarme aquí un rato? ”

El tigre caminó alrededor del hombre antes de dar su respuesta, “Voy a esperar, pero asegúrate que vuelves, o si no, voy a visitar tu campo todos los días hasta que vuelvas, y la próxima vez podría ser que tuviera más hambre que curiosidad”

El hombre comenzó a caminar hacia el pueblo, pero había andado solo unos pasos, y se dió la vuelta y dijo: “Por favor, perdóname. Me preocupa la idea de dejar a un tigre hambriento aquí con mis animales. ¿Me dejas que te ate a este árbol mientras voy a buscar la sabiduría? De esa manera no estaré preocupado”.

El tigre tenía miedo de que el hombre cambiara de opinión acerca de compartir su sabiduría. Pensó en el gran poder que la sabiduría le daría – con su fuerza, y con sólo un poco de la sabiduría del hombre, él gobernaría a todas las criaturas de la tierra, el mar o el cielo. Quería tanto ese tesoro, que accedió a que el hombre lo atara con una cuerda al tronco del árbol de plátano.

Un poco más tarde, el hombre volvió al campo con sus tres hijos. Cada uno llevaba costales de paja seca.

“He cumplido mi parte del trato. Te he traído la sabiduría “, dijo el hombre, y él y sus hijos pusieron la paja en el suelo bajo el tigre. Entonces el hombre le prendió fuego a la misma. Llamas anaranjadas brillaron y quemaron al tigre. El tigre rugió de dolor, hasta que por fin el fuego quemó las cuerdas y pudo escapar, y se tiró al rio para resfrescar su piel chamuscada por el fuego.

Con el tiempo las heridas del tigre sanaron, pero para siempre su piel llevo las rayas anaranjadas que lo quemaron, y las marcas negras donde las cuerdas se habían quemado.

Y aprendió la lección de no acercarse nunca a los humanos.

 

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Thursday, 12 February 2015

El Gran Oso Pardo que nunca se enfadaba

El Gran Oso Pardo que nunca se enfadaba

El Gran Oso Pardo que nunca se enfasaba
El Gran Oso Pardo que nunca se enfasaba
El Gran Oso Pardo que nunca se enfasaba
Había una vez un Gran Oso Pardo Marrón que vivía en un árbol hueco al borde de un bosque. El Gran Oso Pardo le tenía mucho cariño a su casa, porque era un gran hueco agradable, lo suficiente alto como para salir a la puerta sin tener que agacharse, y con mucho espacio dentro. En el verano, cuando el bosque era verde y fresco, él no usaba mucho su casa. Pero cuando llegaba el invierno y los días se hacían oscuros y fríos, y los bosques estaban blancos por la nieve, entonces al Gran Oso Pardo marrón le gustaba estar dentro de su casa. Entonces, para el invierno, él la había hecho cálida y acogedora. En una esquina tenía una jarra de miel, que las abejas que trabajaban en las rosas silvestres habían hecho para él. Y en otra esquina tenía una suave cama de hojas secas y suave helecho donde se podía enroscar en un día oscuro y tomar una larga, larga siesta. El Gran Oso Pardo Marrón cuidaba muy bien su casa y la mantenía muy limpia y ordenada. Cada mañana barría y limpiaba el polvo de la jarra de miel y nada estaba nunca fuera de su sitio. Era un viejo oso de buen corazón y nunca se enfadaba, como suelen hacer la mayoría de los osos. Y como era tan simpático le gustaba a todo el mundo y venían a menudo a verle.

El Gran Oso Pardo que nunca se enfasaba
El Gran Oso Pardo que nunca se enfasaba
Pero había una pequeña Coneja Blanca que venía más a menudo que los demás. Ella decía que le gustaba sentarse en la casa del Gran Oso Pardo porque siempre estaba tan limpia y ordenada. La pequeña Coneja Blanca tenía su propia casa, pero de alguna manera, nunca conseguía mantenerla ordenada. Decía que era porque sus hijos eran muy traviesos pero, cualquiera que fuera la razón, ¡su casa estaba siempre en un estado pésimo! El Gran Oso Pardo era siempre muy educado con la pequeña Coneja Blanca en cualquier momento que viniese a visitarle. Siempre cogía su sombrero y chal y le daba su mejor silla cerca del fuego, para que pudiese estar muy cómoda mientras le contaba sus problemas. Entonces la pequeña Coneja Blanca le contaría como a Gazapito, el más joven, nunca le importaba ella, y como su hijo mayor, Cola de Algodón, se había escapado de casa el día anterior y todavía no había vuelto, y muchos otros problemas más además. Ella siempre le explicaba como ella intentaba cumplir sus deberes con sus hijos, cuan a menudo había encerrado a Gazapito en el cuarto oscuro, y cuántas veces había azotado a Cola de Algodón.

El Gran Oso Pardo que nunca se enfasaba
El Gran Oso Pardo que nunca se enfasaba
Entonces el Gran Oso Pardo intentaba enseñarle cómo él pensaba que se debía criar a los niños traviesos. Y puesto que era un oso con tan buen corazón, y no sabía como enfadarse, le dijo que no encerrase al pequeño Gazapito en el cuarto oscuro y que nunca azotase al pobre Cola de Algodón; él estaba seguro de que sólo si ella era muy amable, los niños serían seguramente buenos. Pequeña Coneja Blanca siempre hizo cualquier cosa que él la dijese, pues ella pensaba que el Gran Oso Pardo era muy sabio y lo sabía todo. Cada día los conejitos crecían más traviesos, y aun así ella no perdió fe en lo que el Gran Oso Pardo había dicho. Incluso llamó un día a Cola de Algodón y le dijo que si alguna vez le pasaba algo a ella, él tendría que llevar a todos sus pequeños hermanos y hermanas a la casa del Gran Oso Pardo, porque para ella el oso era tan sabio y tan amable que seguro que cuidaría de ellos y lo haría bien.
Entonces, no mucho después de esto, pasó que la pequeña Coneja Blanca se fue dentro del bosque para encontrar algo de comer para sus hijos. Estuvo fuera durante mucho tiempo, y los bebés lloraron por que ella volviese a casa. Pero la pobre pequeña Coneja Blanca no pudo volver a casa: se había quedado atrapada en una trampa y un niño pequeño llegó para llevársela como mascota. Entonces por fin, cuando los conejos bebé tuvieron tanta hambre que no podían soportarlo ya más, Cola de Algodón recordó lo que su madre le había dicho y reunió a sus pequeños hermanos y hermanas a su alrededor y les dijo:

“Pequeña Coneja Blanca no volverá nunca más con nosotros. Se ha perdido. Y si nos quedamos aquí solos nos moriremos de hambre, por lo que tenemos que hacer lo que nuestra madre dijo. Debemos ir al Gran Oso Pardo y pedirle que cuide de nosotros. Él es muy amable y sabio, y lo hará bien. Yo le preguntaré porque soy el mayor y vosotros debéis hacer lo que yo diga.”

El Gran Oso Pardo que nunca se enfadaba
El oso y la coneja
“Sí, todos haremos lo que tú digas”, respondieron los pequeños conejos. Entonces Cola de Algodón les dijo lo que debían hacer. Ese mismo día se pusieron todos sus mejores ropas y fueron a través del bosque hasta la casa del Gran Oso Pardo. Cuando habían llagado cerca de la casa, vieron al Gran Oso Pardo de pie en la entrada. Él se sorprendió de ver a tantos pequeños conejos viniendo a través del bosque, pero todavía se sorprendió más al verlos parar delante de su casa.

“Pequeña Coneja Blanca, nuestra madre, está perdida”, dijo Cola de Algodón en voz muy alta y __, pues intentaba ser muy educado,

“y nunca más volverá con nosotros”.

“¡Nunca más volverá con nosotros! Lloraron todos los pequeños conejos, sujetando sus pañuelos sobre sus ojos, como Cola de Algodón les había dicho que hiciesen”

“Oh querido”, dijo el Gran Oso Pardo, muy afectado

“¡eso son muy malas noticias!”

Yo tenía cariño a tu madre. Ella venía a verme a menudo.”

“y antes de que se marchase”, continuó Cola de Algodón,

“nos dijo que si algo le pasase a ella, nosotros teníamos que venir aquí y pedirle que cuidase de nosotros porque usted es muy sabio y muy amable, y nunca se enfada”.

“¡Es muy sabio y muy amable y nunca se enfada!” repitieron todos los pequeños conejos detrás de sus pañuelos.

El Gran Oso Pardo que nunca se enfadaba
Los conejos
“Bien, bien” dijo el Gran Oso Pardo,
“dejadme ver. ¿Entonces eso es lo que dijo vuestra madre?”

“Sí, si usted es tan amble”, respondió Cola de Algodón educadamente, y

 “¡Sí, por favor!” hicieron eco todos sus pequeños hermanos y hermanas. Ahora para decir la verdad, el Gran Oso Pardo no deseaba mucho hacerse cargo de todos los pequeños bebés de la Pequeña Coneja Blanca porque eran muchos y todos parecían tener mucha hambre. Pero cuando pusieron sus pañuelos sobre sus ojos y parecieron tan tristes, él no los pudo dejar marchar porque era un oso con tan buen corazón.

“¿Prometeis ser buenos chicos y hacer siempre lo que yo os diga?” preguntó.
“Sí, por su puesto”. respondió Cola de Algodón.

“¡Sí, por su puesto!” lloraron todos los pequeños conejos. Así, al final el Gran Oso Pardo les dejó pasar dentro de su casa y empezó a cuidar de ellos, y al principio todo fue bastante bien. El Gran Oso Pardo Marrón simplemente cuidó tan bien de todos los pequeños conejos como de su propia casa. Les lavaba la cara a todos cada mañana, y les cepillaba su pelaje de la manera correcta. También arreglaba todas sus ropas e incluso consiguió libros para ellos y empezó a enseñarles las letras. Por un tiempo los pequeños conejos fueron muy buenos e hicieron cualquier cosa que él les dijese que hicieran, porque al principio, verás, estaban un poco asustados del Gran Oso Pardo. Pero después de un tiempo en que vieron que el tenía tan buen corazón que realmente no sabía como enfadarse, ellos se cansaron de ser buenos.

El Gran Oso Pardo que nunca se enfadaba
El oso boxeador
Entonces, una mañana, cuando el Gran Oso Pardo Marrón había salido a pasear, Cola de Algodón tiró sus libros y llamó a sus pequeños hermanos y hermanas a su alrededor.

“No vamos a leer más”, dijo.

“El Gran Oso Pardo se ha ido y no sabrá lo que estamos haciendo. ¡Vamos a divertirnos hasta que vuelva! Los pequeños conejos estaban listos para tirar sus libros.

“¿Y qué haremos?” preguntaron.

“¡Comámonos su miel!” respondió Cola de Algodón. Y así lo hicieron, ¡hasta la última gota de miel! Entonces saltaron en su cama y la dejaron toda revuelta, y fueron tan traviesos como lo puede ser un conejo. Cuando el Gran Oso Pardo volvió a casa, se lamentó mucho de ver lo que habían hecho pero no les regaño mucho, porque era un oso con corazón amable y no sabía como enfadarse. Únicamente, cuando llegó la siguiente mañana, se dijo a sí mismo:

“me quedaré hoy en casa y miraré lo que hacen estos conejos traviesos”. Y mientras que él estuvo mirando a los conejos ellos se portaron bien. Pero después de un rato, estaba muy cansado y y se tumbó para echarse una siesta. Entonces, de la misma manera que lo había hecho antes, Cola de Algodón reunió a sus hermanos a su alrededor, y les dijo en voz baja:

El Gran Oso Pardo que nunca se enfadaba
El oso durmiendo

“No nos portemos bien más. El Gran Oso Pardo no sabe como enfadarse, y nunca nos va a regañar demasiado”. Por supuesto, todos los pequeños conejos pensaron que sería muy agradable no ser buenos nunca más.

“¿Y qué haremos ahora?” preguntaron.
“Vamos a molestarle y a ver si le podemos despertar”, respondió Cola de Algodón. Y así lo hicieron todos los pequeños conejitos solo pensaron en molestar al Gran Oso Pardo. Saltaron arriba y abajo en su espalda, y algunos de ellos le tiraron de las orejas, y uno de Ellos incluso le hizo cosquillas en la nariz con una paja; cada uno de ellos empezaron a ver como de traviesos podían ser. Podeis estar seguros de que el Gran Oso Pardo no tuvo una larga siesta. Pero cuando se despertó no les regañó en absoluto. En vez de eso, cogió su sombrero y su bastón y después de que les dijo adiós salió de la casa, y aunque los pequeños conejitos lo esperaron durante mucho, mucho tiempo, el Gran Oso Pardo no volvió. Entonces Cola de Algodón y todos los otros peqeños conejitos se arrepintieron mucho de lo que habían hecho, porque todos tenían cariño al Gran Oso Pardo marrón. Una vez más, Cola de Algodón llamó a todos los otros a su alrededor.

“Yo soy el mayor”, dijo,

“Saldré a buscar al Gran Oso Pardo y traerlo de vuelta a casa”. Los pequeños conejitos se alegraron mucho de esto”.

“¡Sí!” lloraron,

El Gran Oso Pardo que nunca se enfadaba
El Gran Oso Pardo
“¿y qué haremos nosotros?”
“Vosotros debéis venir también y ayudarme”, respondió Cola de Algodón.
Así todos los pequeños conejitos salieron y buscaron al Gran Oso Pardo. ¿Y donde pensáis que lo encontraron? Se había quedado también atrapado en una trampa y no se pudo liberar. Entonces los pequeños conejitos se arrepintieron aun más, porque recordaron lo bueno que había sido con ellos. Pero Cola de Algodón habló el primero porque era el mayor.
“Lo sentimos porque fuimos muy traviesos y te hicimos salir de casa, Gran Oso Pardo”, dijo.
“pero te ayudaremos ahora pues te queremos porque has sido muy bueno con nosotros y no te sabes enfadar”.


“Por supuesto que te ayudaremos”, dijeron todos los pequeños conejitos.

Entonces cada uno sujetó al que tenía delante de él y Cola de Algodón agarró la trampa, y todos juntos tiraron y tiraron. Y eran tantos y tiraron tan fuerte, que al final la trampa se aflojó y el Gran Oso Pardo marrón quedó libre. Entonces todos volvieron a casa juntos, y cuando llegaron allí, ¡quién verían allí de pie en la puerta sino a la propia pequeña Coneja Blanca! Ella se había escapado de su pequeño hijo y había vuelto para cuidar de sus propios bebés otra vez. ¡Y quizás no lo creeréis pero el Gran Oso Pardo marrón estuvo muy contento de ello!
El Gran Oso Pardo que nunca se enfadaba
El Gran Oso Pardo que nunca se enfadaba

 

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Tuesday, 3 February 2015

Los músicos de Bremen

Los músicos de Bremen

       Un hombre tenía un burro que, durante largos años, había estado llevando sin descanso los sacos al molino, pero cuyas fuerzas se iban agotando, de tal manera que cada día se iba haciendo menos apto para el trabajo. Entonces el amo pensó en deshacerse de él, pero el burro se dio cuenta de que los vientos que soplaban por allí no le eran nada favorables, por lo que se escapó, dirigiéndose hacia la ciudad de Bremen. Allí, pensaba, podría ganarse la vida como músico callejero. Después de recorrer un trecho, se encontró con un perro de caza que estaba tumbado en medio del camino, y que jadeaba como si estuviese cansado de correr.

-¿Por qué jadeas de esa manera, cazadorcillo? -preguntó el burro.

Los músicos de Bremen
Los músicos de Bremen

-¡Ay de mí! -dijo el perro-, porque soy viejo y cada día estoy más débil y, como tampoco sirvo ya para ir de caza, mi amo ha querido matarme a palos; por eso decidí darme el bote. Pero ¿cómo voy a ganarme ahora el pan?

-¿Sabes una cosa? -le dijo el burro-, yo voy a Bremen porque quiero hacerme músico. Vente conmigo y haz lo mismo que yo; formaremos un buen dúo: yo tocaré el laúd y tú puedes tocar los timbales.

Al perro le gustó la idea y continuaron juntos el camino. No habían andado mucho, cuando se encontraron con un gato que estaba tumbado al lado del camino con cara avinagrada.

-Hola, ¿qué es lo que te pasa, viejo atusabigotes? -preguntó el burro.

-¿Quién puede estar contento cuando se está con el agua al cuello? -contestó el gato-. Como voy haciéndome viejo y mis dientes ya no cortan como antes, me gusta más estar detrás de la estufa ronroneando que cazar ratones; por eso mi ama ha querido ahogarme. He conseguido escapar, pero me va a resultar difícil salir adelante. ¿Adónde iré?

-Ven con nosotros a Bremen, tú sabes mucho de música nocturna, y puedes dedicarte a la música callejera.

Al gato le pareció bien y se fue con ellos. Después los tres fugitivos pasaron por delante de una granja; sobre el portón de entrada estaba el gallo y cantaba con todas sus fuerzas.

-Tus gritos le perforan a uno los tímpanos -dijo el burro-, ¿qué te pasa?

-Estoy pronosticando buen tiempo -dijo el gallo-, porque hoy es el día de Nuestra Señora, cuando lavó las camisitas del Niño jesús y las puso a secar. Pero como mañana es domingo y vienen invitados, el ama, que no tiene compasión, ha dicho a la cocinera que me quiere comer en la sopa. Y tengo que dejar que esta noche me corten la cabeza. Por eso aprovecho para gritar hasta desgañitarme, mientras pueda.

-Pero qué dices, cabezaroja -dijo el burro-, mejor será que te vengas con nosotros a Bremen. En cualquier parte se puede encontrar algo mejor que la muerte. Tú tienes buena voz y si vienes con nosotros para hacer música, seguro que el resultado será sorprendente.

Al gallo le gustó la proposición, y los cuatro siguieron el camino juntos.

Pero Bremen estaba lejos y no podían hacer el viaje en un sólo día. Por la noche llegaron a un bosque en el que decidieron quedarse hasta el día siguiente. El burro y el perro se tumbaron bajo un gran árbol, mientras que el gato y el gallo se colocaron en las ramas. El gallo voló hasta lo más alto, porque aquél era el sitio donde se encontraba más seguro. Antes de echarse a dormir, el gallo miró hacia los cuatro puntos cardinales y le pareció ver una lucecita que brillaba a lo lejos. Entonces gritó a sus compañeros que debía de haber una casa muy cerca de donde se encontraban. Y el burro dijo:
-Levantémonos y vayamos hacia allá, pues no estamos en muy buena posada.

El perro opinó que un par de huesos con algo de carne no le vendrían nada mal. Así que se pusieron en camino hacia el lugar de donde venía la luz. Pronto la vieron brillar con más claridad, y poco a poco se fue haciendo cada vez más grande, hasta que al fin llegaron ante una guarida de ladrones muy bien iluminada. El burro, que era el más grande, se acercó a la ventana y miró hacia el interior.
-¿Qué ves, jamelgo gris? -preguntó el gallo.

-¿Que qué veo? -contestó el burro-, pues una mesa puesta, con buena comida y mejor bebida, y a unos ladrones sentados a su alrededor que se dan la gan vida.

-Eso no nos vendría mal a nosotros -dijo el gallo.

-Sí, sí, ¡ojalá estuviéramos ahí dentro! -dijo el burro.

Entonces se pusieron los animales a deliberar sobre el modo de hacer salir a los ladrones; y al fin hallaron un medio para conseguirlo.

El burro tendría que alzar sus patas delanteras hasta el alféizar de la ventana; luego el perro saltaría sobre el lomo del burro; el gato treparía sobre el perro, y, por último, el gallo volaría hasta ponerse en la cabeza del gato. Una vez hecho esto, y a una señal convenida, empezaron los cuatro juntos a cantar. El burro rebuznaba, el perro ladraba, el gato maullaba y el gallo cantaba. Luego se arrojaron por la ventana al interior de la habitación rompiendo los cristales con gran estruendo. Al oír tan tremenda algarabía, los ladrones se sobresaltaron y, creyendo que se trataba de un fantasma, huyeron despavoridos hacia el bosque.

Entonces los cuatro compañeros se sentaron a la mesa, dándose por satisfechos con lo que les habían dejado los ladrones, y comieron como si tuvieran hambre muy atrasada.

Cuando acabaron de comer, los cuatro músicos apagaron la luz y se dedicaron a buscar un rincón para dormir, cada uno según su costumbre y su gusto. El burro se tendió sobre el estiércol; el perro se echó detrás de la puerta; el gato se acurrucó sobre la cocina, junto a las calientes cenizas, y el gallo se colocó en la vigueta más alta. Y, como estaban cansados por el largo camino, se durmieron enseguida. Pasada la medianoche, cuando los ladrones vieron desde lejos que en la casa no brillaba ninguna luz y todo parecía estar tranquilo, dijo el cabecilla:

-No deberíamos habernos dejado intimidar.

Y ordenó a uno de los ladrones que entrara en la casa y la inspeccionara. El enviado lo encontró todo tranquilo. Fue a la cocina para encender una luz y, como los ojos del gato centelleaban como dos ascuas, le parecieron brasas y les acercó una cerilla para encenderla. Mas el gato, que no era amigo de bromas, le saltó a la cara, le escupió y le arañó. Entonces el ladrón, aterrorizado, echó a correr y quiso salir por la puerta trasera. Pero el perro, que estaba tumbado allí, dio un salto y le mordió la pierna. Y cuando el ladrón pasó junto al estiércol al atravesar el patio, el burro le dio una buena coz con las patas traseras. Y el gallo, al que el ruido había espabilado, gritó desde su viga:

-¡Kikirikí!

Entonces el ladrón echó a correr con todas sus fuerzas hasta llegar donde estaba el cabecilla de la banda. Y le dijo:

-¡Ay! En la casa se encuentra una bruja horrible que me ha echado el aliento y con sus largos dedos me ha arañado la cara. En la puerta está un hombre con un cuchillo y me lo ha clavado en la pierna. En el patio hay un monstruo negro que me ha golpeado con un garrote de madera. Y arriba, en el tejado, está sentado el juez, que gritaba: «¡Traedme aquí a ese tunante!». Entonces salí huyendo.
Desde ese momento los ladrones no se atrevieron a volver a la casa, pero los cuatro músicos de Bremen se encontraron tan a gusto en ella que no quisieron abandonarla nunca más. Y el último que contó esta historia, todavía tiene la boca seca.

Otra versión de los Músicos de Bremen

 

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