Friday, 30 January 2015

La dama y el león

La dama y el león

Hubo una vez un mercader que debía emprender un largo viaje. Antes de partir preguntó a cada una de sus tres hijas qué regalo querían que les trajese. La mayor pidió perlas; la segunda, diamantes; pero la tercera respondió:

-Padre mío: yo sólo pido que me traigas una rosa.

El padre besó a sus hijas y, tras prometerles cumplir sus deseos, partió. Poco después compró raras perlas y refulgentes diamantes; pero por mucho que buscó por todas partes, no pudo conseguir la rosa, lo cual era natural, puesto que era invierno y en esta estación no florecen las rosas.

La dama y el león
La dama y el león
Ya emprendía el retorno a su casa pensando qué podría llevar a su hija menor, cuando llegó a un hermoso castillo rodeado de un hermoso jardín. Allí había lindas rosas y otras flores a cual más bonita, como si floreciesen en plena primavera.

Ordenó a su criado que le trajese un ramillete de rosas y así lo hizo el sirviente, y ya se disponía a proseguir su camino, cuando les salió al paso un fiero león, que rugió:

-¡Morirá devorado por mí quien se ha atrevido a cortar mis rosas!

El comerciante le preguntó si no había algún medio para conservar la vida. El león le contestó que sí lo había y éste consistía en que le entregase lo primero que le saliera al encuentro al volver a casa.
El comerciante pensó de inmediato que quien le saldría al encuentro al llegar a casa sería su hija menor, de modo que se mostró poco dispuesto a prometerle aquello al león. Sin embargo, el criado comentó que probablemente le saldría al encuentro un gato o un perro suyo. Ante este consejo, el comerciante aceptó y tomó las rosas con un gran pesar.

Cuando ya se hallaba cerca de su casa, su hija menor salió corriendo a recibirlo. Lo abrazó y lo besó con grandes muestras de júbilo, pero el padre contempló a su hija y se echó a llorar desconsoladamente.

-¡Ay, hijita mía! – exclamó-. Estas rosas me salen demasiado caras, pues he prometido entregarte a un león salvaje, que seguramente te devorará.

Y contó a su hija todo lo sucedido. La niña le dijo:

– Papá, debes cumplir lo que has prometido. Iré a ver al león e intentaré convencerlo para que me deje regresar a casa sana y salva.

A la mañana siguiente preguntó a su padre el camino que debía seguir. Luego se despidió de él y de sus hermanas, y emprendió la marcha.

Pero, ¡Oh, sorpresa!, el león era un príncipe encantado. Por el día, él y su corte eran leones pero al llegar la noche recobraban su forma natural. Como la niña llegó de noche al castillo, fue recibida con grandes muestras de gentileza y cariño. Y como los dos se enamoraron a primera vista, contrajeron enlacen en muy poco tiempo, hasta que un día la esposa dijo cariñosamente a su marido:
– Mañana se casará mi hermana mayor y debemos asistir a la boda.

– Puedes ir acompañada de mis leones-dijo apesadumbrado el príncipe-; pues bien sabes que yo no puedo ir.

La princesa fue recibida con jíbulo por su padre y hermanas, pues la creían muerta, devorada por el león de las rosas. Una vez pasadas las fiestas nupciales, regresó a su castillo, siempre acompañada de sus leones.

Poco tiempo después fue invitada a los esponsales de su segunda hermana. Entonces dijo al príncipe:

– Esta vez vendrás tú conmigo.

El príncipe le contestó que sería peligroso para él, pues si le daba la luz del sol, se convertiría en paloma y así tendría que permanecer siete años errante por el mundo.

Como ella insistió alegando que tendría mucho cuidado de que no le diera la luz del sol, el príncipe terminó aceptando.

En la casa de su suegro, el príncipe escogío una gran habitación de gruesos muros, con el fin de estar en ella mientras durasen las ceremonias. Por desgracia, nadie se fijó que había una grieta en una de las paredes y, cuando el cortejo nupcial regresaba del templo, un rayito de sol dio de lleno en el rostro del principe. De repente éste desapareció y, cuando entró su esposa, lo halló convertido en una blanca paloma, que le dijo tristemente:

La dama y el león
La dama y el león
-Siete largos años tengo que volar de aquí para allá, pero de vez en cuando dejaré caer una plumita blanca para indicarte el camino que sigo y, si tú sales en la dirección que las plumas te indiquen, tal vez puedas libertarme.

Cuando terminó de hablar, salió volando por la puerta. La princesa le siguió sin vacilar, guiada por la plumita blanca que de vez en cuando había caer la paloma.
Pero un día dejó de ver la plumita blanca, pues la paloma había desaparecido. La princesa elevó los ojos al cielo y dijo suplicante al sol:

– Tú que brillas sobre las cimas de las montañas, ¿no has visto por ningún sitio una palomita blanca?

– No la he visto, princesa- respondió el sol-, pero aquí tienes una cajita que sólo debes abrir cuando lo necesites.

Al llegar la noche repitió la misma pregunta a la luna, negando ésta haber visto a la palomita. Sin embargo, antes de despedirse de ella, la luna le regaló un huevo, que debería abrir cuando se hallase en algún apuro.

Luego preguntó a los vientos y sólo el viento del suer le dio una respuesta concreta:

-Sí, via la palomita blanca volando sobre el mar Rojo, pero de pronto se transformó en león porque ya transcurrieron los siete años del encantamiento. Cuando se convertió en león, fue atacado por un dragón, que es una princesa encantada que pretende separarlo de ti.

La dama y el león
La dama y el león
Lleva tu cajita que te regaló el sol y el huevo que te dió la luna, y esos objetos te servirán para salvar a tu marido y traértelo ya en forma humana.

La princesa marchó hasta el mar Rojo y, una vez en el sitio donde seguían luchando el león y el dragón, sacó su cajita y formuló este deseo: que su esposo venciera al dragón y recobrase la forma natural. De inmediato se realizó el prodigio, pues el león venció al dragón, matándolo de un zarpazo, y acto seguido el príncipe recobró su forma humana, pero ¡oh, desgracia!, también el dragón muerto se transformó en una joven y hermosa princesa, la cual se acercó al príncipe y le abrazó, y el el acto el joven perdió la memoria.

Como el príncipe ya no se acorbada de su bella esposa y se disponía airse con la otra princesa desencantada, la primera echó mano al huevo y lo partío formulando el fervoroso deseo de que su esposo recobrase la memoria y marchara con ella a su hogar. Inmediatamente se efectuó el milagro pedido por la afligida esposa, pues el príncipe recuperó su memoria, dejó a la coqueta princesa y se echó en los brazos de su dulce consorte.

Aquella misma noche retornaron a palacio, donde tuvieron un hijito que, con el tiempo, se convirtió en un apuesto joven. Y durante muchos años viveron los tres completamente felices.

La dama y el león
La dama y el león

 

Read More »

Wednesday, 21 January 2015

Los siete cuervos

Los siete cuervos

Los siete cuervos
Los siete cuervos
Un hombre tenía siete hijos, todos varones, y ninguna hija, a pesar de que lo deseaba mucho. Al fin, un día, su mujer volvió a darle buenas esperanzas y pasados unos meses nació una niña. La alegría de los padres fue muy grande, pero la criatura era pequeñita y muy débil, por lo que sus padres decidieron bautizarla enseguida por miedo a que se muriera. El padre envió a uno de sus hijos a la fuente, a buscar agua para el bautismo; los otros quisieron ir a acompañarle y , corriendo cada uno para llegar antes que los demás, se les cayó el jarro al fondo de la fuente. Los pobres no sabían qué hacer y no se atrevían a volver a casa. Al ver lo que tardaban, su padre se impacientó y dijo:

– Seguro que estos diablejos estarán jugando sin acordarse del agua.

Cada vez más angustiado por el temor de que la niña muriese sin bautismo, gritó en un arrebato de cólera:

-¡Ójalá se volviesen cuervos!

Apenas habían salido estas palabras de sus labios cuando oyó un zumbido en el aire y al levantar los ojos vio que siete cuervos negros como la noche revoloteaban en el cielo.

Los padres no pudieron reparar ya los efectos de la maldición y quedaron muy tristes por la pérdida de sus siete hijos. Sólo logró consolarles la compañía de su hijita, que, pasado el peligro de sus primeros días, fue haciéndose cada vez más hermosa.

Durante muchos años no supo que había tenido siete hermanos, pues los padres se guardaron bien de mencionarlos. Hasta que un día oyó a unas personas que decían de ella que era muy bonita, pero que tenía la culpa de la desgracia de sus hermanos.

Muy disgustada, la niña fue a preguntar a sus padres si había tenidos hermanos y qué había sido de ellos. Los padres no pudieron seguir guardando el secreto, pero le aseguraron que también ellos estaban muy afligidos desde entonces y muy arrepentidos. Aun así, la niña se sentía culpable y pensó que era su deber ira a buscarlos.

Los siete cuervos
Siete Hermanos
No tuvo un momento de reposo ni de tranquilidad hasta que, un buen día, sin decir nada a nadie, se fue por el mundo en busca de sus hermanos, dispuesta a liberarlos.


Sólo se llevó una sortija de sus padres como recuerdo, una hogaza de pan para matar el hambre, una jarrita de agua para apagar la sed y una sillita para sentarse cuando estuviese cansada. Anduvo mucho, hasta muy lejos, llegó hasta los confines de la Tierra.

Y hasta el Sol.El Sol era terrible y ardiente, y se comía a los niños pequeños. Salió corriendo y llegó a la Luna, que era fría, cruel y malvada. Cuando descubrió a la niñas, dijo:
-¡Huele a carne humana!

Los siete cuervos
Siete Cuervos el sol
Escapó de allí a toda velocidad y se fue a las estrellas, quienes, cariñosas, sentadas en una sillita, la acogieron amablemente.

El lucero del alba se levantó y dijo, mientras le daba una patita de pollo:
-Con esto podrás abrir la montaña de cristal.

Al llegar a la montaña de cristal, la puerta estaba cerrada, buscó en su pañuelo la patita, pero, al abrirlo, vio que estaba vacío:

¡había perdido el regalo de la estrella! ¿Qué hacer ahora? Quería salvar a sus hermanos, pero no tenía la llave de la montaña de cristal.

Entonces, se le ocurrió una idea: introdujo el dedo meñique en la cerradura y la puerta se abrió.

Cuando estuvo dentro, un enanito le preguntó:

-Hija mía, ¿qué vienes a buscar aquí?

-Busco a mis hermanitos, que son los siete cuervos

– respondió ella.

El enano añadió:

-Los señores cuervos no están en casa, pero si quieres aguardar a que regresen, entra.

Sirvió entonces el enanito la comida de los siete cuervos en siete platos muy pequeños y la bebida en otras tantas copas del mismo tamaño.

Y de cada plato la hermana probó un bocado y de cada copa bebió un sorbo, y en la última dejó caer la sortija que había cogido de su casa.

De pronto sintió en el aire un rumor de aleteo y el enanito le explicó:

– Ahí llegan los señores.

Así fue; los cuervos entraron hambrientos y sedientos, buscando tus platos y sus vasos.

Y exclamaron uno tras otro:

-¿Quién ha comido de mi plato?¿Quién ha bebido de mi vaso? Ha sido una boca humana.

Cuando el séptimo vio el fondo de su copa, descubrió la sortija. La reconoció inmediatamente y dijo:

Los siete cuervos
El lucero del Alba
-¡Ojalá haya sido nuestra hermana quien ha venido, pues quedaríamos desencantados!
Cuando la niña, que escuchaba detrás de la puerta, oyó este deseo, entró en la sala y en un instante todos recuperaron su figura humana. Y después de abrazarse unos a otros regresaron felices a su casa.

 

Read More »

Friday, 16 January 2015

El pájaro Grip

El pájaro Grip

       Había una vez en un reino casi desconocido un rey que perdió la vista. Una anciana, de las más sabias del lugar, dijo que el canto del pájaro Grip ayudaría a restaurar la vista del malogrado rey. El primogénito del rey se ofreció a ir en busca del pájaro, el cual se encontraba atrapado en una jaula de otro rey de otro lugar. Pero, en su camino, se entretuvo y permaneció en una posada donde reinaban el jolgorio y la alegría. El príncipe se divertía tanto que se olvidó por completo de su cometido. El hijo mediano y el pequeño del rey siguieron los pasos de su hermano mayor, quedándose el mediano también a disfrutar de la posada. El único que fue leal a su promesa fue el más joven, quien prosiguió en búsqueda del pájaro Grip.

El pájaro Bird
El pájaro Bird
El lozano hijo del rey se resguardó en una casita del bosque, desde donde escuchó gritos por la noche. Ya por la mañana, intentó averiguar el origen de semejante ruido. Una joven le comentó que procedían de un hombre fallecido hace tiempo, a quien el posadero había matado por no pagar las deudas contraídas. El ventero, además, rechazó enterrar al hombre si alguien no pagaba el funeral. El joven príncipe, entonces, pagó su cuenta en la casa del bosque, pero solicitó a la chica que le ayudara a escapar en medio de la noche, ya que no se sentía seguro en aquel lugar. La joven, que también temía a su jefe, le contó que el posadero guardaba la llave del estable bajo su almohada, y prometió conseguirla a cambio de que le dejase partir con él. El pacto se cerró, ambos escaparon y el joven príncipe le consiguió un puesto a la chica en una buena posada antes de continuar su viaje.

Prosiguiendo su camino, el chico se encontró entonces con un zorro, que le dijo que podía ayudarlo en su cometido. Cuando ambos arribaron al castillo donde estaba el pájaro encerrado, el zorro le concedió al príncipe tres granos de oro que le servirían para adormecer a quien pudiese obstaculizarlo. Uno lo usó para la Sala de Guardia, otro para el que protegía la sala del pájaro Grip, y otro para el pájaro mismo. El joven se vio en situación de poder llevarse el pájaro pero, ante todo, no debía acariciarlo, según las instrucciones del propio zorro. No obstante, el carácter dulce y delicado del príncipe le jugó una mala pasada, y acabó acariciando al pajarillo dormido. Éste se sobresaltó y empezó a graznar fuertemente, despertando a todo el castillo y provocando la captura del príncipe. Ya como prisionero en los calabozos, el zorro apareció de nuevo e instó al chico a que dijese siempre “Sí” en el juicio que se iba a llevar a cabo. Así fue como el príncipe aseveró incluso que se trataba de un experto ladrón. El rey de aquel lugar le ofreció su perdón, pero a cambio debía traerle a la princesa más bella, la del reino vecino.

Otra vez, el zorro le entregó tres granos de oro: uno para el guarda, otro para los aposentos de la princesa y otro para su cama. Una nueva advertencia acompañó a los granos, y era que, por nada del mundo, debía besar a la princesa. El príncipe de nuevo falló en su cometido, y su beso a la princesa la hizo despertar. Encarcelado y juzgado, el joven debía de nuevo declarar sí a todo lo que le cuestionasen, incluso si era un experto ladrón. El rey de este reino también le concedió perdón, bajo la condición de que le portase, del reino adyacente, el caballo con las cuatro herraduras doradas.

La historia se repitió de nuevo y el zorro, quien estaba empeñado en ayudar a nuestro príncipe, le entregó otros tres granos dorado. Los objetivos, como podemos imaginar, eran los guardias, el establo y el pesebre el caballo de marras. La advertencia para la ocasión era no prestar atención a la montura dorada, añadido a que el zorro, por primera vez, no podría salvarlo. El príncipe, una vez en el pesebre, se encandiló de la montura de oro, e intentó alcanzarla… ¡cuando algo golpeó su brazo! El joven, desconcertado, se acordó de la advertencia del zorro, y condujo al caballo fuera ignorando la peligrosa montura. Más adelante, el príncipe confesó su torpeza al zorro, quien a su vez declaró que había sido él quien lo había sacudido. De vuelta al castillo de la princesa, de quien el príncipe no podía olvidarse, solicitó nuevo auxilio a su amigo el zorro, quien le dio, por enésima vez, tres granos dorados. Esta vez, el joven príncipe fue exitoso en su labor, y logró llevarse a la princesa en el caballo de las herraduras doradas. El chico, de emoción por las metas alcanzadas, pidió una nueva oportunidad para capturar al pájaro que no pudo, tarea que en esta ocasión logró cumplir sobradamente utilizando los granos que el zorro le prestó.

Pero, para sorpresa del príncipe, las advertencias del zorro no acabaron allí. Y es que éste le instó a no rescatar a nadie haciendo uso del dinero adquirido. El dilema moral surgió de nuevo en el joven cuando se enteró que sus hermanos habían contraído una deuda tremenda en la posada, e iban a ser ajusticiados en la horca. El joven príncipe pagó la deuda, ganándose, para más inri, los celos de sus hermanos mayores, que acabaron por arrojarlo al foso de los leones. No contentos con ello, le robaron los bienes conseguidos por él: caballo, pájaro y princesa. A esta última la amenazaron, pues no querían que nadie descubriese en su reino que ellos eran unos malhechores y unos hipócritas. Mintieron, por tanto, los príncipes mayores a su padre, comunicándole que el hermano menor se había endeudado y había sido ahorcado. Lo que no sabían estos holgazanes es que, bajo semejantes falacias, el pájaro dejaría de cantar, el caballo no permitiría que nadie lo montara y la princesa no cesaría de llorar.

El más joven, que permanecía en el foso, recibió la visita del zorro. Gracias a él, los leones no le hirieron y además pudo escapar. El zorro le dijo las sabias palabras: “Los hijos que olvidan a su padre también traicionarán a su hermano”. Tras toda esta vorágine de acontecimientos, el bondadoso zorro instó al príncipe a cortarle su propia cabeza, algo que, con obviedad, el joven rechazó. Pero el zorro entonces amenazó con cortársela a él, y el príncipe acabó cediendo. Tras, siguiendo su honor, haber cumplido los designios del zorro, una figura joven apareció ante el príncipe. Ésta le confesó que era el hombre muerto cuyas deudas había pagado el príncipe en la posada. Como muestra de agradecimiento, le había ayudado a lo largo de todo el viaje.

El príncipe, entonces, se vistió como un herrador de caballos, y partió de vuelta a su castillo. No siendo reconocido por su padre, trabajó herrando al caballo de las herraduras de oro, labor que nadie había podido hacer y que el Rey perseguía desde hace tiempo. Lo consiguió, puesto que el caballo reconoció al príncipe como amigo. El Rey, todavía infeliz, declaró que no comprendía por qué el pájaro Grip no cantaba, y por qué la princesa sollozaba. El príncipe, todavía extraño en su corte, se ofreció a devolver la alegría al pájaro, pues lo conocía bien. Tras consultar a sus caballeros de confianza, el Rey accedió a dejar entrar aquel desconocido a sus aposentos.

Nada más irrumpir en las estancias reales, el príncipe llamó al pájaro por su nombre: Grip. Así fue como el lindo pájaro retomó el canto feliz, causando jolgorio y dicha a la princesa, quien volvió a sonreír. La cadena de sucesos ayudó al Rey a recobrar la visión. Cuanto más alegre cantaba el pájaro, más clara era la vista del Rey. Así fue como, en última instancia, reconoció a su hijo menor en aquel herrador desconocido. Gracias a ello y a la confesión de la princesa, el Rey conoció la verdadera historia, y la justicia llegó a su reino. Expulsó a sus dos hijos mayores, y permitió contraer matrimonio al joven príncipe con la hermosa princesa. Todos en la corte, desde entonces, incluidos el pájaro Grip y el caballo, el príncipe y la princesa, vivieron felices para siempre.

 

Read More »

Wednesday, 7 January 2015

Piluca y el Car Mágico

Piluca y el Car Mágico

     El dia de su sexto cumpleaños, Piluca recibió como regalo un flamante y reluciente kart. —Me muero de ganas de darme una vuelta con el —dijo.

Así que, después del desayuno, se monto en el kart y partió a toda velocidad por la carretera. De pronto sucedio algo extrañisimo… El kart dejo la carretera y siguio por un sendero.
—¡Para! iPara! — gritaba Piluca mientras se metian en un campo.

Piluca y el Kart Mágico
Piluca y el Car Mágico
Se detuvieron ante un inmenso pajar.
—iAsí aprenderas a no conducir tan deprisa! —exclamo el kart. —iUy kart que sabe hablar! —dijo Piluca pasmada.
— No soy un kart corriente, y este campo es mágico.

El kart hizo sonar su bocina y se abrio una puerta en el pajar. Piluca y el kart entraron por la puerta y se introdujeron en el.
Piluca echó un vistazo a su alrededor. Todos los árboles eran rosas y azules, y de sus ramas pendían unos frutos de brillante colorido.

Piluca y el Car Mágico
Piluca y el Car Mágico
—Quiero coger una fruta —dijo Piluca.

— De acuerdo —dijo el kart—. Pero apresúrate.

Entonces Piluca vio un cartel que ponía: “Al Pueblo de los Fuegos Artificiales”, y dijo:

—Vamos allí.

Y para allá se fueron.

Cuando se acercaban al Pueblo de los Fuegos Artificiales, el cielo empezó a oscurecer y de pronto sonó ¡Pum! ¡Bang!, y un enorme cohete estalló, y dejó una estela de estrellas plateadas.

Piluca y el Car Mágico
Ciudad de Juego Artificiales

Por todas partes veía Piluca banderas, banderines y linternas mágicas. Cientos de juguetes bordeaban la calles agitando unas bengalas.

En esto Piluca vio una muñeca de porcelana sentada en un flamante coche amarillo y a un payaso poniendo en marcha su propio coche. —¡Mira, kart, va a haber una carrera!

Piluca y el kart se colocaron junto a una ardilla con un gracioso sombrero que limpiaba sus gafas de conducir con un pañuelo. Un soldado de juguete agitó una bandera y salieron disparados.
Piluca y el Car Mágico
Salida
—¡Brum! ¡Brum! Bajaron por la calle principal a todo gas, entre una gran muchedumbre que les aclamaba.

Entonces el coche de la ardilla tuvo una avería y la muñeca de porcelana se colocó en cabeza.

—¡Vamos a perder la carrera! —gritó Piluca. Pero el kart atravesó un puente a toda velocidad y dobló a la izquierda hacia un túnel donde había una señal en donde podía leerse: Atajo por el Túnel de la Risa.
Piluca y el Car Mágico
El atajo de la risa
Una vez dentro del túnel, Piluca y el kart se pusieron a reír y a reír, tan fuerte, que cuando llegaron al final el túnel se estremecía con sus carcajadas.

Piluca y el Car Mágico
Ganadora Piluca

— ¡Vamos segundos! —dijo Piluca, cuando salieron lanzados al exterior. Realizando un último esfuerzo, el kart adelantó a la muñeca de porcelana y cruzó la línea de llegada.

Habían ganado, y como regalo para los ganadores, les dieron a Piluca una caja de fuegos artificiales, y ella se puso muy contenta, y les prometió que volvería el año siguiente.

 

Read More »

Thursday, 1 January 2015

Bobby y Betty

Bobby y Betty

     Era otoño, y Bobby y Betty estaban rastrillando hojas. Bobby llevaba un rastrillo largo, y Betty una cesta. Cuando la cesta estaba llena, la pusieron en la nueva carretilla de Bobby, y la empujaron. Bobby echó la cabeza para atrás y empezó a hacer cabriolas. “Soy Prince”, dijo. Prince era el caballo grande del abuelo. “Yo soy Nellie”, dijo Betty. Nellie era el pequeño caballo de montar del abuelo. ¡Qué bien lo pasaron! Por fin acabaron de recoger todas las hojas. Betty dejó su cesta. Mamá los estaba llamando. Había invitado a sus amigos a tomar el té, y les había prometido que podían ayudar. Bobby llevó muy cuidadosamente una taza para cada invitado.

   Betty también quería ayudar, así que mamá le dejó que llevara una fuente con pastelitos helados. “¡Menudos ayudantes tan buenos tienes!”, dijo todo el mundo.

Bobby y Betty
Bobby y Betty
Las historias de Bobby y Betty Bobby es un niño muy alegre y muy fuerte. Betty es su hermana pequeña. Tiene una carita sonriente y feliz, como Bobby, pero por lo demás no se parecen en nada. Bobby tiene el pelo oscuro y los ojos marrones, mientras que Betty tiene la piel clara y el pelo rubio. Bobby tiene siete años y medio y Betty solo seis. Bobby está muy orgulloso de su hermana pequeña, y dice que ella es capaz de jugar casi tan bien como un niño. Bobby y Betty lo pasan genial juntos.

¿Te gustaría escuchar algunas de sus historias? 

Todas las mañanas Bobby y Betty compiten para ver quién se viste antes. Una mañana, cuando Bobby se despertó, fue a levantarse. Entonces, se quedó muy quieto en la cama. Quería escuchar y ver si Betty estaba también despierta. Quizás pudiera vestirse antes de que ella se despertara. Entonces, se sentó sin hacer ruido, pero Betty ya estaba despierta, ¡y se levantaron corriendo los dos a la vez! ¡Menuda prisa se dieron! Bobby se estaba atando los cordones y Betty se estaba cepillando los dientes cuando escucharon un ruido raro en la puerta. ¿Qué podía ser? Betty dejó el cepillo y corrió para descubrirlo. Adivinad quién estaba ahí, moviendo la colita de alegría.

¡Era Laddy, su perro! “¡Oh!”, dijo Bobby. “¿También quieres que te lavemos la cara?” Entonces llegó mamá. “Lo veis”, dijo, “él sabía que ya era hora de que os levantarais”. Betty corrió hacia mamá para que le abrochara el último botón. “Has ganado, Bobby”, dijo. Y tiró de las orejas de Laddy. “Pero habría ganado yo, si no te hubiera dejado entrar, perro travieso”, dijo.

A Bobby y a Betty les encantaba jugar a profes. “Jo”, dijo Betty, “una clase de uno es muy muy pequeña. Me encantaría que hubiera alguien más, Bobby”. Bobby estaba en la ventana. “Date la vuelta tres veces y tu deseo se cumplirá”, dijo. Betty corrió hacia la ventana. Ruth y Jimmie subían por el camino. Betty salió corriendo a su encuentro. “¿Os podéis quedar toda la tarde?”, les preguntó. Ruth respondió que sí. “Ahora podemos jugar a profes”, dijo Bobby. “Y tú puedes ser la profesora, Ruth”, añadió Betty.
Bobby y Betty
Bobby y Betty
¿Te gustaría conocer la historia de la fiesta del sexto cumpleaños de Betty? Por supuesto, Ruth y Jimmie estaban invitados, y Alice, Jean, Fred y Tommy. A las dos en punto Betty estaba en el recibidor, esperando para abrir la puerta. ¿Quién llegaría primero? Se preguntaba si las invitaciones se habrían perdido en el correo. Parecían tan pequeñitas en ese buzón tan grande… Bobby también estaba muy emocionado, pero intentaba fingir que no. Él tuvo una fiesta cuando cumplió cinco años, así que, sabía cómo iba a ser. Por fin había llegado todo el mundo y Betty pudo abrir sus regalos. Lo pasaron de maravilla, casi como en Navidades. ¡Y qué rápido pasó el tiempo! Parecía que acababan de empezar a jugar cuando mamá los llamó para comer la tarta. Ruth contó las velas. Una, dos, tres, cuatro, cinco, seis. “Sí”, dijo Betty. “Papá dice que son cinco dedos y un pulgar”. Finalmente, los niños comieron y la fiesta se acabó. Betty estaba un poco triste. Bobby le dijo: “No te preocupes. Tendrás otro cumpleaños el año que viene”.

“¡Vivaaa! ¡Vivaaa! ¡Vivaaa!” Betty y Bobby daban palmas y bailaban por la habitación. ¿A que no adivinas por qué estaban tan contentos? Era por una carta que mamá les había leído del tío Bob. El tío Bob era su tío más joven y simpático, y conocía los mejores juegos e historias. El nombre de Bobby era por él.

Había estado viajando, pero ya iba a volver a casa. No podían esperar para verlo. “¿Cuándo vendrá, mamá?”, preguntó Bobby. “El miércoles”, dijo mamá. Era lunes por la mañana. Betty deseó poder saltarse el martes de esa semana. Mamá continuó leyendo. “Escuchad lo que dice el tío Bob: He estado tanto tiempo fuera, que supongo que Bobs y Betsy ya están muy mayores, pero espero que no sean demasiado mayores para que les gusten los regalos que les he comprado”. El miércoles se levantaron muy pronto y fueron corriendo a desayunar. No se lo podían creer. ¡El tío Bob ya estaba allí! Y tenía una gran caja para cada uno. Una muñeca y unos platos verdes y blancos para Betty, y una pelota de béisbol, un tren y un arco con flechas para Bobby. ¡Era estupendo que el tío Bob hubiera vuelto! Y lo mejor de todo, pronto vieron que traía mejores historias que nunca.

Bobby y Betty
 Bobby y Betty

 

Read More »